14 de diciembre de 2014

Adviento y Eucaristía animan a la esperanza escatológica


Adoremos a Cristo en la Eucaristía, como prenda y anticipo de la vida celeste. La celebración eucarística es «fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura» (Vat.II: UR 15a). Por eso el culto eucarístico tiene como gracia propia  mantener al cristiano en una continua tensión escatológica. 

Ante el sagrario o la custodia, en la más pura esperanza teologal, el discípulo de Cristo permanece día a día ante Aquél que es la puerta del cielo: «yo soy la puerta; el que por mí entrare, se salvará» (Jn 10,9). Ante el sagrario, ante la custodia, el discípulo persevera un día y otro ante Aquél «que es, que era, que vendrá» (Ap 1,4.8). Persevera adorando al Hijo de Dios, que vino en la encarnación; que viene en la Eucaristía, en la inhabitación, en la gracia; que vendrá glorioso al final de los tiempos.  



No olvidemos, en efecto, que en la Eucaristía el que vino –«quédate con nosotros» (Lc 24,29)– viene a nosotros en la fe, «mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo». Así lo confesamos diariamente en la Misa. Él es para nosotros en la Eucaristía  futuræ gloriæ pignus (prenda de la futura gloria)».

Esta perspectiva escatológica de la Eucaristía no es exclusiva de la Iglesia primitiva y de los antiguos Padres, pues se manifiesta también muy acentuada en la Edad Media, es decir, en las primeras formulaciones de la adoración eucarística. Bastará, por ejemplo, que recordemos algunas estrofas de los himnos eucarísticos compuestos por santo Tomás:

«O salutaris hostia, quæ cæli pandis ostium» (Hostia de salvación, que abres las puertas del cielo: Verbum supernum). «Tu qui cuncta scis et vales, qui nos pascis hic mortales, tuos ibi comensales, coheredes et sodales fac sanctorum civium» (Tú, que conoces y puedes todo, que nos alimentas aquí, siendo mortales, haznos allí comensales, coherederos y compañeros de tus santos: Lauda Sion). «Iesu, quem velatum nunc aspicio, oro fiat illud quod tam sitio; ut te revelata cernens facie, visu sim beatus tuæ gloriæ» (Jesús, a quien ahora miro oculto, cumple lo que tanto ansío: que contemplando tu rostro descubierto, sea yo feliz con la visión de tu gloria. Adoro te devote).


La secularización de la vida presente, es decir, la disminución o la pérdida de la esperanza en la vida eterna, es hoy sin duda la tentación principal del mundo, y también de los cristianos. Por eso hoy precisamente «la Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico» (Dominicæ Cenæ 3), porque ésa es, sin duda, la devoción que con más fuerza levanta el corazón de los fieles hacia la vida celestial definitiva.

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