1. El Misterio de la
Eucaristía. Quienes escuchaban esta sorprendente y misteriosa enseñanza fueron
sometidos a prueba. Para nosotros, familiarizados con la Eucaristía, es fácil
entenderlo, pero, para aquel auditorio no lo fue. El Maestro, siempre dispuesto
a abajarse, no temió que entonces no lo entendieran y no hizo el menor esfuerzo
para retener a su lado a los más cuestionadores. Lo que afirmó en su momento lo
reconfirmó con los mismos términos: "Porque mi carne es la verdadera
comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él" (Juan 6, 55-56). La prolongada historia de la
Iglesia prueba, con suficiente claridad, que en la Cena del jueves, previa a su
muerte, es superado lo puramente simbólico, y el pan y el vino sufren una
sustancial transformación. El pan, sin abandonar su carácter de alimento, ha
dejado de ser pan, lo mismo el vino, sin perder su carácter de bebida, ha
dejado de ser vino. Es Cristo mismo, su Carne y su Sangre, en su paso de la
cruz a la Resurrección. De esa manera se constituye en el alimento que causa la
Vida eterna, para quienes deciden vivir en Él, constituyéndolo en la fuerza
vitalizadora que sostenga y oriente su temporal peregrinaje.
2.- La banalización de
los valores. Los hombres banalizamos los valores más puros y espirituales de
nuestra existencia terrena. Es porque nuestro interior no ha despertado aún de
su letargo banal. Para ello se impone que nos miremos en el espejo de nuestra
actual historia sin avergonzarnos de ella. Ser conscientes de los propios
límites, como lo lograron Pedro y los Apóstoles, despeja el camino de tantos
estorbos diseminados por la soberbia y la vanidad. Jesús les enseñó a ser
humildes y a confiar en Él. Desde el reconocimiento de sus miserias y pecados
aquellos hombres descubrieron quién era Jesús y lograron asimilar sus
enseñanzas. De esa manera se pusieron en condiciones inmejorables de transmitir
la Verdad aprendida. Asi lo hicieron al poner los cimientos de la Iglesia sobre
el sagrado ministerio recibido de Cristo. Así lo formula San Pablo, al
referirse a las relaciones entre el ministerio apostólico y la Iglesia:
"fundada sobre los Apóstoles y Profetas...". El ministerio, que hoy
ejercen el Papa y los Obispos, con la necesaria inclusión de los presbíteros y
diáconos, se constituye, sin duda, en fundamento de la Iglesia, cuya solidez
proviene de Cristo mismo: "Piedra angular" y "Cabeza
invisible". Dicha identificación de la Iglesia con Cristo, hace posible la
relación del Redentor con el mundo necesitado de redención.
3.- Cristo, el alimento
de nuestra fidelidad. La Eucaristía, que es la carne de Cristo, hecha el
alimento necesario para la fidelidad de quienes lo siguen, es el tesoro
principal de la Iglesia. Santos, como San Juan María Vianney y el Beato Carlos
de Foucauld, la identificaban con Cristo. "Es Él" - aseguraban con
absoluta certeza. De su fe procedía ese ejemplar convencimiento. La palabra de
Jesús, pronunciada durante la Cena pascual, constituye para ellos, y lo es hoy
para nosotros, la prueba segura de esa transformación. El Sacramento hace
realidad lo que Jesús anuncia de manera descarnada en el texto de Juan, recién
proclamado. En dos mil años de celebración eucarística la Iglesia aprendió a
interpretar correctamente lo que constituyó, en aquel momento, causa de
consternación y escándalo: "Después de oírlo, muchos de sus discípulos
decían: 'Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? ". (Juan 6, 60).
Jesús imprime, en sus afirmaciones, un crudo realismo, sostenido sin
paliativos, cuando se trata de enfrentar el ánimo asustadizo de algunos
seguidores. Con esa actitud deja de manifiesto que su enseñanza no abriga el
propósito de contentar a todos. Está al servicio de la Verdad. Y la verdad,
como lo he expresado hace algunos años, es como el alcohol: cuando la piel está
sana, suaviza y refresca; cuando no es así, causa un doloroso escozor, que,
bien soportado, cura del error y de la corrupción. Hay quienes no soportan la
verdad, o "la buena doctrina" y, por lo mismo, rehúsan ser curados.
4.- La imposibilidad de
ser fieles al Evangelio y contentar a todos. Un prelado italiano, beatificado
por la Iglesia, afirmaba: "Ser evangélico y contentar a todos es
imposible". Es la cuestión que el Santo Padre Francisco se planteará
diariamente, ante los múltiples desafíos del mundo a su ministerio apostólico.
Me consta que pondrá todas sus energías por ser fiel a Jesús, el Evangelio del
Padre. Ello le atraerá muchas incomprensiones, tanto del exterior como del
interior de la Iglesia que debe gobernar. Su confianza en la intercesión orante
de todos, aún de quienes están más alejados de la fe, indica hasta qué punto se
siente necesitado de la gracia de Dios. Su fe, que confirma a sus hermanos, se
nutre de su Señor y Maestro, hecho Palabra, Eucaristía y Amigo. Es conveniente
aprender esa verdad de su magisterio. Supone trascender la espectacular
atracción de su figura para dar lugar a su mensaje de Pastor Universal.+
Mons. Castagna, arzobispo emérito de Corrientes
¡Excelente reflexión del arzobispo emérito de Corrientes!
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