10 de mayo de 2015

VI Domingo de Pascua: comentario a la Liturgia de la Palabra de la Misa


Queridos hermanos y hermanas:

Es grande mi alegría por poder partir con vosotros el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Os saludo cordialmente a todos y os agradezco la calurosa acogida. Saludo a vuestro pastor, monseñor Riccardo Fontana, al que agradezco las amables palabras de bienvenida; a los demás obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los representantes de las asociaciones y los movimientos eclesiales. Un deferente saludo al alcalde, abogado Giuseppe Fanfani, al que agradezco sus palabras de saludo; al senador Mario Monti, presidente del Consejo de ministros, y a las demás autoridades civiles y militares. Expreso mi agradecimiento de modo especial a quienes han colaborado generosamente para esta visita pastoral.

Hoy me acoge una Iglesia antigua, experta en relaciones y benemérita por su compromiso durante siglos para construir la ciudad del hombre a imagen de la ciudad de Dios. Efectivamente, en tierra de Toscana, la comunidad de Arezzo se ha distinguido muchas veces en la historia por el sentido de libertad y la capacidad de diálogo entre componentes sociales diversos. Al venir por primera vez entre vosotros, mi deseo es que la ciudad sepa siempre hacer fructificar esta valiosa herencia.

En los siglos pasados la Iglesia que está en Arezzo se enriqueció y animó con múltiples expresiones de la fe cristiana, entre las cuales la más alta es la de los santos. Pienso, en particular, en san Donato, vuestro patrono, cuyo testimonio de vida, que fascinó a la cristiandad del Medievo, sigue siendo actual. Fue un evangelizador intrépido, para que todos se libraran de las costumbres paganas y encontraran en la Palabra de Dios la fuerza para afirmar la dignidad de toda persona y el verdadero sentido de la libertad. A través de su predicación llevó a la unidad, con la oración y la Eucaristía, a los pueblos de los que fue obispo. El cáliz roto y recompuesto por san Donato, del que habla san Gregorio Magno (cf. Diálogos I, 7, 3), es imagen de la obra pacificadora llevada a cabo por la Iglesia en el seno de la sociedad, para el bien común. Así lo atestigua en favor vuestro san Pedro Damián y con él la gran tradición camaldulense que desde hace miles de años, partiendo del Casentino, ofrece su riqueza espiritual a esta Iglesia diocesana y a la Iglesia universal.

En vuestra catedral está sepultado el beato Gregorio X, Papa, como para mostrar, en la diversidad de los tiempos y de las culturas, la continuidad del servicio que la Iglesia de Cristo quiere prestar al mundo. Sostenido por la luz que venía de las nacientes Órdenes mendicantes, de teólogos y santos, entre los cuales santo Tomás de Aquino y san Buenaventura de Bagnoregio, afrontó los grandes problemas de su tiempo: la reforma de la Iglesia; la recomposición del cisma con el Oriente cristiano, que intentó realizar con el concilio de Lyon; la atención a Tierra Santa; la paz y las relaciones entre los pueblos: él fue el primero en Occidente en tener un intercambio de embajadores con el Kublai Kan de China.



Queridos amigos, la primera lectura nos ha presentado un momento importante en el que se manifiesta precisamente la universalidad del mensaje cristiano y de la Iglesia: san Pedro, en la casa de Cornelio, bautizó a los primeros paganos. En el Antiguo Testamento Dios había querido que la bendición del pueblo judío no fuera exclusiva, sino que se extendiera a todas las naciones. Desde la llamada de Abrahán había dicho: «En ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn 12, 3). Y así Pedro, inspirado desde lo alto, comprende que «Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea» (Hch 10, 34-35). El gesto realizado por Pedro se convierte en imagen de la Iglesia abierta a toda la humanidad. Siguiendo la gran tradición de vuestra Iglesia y de vuestras comunidades, sed testigos auténticos del amor de Dios hacia todos.

Pero, ¿cómo podemos nosotros, con nuestra debilidad, llevar este amor? San Juan, en la segunda lectura, nos ha dicho con fuerza que la liberación del pecado y de sus consecuencias no es iniciativa nuestra, sino de Dios. No hemos sido nosotros quienes lo hemos amado a él, sino que es él quien nos ha amado a nosotros y ha tomado sobre sí nuestro pecado y lo ha lavado con la sangre de Cristo. Dios nos ha amado primero y quiere que entremos en su comunión de amor, para colaborar en su obra redentora.

En el pasaje del Evangelio ha resonado la invitación del Señor: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16). Son palabras dirigidas de modo específico a los Apóstoles, pero, en sentido amplio, conciernen a todos los discípulos de Jesús. Toda la Iglesia, todos nosotros hemos sido enviados al mundo para llevar el Evangelio y la salvación. Pero la iniciativa siempre es de Dios, que llama a los múltiples ministerios, para que cada uno realice su propia parte para el bien común. Llamados al sacerdocio ministerial, a la vida consagrada, a la vida conyugal, al compromiso en el mundo, a todos se les pide que respondan con generosidad al Señor, sostenidos por su Palabra, que nos tranquiliza: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (ib.).

Queridos amigos, conozco el compromiso de vuestra Iglesia para promover la vida cristiana. Sed fermento en la sociedad, sed cristianos presentes, emprendedores y coherentes. La ciudad de Arezzo resume, en su historia plurimilenaria, expresiones significativas de culturas y de valores. Entre los tesoros de vuestra tradición está el orgullo de una identidad cristiana, testimoniada por tantos signos y por devociones arraigadas, como la que tributáis a la Virgen del Consuelo. Esta tierra, donde nacieron grandes personalidades del Renacimiento, desde Petrarca hasta Vasari, ha desempeñado un papel activo en la consolidación de la concepción del hombre que ha influido en la historia de Europa, poniendo énfasis en los valores cristianos. Incluso en tiempos recientes, pertenece al patrimonio ideal de la ciudad lo que algunos entre sus mejores hijos, en la investigación universitaria y en las sedes institucionales, han sabido elaborar sobre el concepto mismo de civitas, declinando el ideal cristiano de la edad comunal en las categorías de nuestro tiempo. En el contexto de la Iglesia en Italia, comprometida en este decenio en el tema de la educación, debemos preguntarnos, sobre todo en la región que es patria del Renacimiento, qué visión del hombre somos capaces de proponer a las nuevas generaciones. La Palabra de Dios que hemos escuchado es una fuerte invitación a vivir el amor de Dios a todos, y la cultura de estas tierras, entre sus valores distintivos, la solidaridad, la atención a los más débiles, el respeto de la dignidad de cada uno. Es muy conocida la acogida, que también en tiempos recientes habéis sabido dar a quienes han venido en busca de libertad y de trabajo. Ser solidarios con los pobres es reconocer el proyecto de Dios Creador, que ha hecho de todos una sola familia.

Ciertamente, también vuestra provincia está fuertemente probada por la crisis económica. La complejidad de los problemas hace difícil encontrar las soluciones más rápidas y eficaces para salir de la situación actual, que afecta de modo especial a los estratos más débiles y preocupa mucho a los jóvenes. La atención a los demás, desde siglos remotos, ha impulsado a la Iglesia a hacerse solidaria concretamente con quienes sufren necesidad, compartiendo recursos, promoviendo estilos de vida más esenciales, contrastando la cultura de lo efímero, que ha engañado a muchos, produciendo una profunda crisis espiritual. Esta Iglesia diocesana, enriquecida por el testimonio luminoso del Poverello de Asís, debe seguir siendo atenta y solidaria con quienes sufren necesidad, pero debe saber también educar para superar lógicas puramente materialistas, que a menudo caracterizan a nuestro tiempo, y acaban por anublar precisamente el sentido de la solidaridad y de la caridad.

Testimoniar el amor de Dios en la atención a los últimos se conjuga también con la defensa de la vida, desde su primer instante hasta su término natural. En vuestra región asegurar a todos dignidad, salud y derechos fundamentales se siente con razón como un bien irrenunciable. La defensa de la familia, a través de leyes justas y capaces de tutelar también a los más débiles, ha de constituir siempre un punto importante para mantener un tejido social sólido y ofrecer perspectivas de esperanza para el futuro. Como en el Medievo los estatutos de vuestras ciudades fueron instrumento para asegurar a muchos los derechos inalienables, así también hoy ha de proseguir el esfuerzo por promover una ciudad de rostro cada vez más humano. En esto la Iglesia ofrece su contribución para que el amor a Dios vaya siempre acompañado por el amor al prójimo.

Queridos hermanos y hermanas, proseguid el servicio a Dios y al hombre según la enseñanza de Jesús, el luminoso ejemplo de vuestros santos y la tradición de vuestro pueblo. Que en este compromiso os acompañe y sostenga siempre la materna protección de la Virgen del Consuelo, a la que tanto amáis y veneráis. Amén.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Domingo 13 de mayo de 2012


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