8 de diciembre de 2015

Hora Santa al comenzar el Año de la Misericordia invocando la intercesión de María


Carísima Madre mía María, ¡no sé cómo comenzar a agradecerte el amor tan particular que me tienes!… Sólo atino a prometerte perpetua fidelidad y amor como a quien eres la Madre del Amor y mi Madre misericordiosa.

—Y también, hijo mío, te mantendrás fiel a Jesús en este Sacramento y enamorado del Objeto único de tu amor… Y me imitarás en mi amor a Jesús Sacramentado.

—Oh María, ¿cómo podré imitarte en ese amor desconociéndolo? ¡Cómo quisiera, Madre misericordiosa mía, una lección tuya al respecto!…



—Hijo, tu deseo es mío: que comiences a amar a Jesús en este Sacramento según sus méritos y mi ejemplo. Ten presente, entonces, hijo mío, que Jesús se quedó en esta tierra en el adorable Sacramento del Altar concentrando sus miras en mí, aunque eso no le impidiera extenderlas a la humanidad toda. Suyo por mí, lo mismo que mío por Él, tanto amor cupo y hubo, cuanto nunca podría caber ni haber en el resto de la especie. Luego, fue eminentemente por mí que Él instituyó este Sacramento de Amor… A fuerza de tanto amar a Jesús en su vida, Él mismo se hizo substancia y subsistencia para mi vida… ¿Cómo habría podido yo sobrevivir desterrada tantos años si, ascendido al Cielo, mi Hijo me hubiera faltado en el Sacramento del Amor?…

Hijo mío, te dejo ahora ponderar el modo y grado en que Jesús era mi vida en este Sacramento… Entra con el espíritu en el Cenáculo donde tuvieron sus albores los misterios eucarísticos… Ya celebrase Misa San Pedro, o mi carísimo hijo San Juan, o Santiago… Allí siempre estaba yo de hinojos entre mis amados, los primeros cristianos… ¡Con qué fervor y entusiasmo anticipaba el descenso de mi Hijo Jesús al Altar como nuestra amorosa Víctima!… ¡Cómo se fundían ahí los corazones de hijo y madre!… ¡Cómo aguardaba el gran momento de recibir en mi pecho a mi amado Hijo!… Por un lado, el amor me hacía volar por unirme a Él; por otro lado, el pensamiento de su grandeza y santidad me escalofriaba… ¡Veía mi miseria indigna no sólo de recibirlo, sino hasta de hollar la tierra santificada con su presencia!…

—¡Qué diferencia, María, entre tus comuniones y las mías!… Si tú te veías indigna de recibir a Jesús, ¿qué diré de mí mismo?…

—¿Y quién sería jamás digno de recibir a Jesús?… ¡Su santidad y grandeza infinitas a nadie dejan capaz de recibirlas con adecuación!… Pero ten por cierto, hijo mío, que lo complacerás acercándote a Él con humildad y amor. Hazle ofrenda de la humildad y del amor con que yo lo recibía, y lo complacerás más aún.

—Madre misericordiosa mía, ¿de qué modo manifestaré mi amor a Jesús en este Sacramento?…

—Siguiendo mi ejemplo, el de tu Madre amada. Tras la Ascensión de Jesús al Cielo, pasé mi vida a sus propios pies en este Sacramento de Amor. Yo fui la adoratriz perpetua de Jesús Sacramentado. ¡Qué de gracias me infundía mi Hijo Jesús en mis adoraciones!… ¡Con qué dilección filial contentaba el Corazón de su Madre!… Cual dictaban mis anhelos, tal lo veía yo en el Sagrario… ya como nació en la gruta de Belén… ya en su infancia… o en la edad cuando se me perdió… ora joven… ora en cada etapa de la Pasión… o bien en la gloria de su Resurrección…

Hijo mío: lo que yo veía con mis ojos, tú puedes traerlo a tu mente con fe viva, y contemplar a Jesús, en el Sagrario, o expuesto para ser adorado, o en la Comunión, tal como se me aparecía a mí…

—Oh María, tú realmente eres la adoratriz más perfecta y digna, la verdadera Maestra de cuantos, siglo tras siglo, se harían devotos cabales de Jesús Sacramentado!

—Hijo, sé también tú adorador verdadero y devoto cabal de mi amado Jesús en el Santísimo Sacramento. Esté tu mente siempre puesta en el Sagrario. Dondequiera que ores, recógete aquí con Jesús. Envía con tu Ángel Custodio frecuentes actos de caridad, fe y esperanza a tu Prisionero amoroso… Dondequiera que divises una iglesia donde Él esté hospedado en el Santísimo, envíale un acto de caridad, de desagravio y de comunión espiritual…

¡Ah, hijo mío, si supieras el bien que se esconde en estas prácticas; si supieras las gracias que te pueden atraer; si supieras el gusto que dan a Jesús y placer a mi Corazón, seguro que nunca las omitirías!… Y no las creas difíciles. Al primer poco de atención que prestas… Jesús ya te da verdadero amor a Sí mismo presente en el Sagrario. ¿Y después? ¡Después tu corazón irá por sí solo a encontrar el objeto de su amor!

—Oh María, agradecido te prometo cumplir con todo lo que tan amorosamente me has prescrito. De hoy en más, nunca olvidaré a tu amado Hijo Jesús en este adorable Sacramento. Vendré frecuentemente al Sagrario a visitarlo y, cuando estuviere impedido de hacerlo con el cuerpo, vendré con el alma para ofrecerle asiduo todos mis pensamientos, deseos y afectos, la plenitud de mi amor.

—Y de ese modo, carísimo hijo mío, tú serás todo de Jesús Sacramentado, como todo tuyo es Él en el Sagrario. Y así Jesús formará en tu alma su amor divino, aquel amor que te hará feliz en esta vida, en el punto de la muerte y en la eternidad.

Y para que así se te cumpla, hijo mío, antes de alejarte de este lugar sagrado ofrece a tu amado Jesús tu corazón con todos sus afectos, por este momento y por tu vida entera.

—Sí, amada Madre de Jesús y mía, antes de retirarme de la presencia de mi prisionero amoroso, le ofrezco mi corazón con todos sus afectos; y tú ratifícame este ofrecimiento:

«Oh Jesús, carísimo y amadísimo Hijo de mi Madre misericordiosa la Virgen María, estoy para alejarme de tu presencia real en este Sacramento, pero si me alejo de cuerpo, no lo haré de intención. Por las manos de María dejo mi corazón en el Sagrario contigo. Tú eres mi único Tesoro, y si, como tú mismo dijiste: “el corazón está donde su tesoro”, de hoy en más el núcleo de mi vida estará en el Sagrario. Yo me voy, me alejo de este lugar, pero mi corazón está aquí y aquí quedará, y no se mudará sino a la tumba, para pasar a amarte, oh Jesús, y gozarte en la eternidad»…

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