El desarrollo de la
piedad eucarística ha producido en la Iglesia inmensos frutos espirituales. Los
ha producido en la vida interior y mística de todos los santos; por citar
algunos: Juan de Ávila, Teresa, Ignacio, Pascual Bailón, María de la
Encarnación, Margarita María, Pablo de la Cruz, Eymard, Micaela, Antonio María
Claret, Foucauld, Teresa de Calcuta, etc. Ellos, con todo el pueblo cristiano,
contemplando a Jesús en la Eucaristía, han sabido por experiencia qué verdad es
aquello de la Escritura: «contemplad al Señor y quedaréis radiantes» (Sal
33,6).
Pero la devoción
eucarística ha producido también otros maravillosos frutos, que se dan en la
suscitación de vocaciones sacerdotales y religiosas, en la educación cristiana
de los niños, en la piedad de los laicos y de las familias, en la promoción de
obras apostólicas o asistenciales, y en todos los otros campos de la vida
cristiana. Es, pues, una espiritualidad de inmensa fecundidad. «Por sus frutos
los conoceréis» (Mt 7,20).
Hoy, concretamente, en
tantas Iglesias locales, a veces muy decaídas en el amor a Cristo en la
Eucaristía, los movimientos laicales con más vitalidad, y aquellos que más
vocaciones sacerdotales y religiosas suscitan, se caracterizan siempre por su
profunda piedad eucarística.
En verdad, la Iglesia vive de la Eucaristía.
En verdad, la Iglesia vive de la Eucaristía.
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