27 de junio de 2010

"Dejen que los niños vengan a mí"

(Mateo 19, 14)

Una tarde en una misión en Trenque Lauquen, después de haber compartido un largo rato de charla en una casa, me acerqué a la capilla donde estaba expuesto el Santísimo. Antes de entrar me encontré con un par de hermanitos. Ella debe haber tenido unos seis años, y él, cinco. Me preguntaron a dónde iba, y les dije que iba a saludar a un Amigo, que si querían venir conmigo... a lo cual con total naturalidad me contestaron: "¡si!".

La capilla estaba casi vacía, solo una persona estaba adorando. Nos sentamos los tres en un banco, yo en el medio, y ellos dos, muy cerca mío, a cada lado. Cerré los ojos, me puse en presencia de Dios, y recé un ratito... pero no paraba de sentir la mirada de los chicos sobre mí. Entonces les empecé a explicar que ahí adelante, en el altar, dentro de la custodia, en ese círculo blanco, estaba Jesús. Pero que estaba realmente presente ahí, escondido, chiquito, mirándonos contento de que lo habíamos ido a visitar.

Los dos me escuchaban muy atentamente todo lo que les explicaba, mientras miraban a Jesús enfrente nuestro. Me quedé callada por unos instantes, viéndolos mirar hacia delante, con una concentración absoluta, preguntándome qué estarían pensando después de lo que les dije... Entonces me acerqué a la chiquita, y le dije: "Jesús está ahí enfrente, ¿lo ves?", y ella me dijo con total seguridad: "sí, lo veo".

Ese "sí, lo veo", creo que fue la manifestación de fe más transparente y sincera que escuché en mi vida. Tanto, que aún después de tantos años, me sigo emocionando cada vez que recuerdo esa anécdota que Dios me regaló. Y le sigo pidiendo que me regale un corazón, así de sencillo, así de pobre, así de transparente como el que tienen los niños.

19 de junio de 2010

Su Sangre

¿Por qué Jesús ha querido darnos no sólo Su Cuerpo sino también Su Sangre?
Para nosotros la sangre no es más que una parte de nuestro cuepo. Pero, en la mentalidad de la Biblia es otra cosa. (Lo dice muy bien el P. Cantalamesa en su libro). La Sangre estaba considerada como la sede de la vida. Por lo tanto si la sangre es la sede de la vida, entonces, el derramamiento de sangre es signo de la muerte. Dándonos Su Sangre, Jesús nos da su muerte con todo lo que ello emplica: el perdón de los pecados, el don del Espíritu. ¡¡QUE IMPORTANTE ES LA SANGRE DE CRISTO!!

Y Qué importante es entonces el signo del vino que la contiene de una manera especial. (Si bien sabemos que todo Cristo está presente en cada Eucaristía)

En la sangre descubrimos el símbolo de todo el dolor que hay en la tierra. Por eso al altar no sólo presentamos el trabajo del hombre sino también todo el sufrimiento. El vino que se acerca al altar es una oportunidad para acercar el sufrimiento del hombre que unido al sufrimento de Crsito puede ser redentor.

Pero hay algo más todavía en el signo del vino. Una significación especial. De la que María sabe mucho. MUCHÍSIMO.
¿Qué representa el vino para los hombres? Representa la alegría, la fiesta. El vino no está hecho sólo para beber, sino también para brindar. No representa tanto lo útil como el pan, sino más bien lo que deleita.
Jesús multiplica los panes por la necesidad de la gente; pero en Caná de Galilea multiplca el vino para la alegría de los novios y de los invitados. Y MARÍA ESTABA ATENTA PARA QUE NO FALTARA EL VINO. De esto está atenta María. De que no falte el vino. No sólo que no falte lo necesario, sino también de que no falte la ALEGRÍA, LA FIESTA.

Si Jesús hubiese elegido para la Eucaristía pan o agua salamente, habría indicado tan sólo la santificación del sufrimiento (pan y agua son sinónimos de ayuno, de penitencia. María misma habla de ayuno a pan y agua)
¡Pero no! jesús también usa el vino. Ahora bien. ¿No es contradictorio decir que la Sangre es signo de sufrimiento y alegría a la vez? NO, porque no es excluyente. El sacrificio de Cristo en el altar es un sacrificio hecho por amor. "No se vive el amor sin el dolor" dice el libro de la imitación de Crsito.

Pensemos en el primer hijo, o en los priemros hijos de un matrimonio jóven. Eso implica mucho sacrificio y mucha renuncia. Pero también lleva mucha, muchísima alegría.
El VINO de la EUCARISTÍA representa la alegría del sacrificio. Así a la Eucaristía podemos llevar todo, no hay nada que quede afuera. En ella pueden ir ofrecidos el dolor y toda la alegría, no sólo nuestra sino de todos los hombres.
Y de hecho, si tenemos que prestar atención especial para llevar algo a la Eucaristía, yo diría que prestemos atención al vino, a la alegría. ¿Por qué? Porque muchas veces encontramos más natural dirigirnos a Dios en el dolor y no tanto en la alegría. Nos dirigimos con más ansias a Dios cuando somos visitados por alguna desgracia y tenemso necesidad de Él. Y las alegrías, en cambio, preferimos gozarlas solos, a escondidas, casi sin que Dios lo sepa. Y sin embargo todo lo contrarios es lo que experimentó María en la bodas de Caná. Lo primero que Jesús quier compartir es Su gozo.
Qué alegría si aprendiéramos a vivir y a llevar a cada Eucaristía las alegrías de la vida, es decir la acción de gracias a Dios por todo lo que nos da. La Presencia y la Mirada de Dios sobre nosotros no están para arruinar nuestras alegrías, sino para multiplicarlas.

Qué dicen los niños de la Eucaristía

¿Por qué comulgás?

  • Para ser más amigo de Dios
  • Cuando voy a comulgar se que ahí está Jesús
  • Yo comulgo porque quiero ir al Cielo
  • Yo comulgo porque quiero tener a Dios en el corazón
  • Voy a comulgar porque está Dios
  • Tengo la oportunidad del Cielo
  • Porque lo veo a Jesús y después lo tengo adentro

La Euaristía es...

  • Lo que Dijo Jesús en la Última Cena. Ahí te lo explica.
  • Es Jesús
  • Ahí está el cuepo del Salvador.



¿Por qué vas a misa?


Porque celebramos la muerte y la resurrección
Voy a misa porque está Jesús



18 de junio de 2010

Ellos dos

Migue tiene 6 años y va a primer grado del colegio donde trabajo. Soy catequista de secundaria y todos los viernes del año, el Buen Dios derrama su gracia sobre nosotros, como un grifo de Agua Viva que nunca se cerrará e inunda todo: nos regala adorar a Su Hijo durante toda la mañana. Una Adoración Eucarística donde alumnos, profesores, directivos, madres y padres, entran y salen de la Capilla del colegio, postrándose delante de Jesús y rezando en silencio. A mí me da la impresión que es un pequeño pulmón dentro de nuestra apurada vida. Un momento y un lugar donde Él reina y no hace falta más nada.

Y allí van y vienen muchos enamorados de Jesús (o enamorándose) que buscan el Encuentro con el que nos amó primero. Mi tarea es mínima: preparar la mañana de adoración, llevar y traer a los chicos desde las aulas hasta donde Él los espera, y no mucho más que eso. Pero hubo un día que la cosa fue distinta. Fue el día que lo conocí a Migue, un chico que se ha convertido en la personita más linda de mi semana.

Creo que éramos siete arrodillados, guitarra en mano alabando al Maestro, cuando irrumpió Migue (porque no sólo entró, sino que la entrada ya expresaba una linda ansiedad) y con él toda una espiritualidad a flor de piel. Corriendo atrás, una maestra, que nos miró como pidiendo perdón, pero que entendió de primera que era imposible que molestara, quizás recordando de repente una palabra del Expuesto: “Dejen que los niños vengan a mí”. Lo dejamos. Y comenzó la enseñanza de Dios.

Entró casi arrodillándose y con muchísimo respeto se hizo la Señal de la Cruz: de arriba hacia abajo, de muy a la derecha a muy a la izquierda, dejándose abrazar, no lo dudo. Como pidiéndole disculpas a Jesús, no pude no darme vuelta y todos ahí nos dimos cuenta, que tenían una relación de hace ya un tiempo largo, ellos dos. Los alumnos de 16 y 17 años que estaban adorándoLo, conocían a Migue y lo recibieron con mirada y sonrisa de amigo. Nadie podía dejar de observar lo que hacía y no creo que al Maestro le haya molestado, sobretodo por lo que vendría después.

Son tantos los gestos de amor que pude ver ese día, que me cuesta mucho enumerarlos en orden, como si hubieran sido todos al mismo tiempo, pero uno por uno y con mucho cariño, a la vez. Migue no nos miraba a nosotros, creo que nunca nos vió, salvo al principio de todo cuando me pedía que siguiera cantando: “La guitarra, toquemos la guitarra” decía susurrando. Va con sus anteojitos Migue, con la sonrisa más tierna y eterna, la cara toda manchada de resfríos acumulados y de juegos. Es tan pequeñito que se entiende que se entiendan, ellos dos.

Se acercó al altar, intentando no hacer ruido, porque se daba cuenta de lo que pasaba. El Hijo de Dios estaba sobre un altar más bajo, que le quedaba a su altura. Se paró al lado de Jesús y lo miraba. Perdón, se miraban. Y empezó a cantar el Gloria, completito lo cantó. Juntó las manos: “Ahora vamos a rezar todos” dijo en voz bajita. “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas…” con los ojos cerrados, la cabeza gacha y las manitos junto al pecho. Muchos no sabíamos la oración, así que nos enseñaba a rezarla. Pidió cantar de nuevo mientras daba vueltas al altar, pero casi sin quitar su mirada de Jesús.

Detrás del altar hay una Cruz muy grande sobre la pared, con un muy lindo Cristo, que siempre que es viernes a la mañana, hace de fondo de la Custodia Viva. Migue miró la Cruz de reojo y todavía no sé si no le tiró un beso. También está la Virgen del Rosario de San Nicolás, patrona del Colegio, al lado de la Cruz, pero muy arriba para Migue. Entonces… “Bajame a María por favor, bajala” decía con voz un poco más fuerte. Como para no ir corriendo y bajársela, regalársela. María tiene a Jesús en sus brazos y Migue no hizo otra cosa que saludarla con un hola (sí, con una sencillez que no les puedo reproducir), poner sus bracitos alrededor de ella con devoción y darle un beso como se lo debe dar a su mamá y a su papá todos los días. Después le dio otro al Niño Dios, que sonreía. De nuevo, ellos dos. Y otra vez a rezar: “Dios te salve María…”, con esos ojitos brillosos, propios de todo enamorado.

Los alumnos más grandes, arrodillados, seguían muy atentos el Encuentro, pero muchos iban y venían con la mirada en el Señor. Comprendían bien lo que pasaba, Dios nos regalaba a unos pocos otra gracia que inunda: “Esta es la fe de un niño, sean como niños, tienen que nacer de nuevo” se escuchaba.

Pusimos a María en su lugar, a pesar de sus insistencias de tenerla cerca, de poner su mejilla en la mano que no sostiene a Jesús. Si eso no es un corazón mariano…

Cuando cedió con María, como ofreciéndola a todos, hizo algo de lo más divertido, casi al ladito del Cuerpo de Cristo: juntó sus manos sobre su cabeza, como formando una carpa arriba de su pelo y dijo: “Ahora vamos a rezar por Benedicto, por el Papa Benedicto” balbuceó con dificultad. ¡Claro! Aquella tiendita con sus manos simbolizaba la mitra (esa especie de gorro alto y apuntado que usan los obispos en las misas) o quizás quería simbolizar la Iglesia. Nuevamente rezamos con él, por nuestro querido Pedro y por todos los sacerdotes del mundo.

Es difícil contarles lo que se vivía ahí, ¡Estábamos adorando a Jesús! ¿Entienden? Adorándolo en ellos dos. Mi corazón se expandía, por no decir explotaba. La piel de gallina y los ojos contentos. A veces los gestos físicos dicen mucho. Y los corazones de todos en esa capilla se expandían juntos. Ese lugar de gracia era una fiesta, SÍ una fiesta y Jesús nos invitaba a vivirla en oración. Y todavía faltaba lo mejor.

Mientras llevaba a Migue de la mano, les dije a los chicos que agradecieran Al que tenían enfrente, que Lo miraran. Llegamos atrás de todo, pero justo en línea con el Santo de Dios. Le pregunté si quería arrodillarse, como solicitando permiso para participar de su encuentro. Me hizo que sí con la cabeza y ahí estábamos en silencio, mirándolo. Habiendo vivido lo vivido, se me ocurrió preguntarle “¿Quién es Jesús, Migue?”. “Es el Salvador del Mundo” sopló. Era una fiesta la capilla. Los chicos ya habían girado la cabeza hacia el más pequeño.

Me miraba como esperando alguna otra consulta, y no tuve otro remedio que hacerla: “¿Y dónde está Jesús?”. Y mientras terminaba de decir Su nombre, Migue ya estaba levantando los ojos hacia delante, y señalando la Cruz grande del fondo dijo: “Ahí parece que está, pero no está”, y volviendo su dedito al Salvador que lo inspiraba desde la Eucaristía, agregó: “Ahí parece que no está, pero está”.

Migue apretó la mano de su maestra y se fue saludándonos con una sonrisa enorme, sin antes despedirse de Su Amigo. Nosotros, en silencio, pero con un fuego interno inapagable, guardando todo en el corazón, como María nos había enseñado. Hasta que una de las chicas, después de unos minutos, rompió muy bien el silencio: “No puedo dejar de pensar que aquellos que están enfermos para el mundo, a los ojos de Dios tienen perfecta la salud más importante, la salud del alma.”

Es que ya nadie que conoce a esta personita se da cuenta, nadie percibe, que en 1866, el Dr. Langdon Down le puso su apellido al síndrome con el que Migue vive con verdadera fe y alegría.

12 de junio de 2010

¿Quién me ha tocado?


Mientras iba, las gentes le ahogaban. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: "¿Quién me ha tocado?" Como todos negasen, dijo Pedro: "Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen. "Pero Jesús dijo: "Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí. "Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. El le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz."
(Lucas 8, 42-48)


Por el Obispo Manuel González †

¿Por qué, a pesar de esa virtud de sanar que el Corazón de Jesús brota incesantemente en el Sagrario, quedamos aún tantos enfermos?
No soy yo, sino el Evangelio mismo el que va a responder con el relato de una historia interesante.
De esta meditación yo saco unas cuántas enseñanzas muy propias para los que andamos cerca del Sagrario.
La primera es que no basta estar en el Sagrario para llenarse o aprovecharse de la virtud que de Él brota.
Muchos estaban junto al Maestro y no salían curados ni en sus cuerpos ni en sus almas.
La segunda enseñanza que saco es que para sacar vir­tud del Sagrario hace falta tocar y saber tocar al Corazón de Jesús que está en Él.
¡Saber tocar!
¡Qué!, ¿no es eso lo que quiere decir aquel “quien me ha tocado”, en medio de aquella muchedumbre que le tocaba hasta oprimirlo?
Los discípulos, quizás sin darse cuenta, han puesto un nombre adecuado a lo que hacen con Jesús muchos que andan con Él: «Las muchedumbres te rodean y te oprimen».
¡Oprimir a Jesucristo!
¡Dios mío! ¡Qué miedo he sentido al fijarme en esa palabra!
¡Qué miedo y que pena en pensar que no pocas veces las muchedumbres que llenan tus templos y aun tus Sagrarios, están imitando a las turbas del Evangelio; están oprimiéndote!
¡Qué pena es pensar que hasta muchas comuniones son opresiones; si, opresiones y, si fuera posible, asfixiantes de sentir tanta falta de espíritu cristiano y tanta sobra de espíritu mundano!
¡Ay! ¡Cómo me acuerdo de aquellas opresiones de las turbas, cuando veo en tomo de tus tabernáculos a cristianas vestidas de prostitutas y en actitudes de comediantes, y a cristianos que en el templo hablan, ríen, miran y gesticulan como en el teatro...!
¡Saldrán después y dirán que vienen de estar contigo; si, de estar oprimiéndote, ahogándote con la barahúnda y la pestilencia de sus liviandades y coqueterías, y con su espíritu superficial, curioso, distraído y rutinario!
En cambio, ¡qué poquitos son los que saben tocarte y por consiguiente sacarte virtud!
Con la fe se toca a Cristo, ha dicho San Ambrosio.
Pero no con una fe que se contenta con rezar el Credo, sino con aquella fe de la incurable que empieza en la humildad de no creerse digna ni de ponerse delante del Santo Maestro y que termina y se manifiesta en la confianza firme de ser curada solo por el contacto con lo más insignificante de su persona, la orla posterior de su vestidura.
¡La fe viva! Esa es la que toca a Cristo, la que Mega hasta su Corazón.
Si con fe viva nos llegáramos al Sagrario, ¡Cómo nos sumergiríamos en aquel mar de luz, de amor, de vida, que brota de aquel Corazón! ¡Cómo se curarían todas nuestras dolencias! ¡Cómo gozaríamos de salud inalte­rable! ¡Cómo obtendríamos mucho más de lo que pedimos y esperamos!
Pero ¡nos hacen tanta falta aquella humildad que lo teme todo de sí y aquella confianza que lo espera todo de Él!
¡Vamos al Sagrario tan llenos de nosotros que no hay que extrañar que volvamos tan vacíos de El!
¿Sabéis ahora por qué, a pesar de tanta virtud de sanar como exhala constantemente el Corazón de Jesús en el Sagrario, hay tantos enfermos, aun entre los que lo rodean y viven cerca de Él?
Hay que tocarle y se empeñan en no ir o en ir para oprimirlo.

La Misa: el centro de la misión

Una fiesta cada día

Extraído del libro
“Yo los envío. Una historia misionera”
Grupo Misionero Nuestra Señora del Pilar


“La Santa Misa alegra toda la corte celestial, alivia a las pobres ánimas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos.”
Santo Cura De Ars - Sermón sobre la Santa Misa
(…)La Misa es lo más grande que le puede pasar en el día a cualquier católico. Tiene por sí misma un valor tan inmenso que no hay nada en la creación que valga tanto. Entendiendo su verdadero y profundo significado, no dejaríamos de ir por nada en el mundo a esta fiesta, a este encuentro con Dios, a esta comunión con nuestros hermanos, a este banquete celes­tial. Es un verdadero anticipo del Reino. San Pio de Pietrelcina decía-. "Seria mas fácil la existencia del mundo sin el sol que sin la santa Misa".
El momento más importante del día del misionero siempre fue la Misa. A las 7.45 en punto de la tarde cada pareja se despedía de las personas que estaba visitando para ir a la capilla del pueblo. Era lindísimo ver como todos se iban acercando a la iglesia con el llamado de las campanas. Y la gente, con la mejor de sus ropas se acercaba al festejo. Los misioneros volvíamos a encontrarnos entre nosotros, con la gente visitada y con Jesús. Esta forma sublime de oración reunía las peticiones de las visitas, las sonrisas y las tristezas escuchadas, el agradecimiento compartido, la alabanza y la fortaleza de Dios para seguir adelante. No podría imaginar una misión sin Misa.
La Misa de la tardecita nos reúne y congrega... No importa lo que uno esté haciendo, simplemente deja de hacerlo y se dirige a Misa, centro de la misión. Allí, reunidos, nos sentimos comunidad en Jesús y compartimos nuestra riqueza más alta. Varones y mujeres, grandes y chicos, ricos y pobres, santos y pecadores, nos acercamos al mismo banquete a celebrar eso que nos une: el amor a Dios y el ser amados por Él. Dios, que es familia, nos quiere ver a nosotros también reunidos en familia y por eso el gesto lindísimo de rezar juntos el Padre Nuestro (¿Nuestro? Si, nuestro, de todos). Y este gesto, que es solo un símbolo, se vuelve realidad en la comunión, momen­to importantísimo de la Misa. Allí no solo los presentes se unen, sino también los hermanos de todo el mundo y los san­tos del Cielo porque no existen distancias entre sagrarios.
Allí recibimos a la Eucaristía, al mismo Jesús que se queda oculto en la apariencia de un pedazo de pan y en un poco de vino, verdaderamente, con su Cuerpo y con su Sangre, con su Espíritu, con su Gracia y Divinidad. Dios, en su infinita misericordia, se quiso quedar en el mundo en la sencilla forma de pan para darse a los hombres todos los días. Y esto es lo más importante que sucede en la Misa. Es su sentido más profun­do, su verdadera razón, su propósito último. Solo en la Eucaristía toma color y forma el festejo, la oración y la comunidad. En la Eucaristía encontramos la fuerza para vivir el Evangelio, para ser mejores cristianos, para soportar nuestras cruces, pa­ra querernos más.
En la Misa meditamos la Palabra, Dios nos habla al corazón con palabras vivas y actuales. Como un padre reúne a sus hijos para enseñarles algo, así Dios nos congrega para ensenarnos a nosotros cuánto nos quiere. Solo en la oración con el Padre descubrimos las enseñanzas justas y las palabras perfectas que nos ayudan a santificarnos día a día. Así, cada Misa es distinta a otra y este rito sagrado no se transforma en rutina, sino en una aventura apasionada en la búsqueda de la santidad. (…)

10 de junio de 2010

La vedadera fuerza de Su presencia viva


Por Sor Emmanuel Maillard

Aquel día, una gran muchedumbre se ha reunido en Juárez (México) y muchos apóstoles de renombre animan la larga oración después de la Santa Comunión. Bajo los ojos maravillados de esta asamblea, signos y prodigios se multiplican:' los cojos caminan, los ciegos ven, los sordos oyen y las liberaciones interiores se manifiestan... ¡Gran alegría! Cristo hace vivir a sus hijos esta cualidad de presencia que nos relatan los Hechos de los Apóstoles.
Una joven religiosa está entre los animadores. Es la hermana Briege McKenna.2 Bendice a Dios con toda su alma por su poder divino y su compasión. En efecto, los corazones se han abierto de par en par, están atentos, y la gracia penetra sin traba alguna. ¡La bendición se derrama en forma torrencial!
Aquella velada, Briege está exultante. Regresa a su habitación del hotel y allí, el Señor la sorprende. Tiene un mensaje para ella que cambiará el curso de su existencia. Entrada muy joven al convento, Briege siempre ha escuchado muy atentamente los íntimos susurros de Jesús en su corazón, y hoy su voz es más límpida que nunca:
"Te traje a este lugar", le dice, "para enseñarte donde radica la verdadera fuerza de mi presencia viva. Tu misión es la de recorrer el mundo para hablar a mis hijos, para recordarles mi presencia real sobre cada altar del mundo, para hablarles de la Eucaristía y del Santísimo Sacramento."
Briege recuerda también que Jesús le expresó su profunda tristeza y cuánto contaba con ella.
Si Francisco de Asís lloraba al ver que "el Amor no es amado", esta joven religiosa fue traspasada al escuchar a Jesús —el Amor vivo— que le hablaba del abandono del que era objeto. He aquí lo que me escribió en febrero del 2006:
"Jesús me manifestó que la gente recorrerá el mundo entero en búsqueda de signos y prodigios, con la esperanza de recibir un mensaje de sanación o de consuelo. Atravesaran mares y continentes, y estarán dispuestos a gastar fortunas para obtener ayuda, a menudo en vano. ¡No saben reconocer el más grande de los milagros, y el más maravilloso de los pro­digios, su Gloriosa Presencia de Resucitado sobre nuestros altares y en nuestros tabernáculos! 'Yo soy el manantial de todos los beneficios que necesitan', me decía Jesús, 'y me dejan solo'.
Sor Emmanuel, después de que obedecí a este mandato de misión y que recorro el mundo entero, veo y oigo constantemente el relato de grandes, muy grandes conversiones y milagros. Ayer animaba una Jornada de oración en Florida, y un hombre me conto que cuatro años atrás, padecía un cáncer en fase terminal. Asistió a una Eucaristía, seguida de la adoración y de la oración de sanación. En el momento en el que el padre Kevin3 elevaba a Jesús dentro de la custodia para bendecir a la asamblea, percibió un calor que le atravesó todo el cuerpo. Al día siguiente, todo vestigio de cáncer había desaparecido."

Extraído del libro “El niño escondido” - Capítulo: “Una misa en Juárez”

2. Sister Briege McKenna, POBox 1559, Palm Harbor, Fi 34682, USA. Sitio: hctp://www.sisterbriege.com
3. El padre Kevin Scallon, irlandes, acompafia a menudo a Sister Briege en sus misiones. Sitio: htcp: //www.
intercessionforpriest.org

9 de junio de 2010

JUNIO: mes del Sagrado Corazón


Santa Margarita escuchó a Nuestro Señor decir: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor."
Con estas palabras Nuestro Señor mismo nos dice en qué consiste la devoción a su Sagrado Corazón. La devoción en sí está dirigida a la persona de Nuestro Señor Jesucristo y a su amor no correspondido, representado por su Corazón. Dos son los actos esenciales de esta devoción: amor y reparación. Amor, por lo mucho que Él nos ama. Reparación y desagravio, por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.



Visitando al Santísimo Sacramento, vivo en cada sagrario, el Sagrado Corazón de Jesús recibe adoración y amor de nuestra parte.
La Eucaristía fue el regalo más bello y valioso del Sagrado Corazón de Jesús. La Eucaristía nos introduce directamente en el Corazón de Jesús y nos hace gustar sus delicias espirituales. En la eucaristía, como en la cruz, está el Corazón de Jesús abierto, dejando caer sobre nosotros torrentes de gracia y de amor.
En la Eucaristía está vivo el Corazón de Cristo y en una débil y blanca Hostia, parece dormir el sueño de la impotencia, pero su Corazón vela. Vela tanto si pensamos como si no pensamos en Él. No reposa. Día y noche vela por nosotros en todos los Sagrarios del mundo. Está pidiendo por nosotros, está pendiente de nosotros, nos espera a nosotros para consolarnos, para hacernos compañía, para intimar con nosotros.
Hay por lo tanto una relación estrechísima entre la Eucaristía y el Sagrado Corazón. ¿Cuál es el mejor culto, la mejor satisfacción, la mejor devoción que podemos dar al Sagrado Corazón?
Participando en la Eucaristía, Jesús recibe de nosotros el más noble culto de adoración, acción de gracias, reparación, expiación e impetración.
Visitando al Santísimo Sacramento, vivo en cada Iglesia, el Sagrado Corazón de Jesús recibe adoración y amor de nuestra parte. Por eso está encendida la lamparita, símbolo de la presencia viva de ese Corazón que palpita de amor por todos.
Damos culto al Corazón de Jesús, haciendo la comunión espiritual, ya sea que estemos en el trabajo, en el estudio, en la calle. Es ese recuerdo, que es deseo profundo de querer recibir a Cristo con aquella pureza, aquella humildad y devoción con que lo recibió la Santísima Virgen. Con el mismo espíritu y fervor de los santos.
Haciendo Hora Santa, Jesús recibe también reparación. Cada pecado nuestro le va destrozando e hiriendo su divino corazón. Con la Hora Santa vamos reparando nuestros pecados y los pecados de la humanidad. Así se lo pidió Cristo a santa Margarita María de Alacoque en 1673 en Paray-Le-Monial (Francia).
También los primeros viernes de cada mes son ocasión maravillosa para reparar a ese corazón que tanto ha amado a los suyos y que no recibe de ellos sino ingratitudes y desprecios.
El culto al Sagrado Corazón de Jesús es la respuesta del hombre y de cada uno de nosotros al infinito amor de Cristo que quiso quedarse en la eucaristía para siempre. Que mientras exista uno de nosotros no vuelva Jesús a quejarse: “He aquí el Corazón que tanto ha amado y ama al hombre y en respuesta no recibo sino olvido e ingratitud”.
Este culto eucarístico es la respuesta de correspondencia nuestra al amor del Corazón de Jesús, pues es en la Eucaristía donde ese corazón palpita de amor por nosotros.

http://blogs.clarin.com/ciencia-y-fe/2009/06/19/eucaristia-y-sagrado-corazon

8 de junio de 2010

El corazón de Jesús en el Sagrario tiene algo que decirte


Por el Obispo Manuel González †

“TENGO ALGO QUE DECIRTE....”
(Lc. 7,40.)

¡Él a ti! ¿Puedes medir toda la distancia que hay entre esos dos puntos? ¿No? Pues tampoco podrás apreciar cumplidamente todo el valor de ese interés que tiene Él en hablarte a ti. ¡Él a ti!
Nosotros tan insignificantes, pese a nuestro orgullo, en el mundo y ante los hombres; nosotros, para quienes ni los reyes, ni los sabios, ni los ricos, ni los poderosos, ni aun casi nadie en el mundo tienen ni una palabra ni un gesto de interés, sabemos, ¡bendito Evangelio que nos lo ha revelado!, que el Rey más sabio, rico, poderoso y alto nos espera a cualquier hora del día y de la noche en su Alcázar del Sagrario para decimos a cada uno con un interés revelador de un cariño infinito la palabra que en aquella hora nos hace falta. Y ¡que todavía haya aburridos, tristes, desesperados, despechados, desorientados por el mundo! ¿Qué hacen que no vuelan al Sagra­rio a recoger su palabra, la palabra que para esa hora suprema de aflicción y tinieblas les tiene reservada el Maestro bueno que allí mora?
Y ¡tiene tanto valor esa palabra! ¿No has visto cómo se calma el ansia del enfermo dudoso de la gravedad
(de su mal al oír al médico la palabra tranquilizadora y anunciadora de pronta mejoría? ¡Y la palabra del médico no cura! ¡La Palabra del Sagrario, si!
Alma creyente, lee en buena hora libros que te ilustren y alienten, busca predicadores y consejeros que con su palabra te iluminen y preparen el camino de tu santificación; pero más que la palabra del libro y del hombre, busca, busca la palabra que para ti, ¿lo oyes?, para ti sola tiene guardada en su Corazón para cada circunstancia de tu vida el Jesús de tu Sagrario.
Ve allí muchas veces para que te de tu oración, que unas veces será una palabra de la Sagrada Escritura o de los santos que tu conocías, pero con un relieve y un sentido nuevos, otras veces será un soplo, un impulso, una dirección, una firmeza, una rectificación, no tienes más que pronunciar con el alma estas dos palabras:
Maestro, di...
Y sumergida en un gran silencio, no sólo de ruidos exteriores, sino de tus potencias, sentidos y pasiones, espera la respuesta suya.
Que te la dará no lo dudes, ¡es más fino...!

Extraído del libro “Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario”


Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío

6 de junio de 2010

Fiesta de Corpus Christi en Buenos Aires










El Cardenal Bergoglio presidió la misa de Corpus Christi frente a la Catedral de Buenos Aires.



En la homilía nos dijo: "Como pueblo Argentino, que sabe lo que es el verdadero pan, le decimos sí al Pan de Vida –Jesucristo- y le decimoe no a las sustancias de la muerte; le decimos sí al Pan de la Verdad, y le decimos no al palabrerío de los discursos huecos y banales; le decimos sí al Pan del Bien común, y le decimos no a toda exclusión y a toda inequidad; le decimos sí al Pan de la Gloria que parte para nosotros Jesús resucitado y le decimos no a la chabacanería pagana que deja vacío el corazón”


Tras explicar que el pueblo “le cree” a quien habla con la verdad y da testimonio de vida, por eso se acerca “con devoción” al Cura Brochero o a Ceferino Namuncurá, porque “obran al estilo de Jesús, con el pan de la mansedumbre y la santidad”, destacó la centralidad del sacramento de la Eucaristía como alimento y signo de vida para los cristianos y llamó a los argentinos a no reemplazar ese “pan” por otro no “verdadero”.



El cardenal Bergoglio recordó que “el Señor nos pide que lo ayudemos a repartirse como Pan, quiere estar cerca de la gente que lo necesita a través de nuestras manos. Jesucristo, Pan de vida quiere que lo ayudemos a darse, a partirse para estar, a ser pan para alimentar y a repartirse para unir, para unirnos a todos en torno a sí: a nuestras familias y a nuestro pueblo argentino”.




4 de junio de 2010

FIESTA DE CORPUS CHRISTI

Todos, sacerdotes y fieles, nos nutrimos de la misma Eucaristía, todos nos postramos a adorarla".

BENEDICTO XVI
Algunos fragmentos de su Homilía en la Solemnidad del “Corpus Christi” ROMA, jueves 3 de junio de 2010


Queridos hermanos y hermanas:
El sacerdocio del Nuevo Testamento está estrechamente ligado a la Eucaristía. Por esto hoy, en la solemnidad del Corpus Domini y casi al término del Año Sacerdotal, somos invitados a meditar sobre la relación entre la Eucaristía y el Sacerdocio de Cristo. (…)
El salmo, contiene en la última estrofa una expresión solemne, un juramento de Dios mismo, que declara al Rey Mesías: “Tú eres sacerdote para siempre / a semejanza de Melquisedec" (Sal 110,4); así el Mesías es proclamado no sólo Rey, sino también Sacerdote. (…) "Tu eres sacerdote para siempre, Cristo Señor": casi una profesión de fe, que adquiere un particular significado en la fiesta de hoy. Es la alegría de la comunidad, la alegría de la Iglesia entera, que contemplando y adorando al Santísimo Sacramento, reconoce en él la presencia real y permanente de Jesús sumo y eterno Sacerdote. (…)
¿En qué sentido Jesús es sacerdote? Nos lo dice precisamente la Eucaristía. Podemos volver a partir de esas sencillas palabras que describen a Melquisedec: “ofreció pan y vino” (Gn 14,18). Y esto es lo que hizo Jesús en la Última Cena: ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y a su propia misión. (…) la pasión de Cristo se presenta como una oración y como una ofrenda. Jesús afronta su “hora”, que lo conduce a la muerte de cruz, inmerso en una profunda oración, que consiste en la unión de su propia voluntad con la del Padre. Esta doble y única voluntad es una voluntad de amor. Vivida en esta oración, la trágica prueba que Jesús afronta es transformada en ofrenda, en sacrificio viviente.
(…)“Aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia”. El sacerdocio de Cristo comporta el sufrimiento. Jesús ha sufrido verdaderamente, y lo ha hecho por nosotros. (…) A través de este proceso Jesús ha sido “perfeccionado” , en griego teleiotheis. Éste indica el cumplimiento de un camino, es decir, precisamente el camino de educación y transformación del Hijo de Dios mediante el sufrimiento, mediante la pasión dolorosa. Es gracias a esta transformación que Jesucristo se ha convertido en "sumo sacerdote" y puede salvar a todos aquellos que se confían a Él.(…)
Volvamos, en nuestra meditación, a la Eucaristía, que dentro de poco estará en el centro de nuestra asamblea litúrgica. En ella Jesús anticipó su Sacrificio, un Sacrificio no ritual, sino personal. (…)Esta es la obra del sacerdocio de Cristo, que la Iglesia ha heredado y prolonga en la historia, en la doble forma del sacerdocio común de los bautizados y del ordenado de los ministros, para transformar el mundo con el amor de Dios. Todos, sacerdotes y fieles, nos nutrimos de la misma Eucaristía, todos nos postramos a adorarLa, porque en ella está presente nuestro Maestro y Señor, está presente el verdadero Cuerpo de Jesús, Víctima y Sacerdote, salvación del mundo. ¡Venid, exultemos con cantos de alegría! ¡Venid, adoremos! Amén.

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