4 de abril de 2010
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
"EL SEÑOR ESTÁ CON NOSOTROS"
“Resucitó al tercer día según las Escrituras”. Cada domingo, en el Credo, renovamos nuestra profesión de fe en la resurrección de Cristo, acontecimiento sorprendente que constituye la clave de bóveda del cristianismo.
Cada año, en el “santísimo Triduo de Cristo crucificado, muerto y resucitado”, como lo llama san Agustín, la Iglesia recorre, en un clima de oración y penitencia, las etapas conclusivas de la vida terrena de Jesús: su condena a muerte, la subida al Calvario llevando la cruz, su sacrificio por nuestra salvación y su sepultura.
Toda la liturgia del tiempo pascual canta la certeza y la alegría de la resurrección de Cristo.
“La fe de los cristianos –afirma san Agustín- es la resurrección de Cristo”. Los Hechos de los Apóstoles lo explican claramente: “Dios dio a todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos” (Hch 17,31). San Pablo escribe en la carta a los Romanos: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10, 9).
“Si Cristo no resucitó, -decía el apóstol san Pablo- es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe” (1 Co 15, 14). Pero ¡resucitó!
El anuncio que en estos días volvemos a escuchar sin cesar es precisamente este: ¡Jesús ha resucitado! Es “el que vive” (Ap 1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.
El evangelista san Lucas refiere: “Sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los iba dando” (Lc 24, 30).
Fue precisamente en ese momento cuando se abrieron los ojos de los dos discípulos y lo reconocieron, “pero él desapareció de su lado” (Lc 24, 31). Y ellos, llenos de asombro y alegría, comentaron: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32).
El Señor está con nosotros, nos muestra el camino verdadero. Como los dos discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan, así hoy, al partir el pan, también nosotros reconocemos su presencia.
Los discípulos de Emaús lo reconocieron y se acordaron de los momentos en que Jesús había partido el pan. Y este partir el pan nos hace pensar precisamente en la primera Eucaristía, celebrada en el contexto de la última cena, donde Jesús partió el pan y así anticipó su muerte y su resurrección, dándose a sí mismo a los discípulos.
Jesús parte el pan también con nosotros y para nosotros, se hace presente con nosotros en la santa Eucaristía, se nos da a sí mismo y abre nuestro corazón.
En la santa Eucaristía, en el encuentro con su Palabra, también nosotros podemos encontrar y conocer a Jesús en la mesa de la Palabra y en la mesa del Pan y del Vino consagrados.
Queridos hermanos y hermanas, que la alegría de estos días afiance nuestra adhesión fiel a Cristo crucificado y resucitado. Sobre todo, dejémonos conquistar por la fascinación de su resurrección. Que María nos ayude a ser mensajeros de la luz y de la alegría de la Pascua para muchos hermanos nuestros.
De nuevo os deseo a todos una feliz Pascua.
PAPA BENEDICTO XVI.
(Extraído de la audiencia general concedida en la plaza de San Pedro por el Papa Benedicto XVI,26 de marzo de 2008)
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