Ante el planteo que sugiere la posibilidad de la comunión eucarística a los divorciados vueltos a casar presentamos esta disertación del Cardenal Cafarra. Es extensa pero la seriedad del tema merece un tratamiento profundo como el que desarrolla el Cardenal. Sugerimos a nuestros lectores la lectura atenta. Vale la pena, aunque implique un tiempo prolongado, para estar bien formados.
Creo necesario aclarar los
términos, para así poder indicar con rigor conceptual cuál es exactamente el
tema de mi reflexión.
Fe: entiendo la «fides quae» acerca del matrimonio. Es sinónimo de «evangelio
del matrimonio», tanto en el sentido objetivo - lo que el Evangelio propone
sobre el matrimonio -, como en el sentido subjetivo - el Evangelio, la buena
nueva que es el matrimonio -. Quiero subrayar que mi reflexión no trata sobre
la doctrina de la fe acerca del matrimonio considerada per se, sino acerca de
su modo de ser comunicada en un ámbito cultural concreto, el occidental. En
resumen: reflexionaré sobre la comunicación de la propuesta cristiana respecto
al matrimonio dentro de la cultura occidental.
Y paso al segundo término: cultura. Con él entiendo la visión compartida del
matrimonio hoy en Occidente. Por visión entiendo el modo de ver el matrimonio,
expresado sobre todo en los ordenamientos jurídicos de los Estados y en las
declaraciones de los organismos internacionales.
Y entro ya en argumento, dividiendo mi reflexión en
tres tiempos.
En el primero intentaré trazar la condición
cultural por la que atraviesa el matrimonio actualmente en Occidente.
En el segundo intentaré individuar los problemas
fundamentales que esta condición cultural plantea a la propuesta cristiana
sobre el matrimonio.
En el tercero indicaré algunas modalidades
fundamentales con las que se debe proponer, hoy, el Evangelio del matrimonio.
1. Condiciones del matrimonio
«Rari nantes in gurgite vasto» . El famoso verso de
Virgilio fotografía perfectamente la condición del matrimonio en Occidente. El
edificio del matrimonio no ha sido destruido; ha sido deconstruido, desmontado
pieza a pieza. Al final tenemos todas las piezas, pero el edificio ya no
existe.
Siguen existiendo todas las categorías que
constituyen la institución matrimonial: conyugalidad; paternidad-maternidad;
filiación-fraternidad. Pero ya no tienen un significado inequívoco.
¿Por qué y cómo ha sucedido esta deconstrucción?
Empecemos descendiendo en profundidad y constatemos que está en marcha una
institucionalización del matrimonio que prescinde de la determinación biosexual
de la persona. Al separarlo totalmente de la sexualidad propia de cada uno de
los cónyuges, el matrimonio es cada vez más una posibilidad. Esta separación ha
llegado al punto de incluir también la categoría de la paternidad-maternidad.
La consecuencia más importante de esta
«desbiologización» del matrimonio es su reducción a mera emoción privada, sin
una relevancia pública fundamental.
El proceso que ha llevado a la separación de la
institución matrimonial de la identidad sexual de los cónyuges ha sido largo y
complejo.
§ El
primer momento está constituido por el modo de ver la relación de la persona
con el propio cuerpo, un tema que siempre ha acompañado al pensamiento
cristiano. Permítanme que describa cómo han ido las cosas utilizando una
metáfora.
Hay alimentos que una vez ingeridos pueden ser
metabolizados sin crear problemas, ni inmediatos ni remotos; ni causan
indigestión, ni aumentan el colesterol. Hay alimentos que ingeridos son de
difícil digestión. Por último, hay alimentos que son dañinos para el organismo,
también a largo plazo.
El pensamiento cristiano ha ingerido la visión
platónica y neoplatónica del hombre y esta decisión ha creado graves problemas
de «metabolismo». Como les gustaba decir a los teólogos medievales, el vino de
la fe corría el riesgo de transformarse en el agua de Platón, en lugar de que
el agua de Platón se transformase en el vino de la fe.
Agustín vio clara y profundamente que la dificultad
estaba en la «humanitas-humilitas Verbi», en su haberse hecho carne, cuerpo.
La dificultad propiamente teológica no podía no
convertirse también en dificultad antropológica precisamente en lo que
concierne a la relación persona-cuerpo. La gran tesis de Santo Tomás que
afirmaba la unidad sustancial de la persona no ha resultado vencedora.
§ Segundo
momento. La separación del cuerpo de la persona encuentra un nuevo impulso en
la metodología propia de la ciencia moderna, la cual expulsa de su objeto de
estudio cualquier referencia a la subjetividad, en cuanto grandeza no
mensurable. El recorrido de la separación del cuerpo de la persona puede
considerarse sustancialmente concluido: la reducción, la transformación del
cuerpo en puro objeto.
Por un parte el dato biológico es expulsado
progresivamente de la definición de matrimonio; por la otra, y en consecuencia
de lo que concierne a la definición de matrimonio, se convierten en esenciales
las categorías de una subjetividad reducida a pura emotividad.
Me detengo un poco sobre esto. En sustancia, antes
del cambio «desbiologizante», el «genoma» del matrimonio y la familia estaba
constituido por la relación entre dos relaciones: la relación de reciprocidad
(la conyugalidad) y la relación intergeneracional (la genitorialidad). Las tres
relaciones eran intrapersonales: estaban pensadas como relaciones radicadas en
la persona, que no se reducían ciertamente al dato biológico, sino que el dato
biológico era asumido e integrado dentro de la totalidad de la persona. El
cuerpo es un cuerpo-persona y la persona es una persona-cuerpo.
Ahora la conyugalidad puede ser tanto heterosexual
como homosexual; la genitorialidad puede ser obtenida con un procedimiento
técnico. Como ha demostrado justamente Pier Paolo Donati, estamos asistiendo no
sólo a un cambio morfológico, sino a un cambio del genoma de la familia y del
matrimonio.
2. Problemas planteados al Evangelio del matrimonio
En este segundo punto desearía individuar los
problemas fundamentales que esta condición cultural plantea a la propuesta
cristiana del matrimonio.
Pienso que no se trata en primer lugar de un
problema ético, de conductas humanas. Las condiciones por las que atraviesan
hoy el matrimonio y la familia no pueden ser afrontadas con exhortaciones
morales. Es una cuestión radicalmente antropológica la que se plantea al
anuncio del Evangelio del matrimonio. Me gustaría concretar en qué sentido.
§ La
primera dimensión de la cuestión antropológica es la siguiente: es sabido que
según la doctrina católica el matrimonio sacramento coincide con el matrimonio
natural. La coincidencia entre los dos pienso que ya no se puede poner hoy
teológicamente en duda, si bien con y después de Duns Scoto – el primero que la
negó – se discutió sobre esto durante mucho tiempo en la Iglesia latina.
Ahora bien, lo que la Iglesia entendía, y entiende,
por «matrimonio natural» ha sido demolido en la cultura contemporánea.
Permítanme que diga que se le ha quitado «materia» al sacramento del
matrimonio.
Teólogos, canonistas y pastores se están
preguntando, justamente, sobre la relación fe-sacramento del matrimonio. Pero
existe un problema más radical. Quien pide casarse sacramentalmente, ¿es capaz
de casarse naturalmente? Su humanidad, no sólo su fe, ¿está tan devastada que
ya no es capaz de casarse? Ciertamente, hay que tener presentes los cánones
1096 («Es necesario que los contrayentes no ignoren al menos que el matrimonio
es un consorcio permanente entre un varón y una mujer, ordenado a la
procreación») y 1099. Sin embargo, la «praesumptio iuris» del § 2 del canon
1096 («Esta ignorancia no se presume después de la pubertad») no debe ser
ocasión para eximirse de la condición espiritual en la que muchos se encuentran
en lo que concierne al matrimonio natural.
§ La
cuestión antropológica tiene una segunda dimensión, que consiste en la
incapacidad de percibir la verdad y, por consiguiente, lo valioso de la
sexualidad humana. Creo que Agustín describió de manera muy precisa esta
condición: «Tan hundido y ciego como estaba, no podía pensar la luz de la
virtud, de una belleza tal, que ha de abrazarse por sí misma y que el ojo de la
carne no ve, y se percibe desde lo más íntimo» (Confesiones VI 16, 26).
La Iglesia debe preguntarse por qué ha ignorado de
hecho el magisterio de San Juan Pablo II sobre la sexualidad y el amor humano.
Tenemos que preguntarnos también: la Iglesia posee una gran escuela en la que
aprende la profunda verdad del cuerpo-persona: la liturgia. ¿Cómo y por qué no
ha sabido hacer tesoro de ella también en mérito a la pregunta antropológica de
la que estamos hablando? ¿Hasta qué punto la Iglesia tiene conciencia del hecho
de que la teoría de «género» es un verdadero tsunami, cuyo objetivo no es
principalmente el comportamiento de los individuos sino la destrucción total
del matrimonio y la familia?
En resumen: el segundo problema fundamental que se
plantea hoy a la propuesta cristiana del matrimonio es la reconstrucción de una
teología y filosofía del cuerpo y de la sexualidad, que generen un nuevo
compromiso educativo en toda la Iglesia.
§ La
cuestión antropológica planteada desde la condición en la que se encuentra el
matrimonio a la propuesta cristiana del mismo tiene una tercera dimensión, la
más grave.
El colapso de la razón en su tensión hacia la
verdad del que habla la encíclica «Fides et ratio» (81-83) ha arrastrado
consigo también la voluntad y la libertad de la persona. El empobrecimiento de
la razón ha generado el empobrecimiento de la libertad. Como resultado del
hecho de que nos desesperanzamos de nuestra capacidad de conocer una verdad
total y definitiva, tenemos dificultad en creer que la persona humana pueda
realmente donarse de manera total y definitiva y recibir la autodonación total
y definitiva del otro.
El anuncio del Evangelio del matrimonio tiene que
ver con una persona cuya voluntad y libertad están privadas de su consistencia
ontológica. De esta inconsistencia nace la incapacidad actual de la persona de
ver la indisolubilidad del matrimonio sino en términos de una ley «exterius
data»: una grandeza inversamente proporcional a la grandeza de la libertad. Y
esta es una cuestión muy seria también en la Iglesia.
El paso en los ordenamientos jurídicos civiles del
divorcio por culpa al divorcio por consenso institucionaliza la condición en la
que se encuentra la persona en el ejercicio de su libertad.
§ Con
esta última constatación hemos entrado en la cuarta y última dimensión de la
cuestión antropológica planteada al anuncio del Evangelio del matrimonio: la
lógica interna propia de los ordenamientos jurídicos de los Estados
concernientes al matrimonio y la familia. Como diría Kant, no tanto el «quid
juris» como el «quid jus». Sobre la cuestión en general, Benedicto XVI expresó
el magisterio de la Iglesia en uno de sus discursos fundamentales, el que
pronunció ante el parlamento de la república federal alemana en Berlín el 22 de
septiembre de 2011.
Los ordenamientos jurídicos han ido desarraigando
progresivamente el derecho de la familia de la naturaleza de la persona humana.
Se va imponiendo una especie de tiranía de la artificialidad, que reduce la
legitimidad al procedimiento.
He hablado de «tiranía de la artificialidad».
Tomemos el caso de la atribución de conyugalidad a la convivencia homosexual.
Mientras que hasta ahora los ordenamientos jurídicos, partiendo del presupuesto
de la natural capacidad de contraer matrimonio entre hombre y mujer, se
limitaban a determinar los impedimentos al ejercicio de esta natural capacidad
o la forma en la que debía de ejercerse, las leyes actuales de equiparación se
atribuyen la autoridad de crear la capacidad de ejercer el derecho de casarse.
La ley se atribuye la autoridad de hacer artificialmente posible lo que
naturalmente no lo es.
Sería un gran error pensar - y actuar en
consecuencia - que al matrimonio civil no le atañe el Evangelio del matrimonio,
al cual le concerniría sólo el sacramento del matrimonio. Es abandonar el
matrimonio civil a las derivas de las sociedades progresistas.
3. Modalidad del anuncio
Desearía ahora, en este tercer y último punto,
indicar algunas modalidades según las cuales la propuesta cristiana del
matrimonio no debería hacerse y otras en las que puede hacerse.
Hay tres modalidades que hay que evitar.
La modalidad tradicionalista, que confunde una
particular forma de ser familia con la familia y el matrimonio como tal.
La modalidad «catacumbal», la cual elige volver o
permanecer en las catacumbas. Concretamente: bastan las virtudes «privadas de
los esposos»; es mejor dejar que el matrimonio, desde el punto de vista
institucional, sea definido por lo que la sociedad progresista decida.
La modalidad buenista, que considera que la cultura
de la que he hablado antes es un proceso histórico imparable. Propone, por lo
tanto, transigir salvando lo que en él se pueda reconocer como bueno.
No tengo tiempo ahora para seguir reflexionando
sobre cada una de estas tres modalidades, y paso por lo tanto a indicar algunas
modalidades positivas.
Parto de una constatación. Hay que pensar en la
reconstrucción de la visión cristiana del matrimonio en la conciencia de los
individuos y en la cultura de Occidente como un proceso largo y difícil. Cuando
una pandemia se abate sobre una población, la primera urgencia es seguramente
curar a quien ha sido afectado, pero es también necesario eliminar las causas.
La primera necesidad es redescubrir las evidencias
iniciales correspondientes al matrimonio y la familia. Eliminar de los ojos del
corazón la catarata de las ideologías, que nos impiden ver la realidad. Es la
pedagogía socrático-agustina del maestro interior, no sencillamente la del
consenso. Es decir: recuperar ese «conócete a ti mismo» que ha acompañado el
camino espiritual de Occidente.
Las evidencias originales están inscritas en la
misma naturaleza de la persona humana. La verdad del matrimonio no es una una
«lex exterius data», sino una «veritas indita».
La segunda necesidad es redescubrir la coincidencia
del matrimonio natural con el matrimonio-sacramento. La separación entre los
dos acaba por una parte considerando la sacramentalidad como algo añadido,
extrínseco y, por la otra, corre el riesgo de abandonar la institución
matrimonial en manos de esa tiranía de la artificialidad de la que hablaba
antes.
La tercera necesidad es retomar la «teología del
cuerpo» presente en el magisterio de San Juan Pablo II. El pedagogo cristiano
necesita hoy un trabajo teológico y filosófico que no puede retrasarse o
limitarse a una institución particular.
Como pueden ver, se trata de tomar en serio esa
superioridad del tiempo sobre el espacio de la que se habla en la «Evangelii
gaudium» (222-225). Más que tres intervenciones de urgencia, he indicado tres
procesos.
Por último, opino lo mismo que George Weigel y es
que a la base de las discusiones del sínodo está la relación que la Iglesia
quiere tener con la posmodernidad, en la que los despojos de la deconstrucción
del matrimonio son la realidad más dramática e inequívoca.
por el Cardenal Carlo
Caffarra
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