10 de noviembre de 2009


LA HORA QUE DA SENTIDO A MI DÍA
-Arzobispo Fulton J. Sheen- (parte1)
apóstol de la Hora Santa ante el Santísimo Sacramento



"En el día de mi Ordenación, tomé dos decisiones:

1. Que ofrecería la Sagrada Eucaristía todos los sábados, en honor a la Santa Madre, para implorar su protección sobre mi sacerdocio. (La Epístola a los Hebreos ordena al sacerdote ofrecer sacrificios no sólo por los demás, sino también por sí mismo, ya que sus pecados son mayores debido a la dignidad de su oficio).

2. Resolví también que todos los días pasaría una Hora Santa en presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

He mantenido ambas decisiones en el curso de mi sacerdocio. La Hora Santa se originó en una práctica que desarrollé un año antes de ser ordenado. La capilla grande del Seminario de San Pablo cerraba a las seis de la tarde; todavía había capillas privadas disponibles para devociones privadas y oraciones nocturnas. Esa tarde en particular, durante el recreo, caminé durante casi una hora, de un lado a otro, por la parte de afuera de la capilla mayor. Un pensamiento me surgió –¿Por qué no hacer una Hora Santa de adoración en presencia del Santísimo Sacramento?-


Empecé al día siguiente, hoy la práctica ya lleva más de sesenta años.

Expondré brevemente algunas razones por las que he mantenido esta práctica, y por lo que la he fomentado en los demás.

Primero, la Hora Santa no es una devoción; es una participación en la obra de la Redención. En el Evangelio de san Juan, Nuestro Santísimo Señor usó las palabras ´hora´ y ´día´ en dos connotaciones totalmente diferentes. ´Día´ pertenece a Dios; la ´hora´ pertenece al maligno. Siete veces en el Evangelio de san Juan, se usa la palabra ´hora´, y en cada instancia se refiere al demonio, y a los momentos en los que Cristo ya no está en las Manos del Padre, sino en las manos de los hombres. En el huerto de Getsemaní, Nuestro Señor contrastó dos ´horas´ –una era la hora del mal ´esta es vuestra hora´– con la que Judas pudo apagar las luces del mundo. En contraste, Nuestro Señor preguntó: ´¿No pueden velar una hora Conmigo?´ En otras palabras, Él pidió una hora de reparación para combatir la hora del mal; una hora de unión víctima con la Cruz para sobreponernos al anti-amor del pecado.

En segundo lugar, la única vez que Nuestro Señor les pidió algo a sus Apóstoles, fue la noche de su agonía. No se lo pidió a todos... tal vez porque sabía que no podía contar con su fidelidad. Pero al menos esperaba que tres le fueran fieles, Pedro, Santiago y Juan. Desde ese momento, y muy seguido en la historia de la Iglesia, el mal está despierto, pero los discípulos están durmiendo. Es por eso que de Su angustiado y solitario Corazón salió el suspiro:´¿No pueden velar tan solo una hora Conmigo?´.El no rogaba por una hora de actividad, sino por una hora de compañía.

La tercera razón por la que mantengo la Hora Santa es para crecer más y más a semejanza de Él.
Como lo plantea san Pablo: ´Nos transformamos en aquello en lo que fijamos nuestra mirada´. Al contemplar el atardecer, la cara toma un resplandor dorado. Al contemplar al Señor Eucarístico una hora, transforma el corazón de un modo misterioso, así como el rostro de Moisés se transformó luego de Su compañía con Dios en la montaña.

Nos pasa algo parecido a lo que les pasó a los discípulos de Emaus, el domingo de Pascua por la tarde, cuando el Señor los encontró. Él les preguntó por qué estaban tan tristes, y después de pasar algún tiempo en Su presencia, y oír nuevamente el secreto de la espiritualidad –´El Hijo del Hombre debe sufrir para entrar en Su Gloria´– el tiempo de estar con Él terminó, y sus ´corazones ardían´.

1 comentario:

  1. La Eucaristía es el sacramento de la perseverancia. Cada vez que paticipamos de ella reovamos nuestro juramento de fidelidad con Dios.

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