Compartimos la
información que llega desde el Blog infocatólica sobre el cardenal Walter
Brandmüller que ha sido una de las principales voces críticas de propuestas
surgidas en el Sínodo extraordinario sobre la Familia del año pasado que
amenazan con subvertir la doctrina católica sobre los sacramentos y la moral.
Fue uno de los cinco cardenales que escribieron el libro «Permaneciendo en la
verdad de Cristo: Matrimonio y comunión en la Iglesia Católica», centrado en
rebatir la propuesta del cardenal Walter Kasper de abrir la comunión a quienes
viven en adulterio.
Preguntas a Brandmüller:
¿Podría presentar una
vez más a nuestros lectores claramente la enseñanza de la Iglesia Católica, lo
que se ha enseñado constantemente a lo largo de los siglos sobre el matrimonio
y su indisolubilidad?
La respuesta se puede
encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica números 1638 a 1642.
¿Puede la Iglesia
admitir a la Sagrada Comunión a parejas vueltas a casar, a pesar de que su
segundo matrimonio no es válido?
Sería posible hacerlo
si las parejas interesadas tomaran la decisión de vivir en adelante como
hermano y hermana. Esta solución vale la pena considerarla especialmente cuando
el cuidado de los hijos no les permite separarse. La decisión de tomar este
camino sería una expresión convincente del arrepentimiento por la situación
anterior y prolongada de adulterio.
¿Puede la Iglesia
tratar el tema del matrimonio de una manera pastoral que se aparte de la
enseñanza constante de la Iglesia? ¿Puede la Iglesia cambiar su propia
enseñanza, sin caer ella misma en herejía?
Es evidente que la
práctica pastoral de la Iglesia no puede permanecer en oposición a la doctrina
vinculante ni simplemente ignorarla. Con una comparación: Un arquitecto quizás
pueda construir un puente más hermoso que los anteriores, pero si no presta
atención a las normas de la ingeniería estructural, corre el riesgo de que su
construcción se derrumbe. De igual modo, cada práctica pastoral tiene que
seguir la Palabra de Dios si no quiere fracasar. Es impensable un cambio de la
doctrina, del dogma. Quien, pese a todo, lo hace, conscientemente, o lo exige
insistentemente, es un hereje, incluso si lleva la púrpura romana.
¿No es también toda la
discusión sobre la admisión a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar
una expresión del hecho de que muchos católicos no creen en la presencia real
sino que más bien creen que lo que reciben en la Comunión no es más que un
pedazo de pan?
De hecho, existe una
contradicción interna indisoluble en alguien que quiere recibir el Cuerpo y la
Sangre de Cristo y unirse con Él, y al mismo tiempo ignora conscientemente sus
mandamientos. ¿En qué consiste? San Pablo dice sobre este asunto: «el que lo come
y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación». Pero ¡tiene Vd.
razón! No todos los católicos creen en la presencia real de Cristo en la hostia
consagrada. Uno puede ver este hecho ya en la forma en que muchos –incluso
sacerdotes– pasan ante el Sagrario sin hacer la genuflexión.
¿Por qué existe en la
actualidad un ataque tan fuerte de este tipo sobre la indisolubilidad del
matrimonio dentro de la Iglesia? Una posible respuesta podría ser que el
espíritu de relativismo ha entrado en la Iglesia, pero debe haber más razones.
¿Podría enumerar algunas? ¿Y no son todas estas razones una señal de crisis de
la fe dentro de la Iglesia misma?
Por supuesto, si
ciertas normas morales que han sido válidas en general, siempre y en todas
partes, dejan de ser aceptadas, entonces todo el mundo se hace su propia ley
moral. Esto tiene como consecuencia que se hace lo que a cada uno le plazca. Se
puede añadir el enfoque individualista de la vida, que la considera únicamente
como una oportunidad para la auto-realización, y no como una misión del
Creador. Es evidente que este tipo de actitudes son la expresión de una pérdida
muy arraigada de la fe.
En este contexto, se
puede afirmar que se ha enseñado poco en las últimas décadas la doctrina sobre
la naturaleza humana caída. La impresión dominante era que el hombre, en
general, es bueno. En mi opinión, esto ha llevado a una actitud laxa hacia el
pecado. Ahora que vemos el resultado de una actitud tan laxa –una explosión de
conductas inhumanas en todas las áreas posibles de la vida humana– ¿no es razón
para que la Iglesia vea que esta enseñanza ha sido confirmada y que por lo
tanto, debe proclamarla de nuevo?
Es cierto lo que dice.
El tema pecado original, con sus consecuencias, la necesidad de la redención a
través del sufrimiento, muerte y resurrección de Cristo ha sido suprimido y
olvidado en gran medida durante un largo periodo de tiempo. Sin embargo, no se
puede entender la historia del mundo –y la propia vida– sin estas verdades. Es
inevitable que hacer caso omiso de las verdades esenciales conduce a desórdenes
morales. Tiene usted razón: verdaderamente se debe volver a predicar sobre este
tema, y con claridad.
El elevado número de
abortos, especialmente en Occidente, ha hecho mucho daño, no sólo a los bebés
muertos, sino también a las mujeres (y hombres) que decidieron matar a sus
hijos. ¿No deberían los prelados de la Iglesia tomar una postura firme sobre
esta terrible verdad y tratar de sacudir las conciencias de aquellos hombres y
mujeres, también por el bien de su salvación? ¿Y no debería la Iglesia defender
con insistencia a los pequeños que no pueden defenderse porque no se les
permite vivir? «Dejad que los pequeños vengan a mí...»
Se puede decir que la
Iglesia, sobre todo con los últimos papas, también con el Papa Francisco, no
deja lugar a dudas sobre el carácter abominable de la matanza en el vientre
materno de los niños por nacer. Esto se aplica sin duda también a todos los
obispos. Sin embargo, otra pregunta es, si y en qué forma, la enseñanza de la
Iglesia ha sido predicada y presentada en el ámbito público. Ahí es donde la
jerarquía sin duda podría hacer más. No hay más que pensar en la participación
de los cardenales y obispos en las marchas pro-vida.
¿Qué medidas
recomendaría usted en la Iglesia para fortalecer la llamada a la santidad y
para mostrar el camino para alcanzarla?
Ciertamente hay que dar
testimonio de la fe de la manera apropiada para cada situación específica. En
qué forma se puede hacer esto, depende de las circunstancias propias. Se abre
todo un campo para la imaginación creativa.
¿Qué diría sobre las
recientes declaraciones del obispo Franz-Josef Bode de que la Iglesia Católica
tiene que adaptarse cada vez más a las «realidades de la vida» de la gente de
hoy en día y ajustar en consecuencia su enseñanza moral? Estoy seguro de que
usted, como historiador de la Iglesia, tiene ante sus ojos otros ejemplos de la
historia de la Iglesia, en la que fue presionada desde fuera para cambiar la
enseñanza de Cristo. ¿Podría enumerar algunos, y cómo la Iglesia respondió en el pasado a este tipo de retos?
Está claro y no es una
novedad que la proclamación de la doctrina de la Iglesia ha de adaptarse a las
situaciones concretas de la vida de la sociedad y del individuo, para que el
mensaje sea escuchado. Pero esto sólo se aplica a la forma de la proclamación,
y de ninguna manera a su contenido inviolable. No es aceptable la adaptación de
la enseñanza moral. «No os conforméis con el mundo», dijo el apóstol san Pablo.
Si el obispo Bode enseña algo diferente, se encuentra en contradicción con la
doctrina de la Iglesia. ¿Es consciente de eso?
¿Es aceptable que a la
Iglesia católica en Alemania se le permitiera seguir su propio camino en la
cuestión de la admisión de las parejas vueltas a casar a la Santa Eucaristía y
con ello decidir de manera independiente de Roma, como el cardenal Reinhard
Marx declaró después de la reciente reunión de la Conferencia Episcopal
Alemana?
Las bien conocidas
declaraciones del cardenal Marx están en contradicción con el dogma de la
Iglesia. Son irresponsables desde el punto de vista pastoral, porque exponen a
los fieles a la confusión y la duda. Si él piensa que puede tomar a nivel
nacional un camino independiente, pone en riesgo la unidad de la Iglesia. Sigue
manteniéndose firme que el magisterio claramente definido es vinculante para la
enseñanza y la práctica en toda la Iglesia.
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