¿Cuántos cristianos han dado su vida por defender
a Jesucristo sacramentado, ese loco de amor? ¡Mártires de la Eucaristía!
En los más de dos mil años que viene durando
esta entrega suya, este anonadamiento, este quedarse entre nosotros y dentro,
miles de cristianos han recibido la gracia de dar su vida por amor a la
Eucaristía.
En Roma, en la Vía Apia
fue martirizado Tarsicio, acólito. Los paganos lo encontraron cuando
transportaba el sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba.
Tarsicio quería cumplir aquello que dijo Jesús: «No arrojen las perlas a los
cerdos», y se negó a responder. Los paganos lo apedrearon y apalearon hasta que
exhaló el último suspiro pero no pudieron encontrar el sacramento de Cristo ni
en sus manos, ni en sus vestidos. Los cristianos recogieron el cuerpo de
Tarsicio y le dieron honrosa sepultura en el cementerio de Calixto
(Martirologio Romano)
En el siglo III
Tarsicio fue muerto a palos. Diecisiete siglos después muere a culatazos una
niña china. Nos ha llegado el relato de su martirio a través de una entrevista
que realizaron al arzobispo Fulton J.
Sheen (1895-1979), quien declaró que su mayor inspiración fue una niña china de
once años de edad:
Cuando los comunistas
se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca
de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los
Comunistas penetraron en la iglesia y se dirigieron al santuario. Llenos de
odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al suelo,
esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote
sabía exactamente cuántas Hostias contenía el copón: Treinta y dos.
Cuando los comunistas
se retiraron al parecer no repararon en la presencia de una niñita que rezaba
en la parte de atrás de la iglesia, y que había visto todo lo sucedido.
Esa noche la pequeña
regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró a la iglesia.
Allí hizo una hora santa de oración para reparar el acto de odio. Después se
arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la
Sagrada Comunión (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la
Eucaristía con sus manos).
La niña continuó
regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucaristía
en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la
última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este
corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su
rifle.
Este acto de martirio
heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba
desde la ventana de su cuarto convertido en celda.
Cuando el Obispo Sheen
escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una
hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días, por el resto
de su vida.
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