15 de agosto de 2015

Eucaristía y valores


1. El Misterio de la Eucaristía. Quienes escuchaban esta sorprendente y misteriosa enseñanza fueron sometidos a prueba. Para nosotros, familiarizados con la Eucaristía, es fácil entenderlo, pero, para aquel auditorio no lo fue. El Maestro, siempre dispuesto a abajarse, no temió que entonces no lo entendieran y no hizo el menor esfuerzo para retener a su lado a los más cuestionadores. Lo que afirmó en su momento lo reconfirmó con los mismos términos: "Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Juan 6, 55-56). La prolongada historia de la Iglesia prueba, con suficiente claridad, que en la Cena del jueves, previa a su muerte, es superado lo puramente simbólico, y el pan y el vino sufren una sustancial transformación. El pan, sin abandonar su carácter de alimento, ha dejado de ser pan, lo mismo el vino, sin perder su carácter de bebida, ha dejado de ser vino. Es Cristo mismo, su Carne y su Sangre, en su paso de la cruz a la Resurrección. De esa manera se constituye en el alimento que causa la Vida eterna, para quienes deciden vivir en Él, constituyéndolo en la fuerza vitalizadora que sostenga y oriente su temporal peregrinaje.



2.- La banalización de los valores. Los hombres banalizamos los valores más puros y espirituales de nuestra existencia terrena. Es porque nuestro interior no ha despertado aún de su letargo banal. Para ello se impone que nos miremos en el espejo de nuestra actual historia sin avergonzarnos de ella. Ser conscientes de los propios límites, como lo lograron Pedro y los Apóstoles, despeja el camino de tantos estorbos diseminados por la soberbia y la vanidad. Jesús les enseñó a ser humildes y a confiar en Él. Desde el reconocimiento de sus miserias y pecados aquellos hombres descubrieron quién era Jesús y lograron asimilar sus enseñanzas. De esa manera se pusieron en condiciones inmejorables de transmitir la Verdad aprendida. Asi lo hicieron al poner los cimientos de la Iglesia sobre el sagrado ministerio recibido de Cristo. Así lo formula San Pablo, al referirse a las relaciones entre el ministerio apostólico y la Iglesia: "fundada sobre los Apóstoles y Profetas...". El ministerio, que hoy ejercen el Papa y los Obispos, con la necesaria inclusión de los presbíteros y diáconos, se constituye, sin duda, en fundamento de la Iglesia, cuya solidez proviene de Cristo mismo: "Piedra angular" y "Cabeza invisible". Dicha identificación de la Iglesia con Cristo, hace posible la relación del Redentor con el mundo necesitado de redención.

3.- Cristo, el alimento de nuestra fidelidad. La Eucaristía, que es la carne de Cristo, hecha el alimento necesario para la fidelidad de quienes lo siguen, es el tesoro principal de la Iglesia. Santos, como San Juan María Vianney y el Beato Carlos de Foucauld, la identificaban con Cristo. "Es Él" - aseguraban con absoluta certeza. De su fe procedía ese ejemplar convencimiento. La palabra de Jesús, pronunciada durante la Cena pascual, constituye para ellos, y lo es hoy para nosotros, la prueba segura de esa transformación. El Sacramento hace realidad lo que Jesús anuncia de manera descarnada en el texto de Juan, recién proclamado. En dos mil años de celebración eucarística la Iglesia aprendió a interpretar correctamente lo que constituyó, en aquel momento, causa de consternación y escándalo: "Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: 'Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? ". (Juan 6, 60). Jesús imprime, en sus afirmaciones, un crudo realismo, sostenido sin paliativos, cuando se trata de enfrentar el ánimo asustadizo de algunos seguidores. Con esa actitud deja de manifiesto que su enseñanza no abriga el propósito de contentar a todos. Está al servicio de la Verdad. Y la verdad, como lo he expresado hace algunos años, es como el alcohol: cuando la piel está sana, suaviza y refresca; cuando no es así, causa un doloroso escozor, que, bien soportado, cura del error y de la corrupción. Hay quienes no soportan la verdad, o "la buena doctrina" y, por lo mismo, rehúsan ser curados.


4.- La imposibilidad de ser fieles al Evangelio y contentar a todos. Un prelado italiano, beatificado por la Iglesia, afirmaba: "Ser evangélico y contentar a todos es imposible". Es la cuestión que el Santo Padre Francisco se planteará diariamente, ante los múltiples desafíos del mundo a su ministerio apostólico. Me consta que pondrá todas sus energías por ser fiel a Jesús, el Evangelio del Padre. Ello le atraerá muchas incomprensiones, tanto del exterior como del interior de la Iglesia que debe gobernar. Su confianza en la intercesión orante de todos, aún de quienes están más alejados de la fe, indica hasta qué punto se siente necesitado de la gracia de Dios. Su fe, que confirma a sus hermanos, se nutre de su Señor y Maestro, hecho Palabra, Eucaristía y Amigo. Es conveniente aprender esa verdad de su magisterio. Supone trascender la espectacular atracción de su figura para dar lugar a su mensaje de Pastor Universal.+

Mons. Castagna, arzobispo emérito de Corrientes

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