8 de octubre de 2014

¡Tengo Fe en la Eucaristía!


La presencia real de Cristo en el Pan y en el Vino, es decir, en la Eucaristía sólo se acepta desde la fe, no por razonamiento. San Agustín decía: “Si lo entiendes, no es Dios”. Por eso hemos de optar y situarnos entre los que abandonaron a Jesús, escandalizados por el discurso del Pan de vida (Jn 6,66) o entre los que siguen como Pedro al Señor y confiesan con plena libertad y confianza su fe: “Señor, ¿dónde vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.(Jn 6,68-69)

Yo me situo en el segundo grupo, entre los que desde la fe confiesan que Cristo es el Señor, y que el pan y el vino son el Cuerpo y la Sangre del Señor.



La verdadera Iglesia de Cristo ha enseñado con doctrina firme la presencia real de Cristo en el pan y vino consagrados, dice así: “Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino” (C.I.C.-Compendio-282)

Confesamos, pues, que el Pan ES el Cuerpo del Señor.

Confesamos, también, que el Vino ES la Sangre del Señor.

Rechazamos, pues, que el Pan simbolice el Cuerpo del Señor.

Rechazamos, también, que el Vino simbolice la Sangre del Señor.

Si confesáramos ese “simbolismo” estaríamos en aquel primer grupo del que hablábamos, es decir, de aquellos que abandonaron al Señor, escandalizados por sus palabras. Apostataríamos de la verdadera fe.

Mientras estaban en la cena, Cristo lo dejó claro, cuando tomando el pan dijo:”Tomad, comed, ESTE ES MI CUERPO”. Luego cogió el cáliz y dijo:”Tomad, bebed, ESTA ES MI SANGRE de la Alianza que se derrama por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,26-28). Y lo perpetúa conscientemente en el tiempo después de esa primera Consagración cuando dice:”Haced esto en mi memoria” (ICor 11,24)

Por eso adoramos el Pan y el Vino consagrados, porque son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, porque son Dios. No son una imagen simbólica para la veneración, una estampa de la Divinidad, son Cristo mismo, realmente el Señor Jesús; aquel que anduvo por Galilea, que multiplicó los panes y los peces, que curó a los enfermos y revivió a Lázaro; es el mismo que sanó la hemorragia de aquella piadosa mujer, el mismo que murió en la Cruz y resucitó al tercer día.

Realmente la Eucaristía es Cristo. Aquel del que el centurión romano dijo:”realmente este hombre era el Hijo de Dios”. (Mc 15,39)

Confesar la presencia real de Cristo en el Pan y en el Vino no es de locos, sino de hombres y mujeres de fe, que se creen las palabras de Jesús, que creen a Jesús. Por eso damos gracias, siempre y en todo lugar al Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno por su Hijo, nuestro Señor, verdadero y único sacerdote. El cual, al instituir el sacrificio de la eterna Alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya. Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica. (Pref. I de la Eucaristía)

¿Nos fiamos, pues, de Jesús de Nazaret? Yo, sí; y espero en su promesa cuando dice:”el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.(Jn 6,54)

Seamos pues de Pedro, mantengamos firme nuestra fe y confesemos sin miedo que el único que tiene palabras de vida eterna es el Señor.


Antonio Manuel Álvarez Becerra

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