SOLO
RECONOCEN HABER REFLEXIONADO SOBRE LOS DIVORCIADOS
Esta mañana en
Transcribimos el texto íntegro:
«Los Padres Sinodales, reunidos en Roma junto al Papa
Francisco en la
Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, nos
dirigimos a todas las familias de los distintos continentes y en particular a
aquellas que siguen a Cristo, que es camino, verdad y vida. Manifestamos
nuestra admiración y gratitud por el testimonio cotidiano que ofrecen a la Iglesia y al mundo con su
fidelidad, su fe, su esperanza y su amor.
Nosotros,
pastores de la Iglesia ,
también nacimos y crecimos en familias con las más diversas historias y
desafíos. Como
sacerdotes y obispos nos encontramos y vivimos junto a familias que, con sus
palabras y sus acciones, nos mostraron una larga serie de esplendores y también
de dificultades.
La misma preparación de esta asamblea sinodal, a partir de
las respuestas al cuestionario enviado a las Iglesias de todo el mundo, nos
permitió escuchar la voz de tantas experiencias familiares. Después, nuestro
diálogo durante los días del Sínodo nos ha enriquecido recíprocamente,
ayudándonos a contemplar toda la realidad viva y compleja de las familias.
Queremos presentarles las palabras de Cristo: «Yo estoy
ante la puerta y llamo, Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré y
cenaré con él y él conmigo». Como lo hacía durante sus recorridos por los
caminos de la Tierra
Santa , entrando en las casas de los pueblos, Jesús sigue
pasando hoy por las calles de nuestras ciudades. En sus casas se viven a menudo
luces y sombras, desafíos emocionantes y a veces también pruebas dramáticas. La
oscuridad se vuelve más densa, hasta convertirse en tinieblas, cundo se
insinúan el el mal y el pecado en el corazón mismo de la familia.
Ante todo, está el desafío de la fidelidad en el amor
conyugal. La vida familiar suele
estar marcada por el debilitamiento de la fe y de los valores,
el individualismo, el empobrecimiento de las relaciones, el stress de una
ansiedad que descuida la reflexión serena. Se asiste así a no pocas crisis matrimoniales,
que se afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del
diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del
sacrificio. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas
parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares
complejas y problemáticas para la opción cristiana.
Entre tantos desafíos queremos evocar el cansancio de la
propia existencia. Pensamos en el sufrimiento de un hijo con capacidades
especiales, en una enfermedad grave, en el deterioro neurológico de la vejez,
en la muerte de un ser querido. Es admirable la fidelidad
generosa de tantas familias que viven estas pruebas con fortaleza, fe y amor,
considerándolas no como algo que se les impone, sino como un don que reciben y
entregan, descubriendo a Cristo sufriente en esos cuerpos frágiles.
Pensamos en las dificultades económicas
causadas por sistemas perversos, originados «en el fetichismo del dinero y
en la dictadura de una economía
sin rostro y sin un objetivo verdaderamente
humano», que humilla la dignidad de las personas. Pensamos en el padre o en la
madre sin trabajo, impotentes frente a las necesidades aun primarias de su
familia, o en los jóvenes que transcurren días vacíos, sin esperanza, y así
pueden ser presa de la droga o de la criminalidad.
Pensamos también en la multitud de familias
pobres, en las que se aferran a una barca para poder sobrevivir, en las
familias prófugas que migran sin esperanza por los desiertos, en las que son
perseguidas simplemente por su fe o por sus valores espirituales y
humanos, en las que son golpeadas por la
brutalidad de las guerras y de distintas opresiones. Pensamos también en las mujeres que sufren violencia, y son
sometidas al aprovechamiento, en la trata de personas, en los niños y jóvenes
víctimas de abusos también de parte de aquellos que debían cuidarlos y hacerlos
crecer en la confianza, y en los miembros de tantas familias humilladas y en
dificultad. Mientras tanto, «la cultura del bienestar nos anestesia y […] todas
estas vidas truncadas por la falta de posibilidades nos parecen un mero
espectáculo que de ninguna manera nos altera». Reclamamos a los gobiernos y a
las organizaciones internacionales que promuevan los derechos de la familia
para el bien común.
Cristo quiso
que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos
sin excluir a nadie. Agradecemos a
los pastores, a los fieles y a las comunidades dispuestos a acompañar y a
hacerse cargo de las heridas interiores y sociales de los matrimonios y de las
familias.
También está la luz que resplandece al atardecer detrás de
las ventanas en los hogares de las ciudades, en las modestas casas de las
periferias o en los pueblos, y aún en viviendas muy precarias. Brilla y
calienta cuerpos y almas. Esta luz, en el compromiso nupcial de los cónyuges,
se enciende con el encuentro: es un don, una gracia que se expresa –como dice
el Génesis– cuando los dos rostros están frente a frente, en una »ayuda
adecuada«, es decir semejante y recíproca. El amor del hombre y de la
mujer nos enseña que cada uno necesita al otro para llegar a ser él mismo,
aunque se mantiene distinto del otro en su identidad, que se abre y se revela
en el mutuo don. Es
lo que expresa de manera sugerente la mujer del Cantar de los Cantares: «Mi
amado es mío y yo soy suya… Yo soy de mi amado y él es mío».
El itinerario,
para que este encuentro sea auténtico, comienza en el noviazgo, tiempo de la
espera y de la preparación. Se
realiza en plenitud en el sacramento del matrimonio, donde Dios pone su sello,
su presencia y su gracia. Este camino conoce también la sexualidad, la ternura
y la belleza, que perduran aun más allá del vigor y de la frescura juvenil. El amor tiende por su propia naturaleza a ser para
siempre, hasta dar la vida por la persona amada. Bajo esta luz, el amor
conyugal, único e indisoluble, persiste a pesar de las múltiples dificultades
del límite humano, y es uno de los milagros más bellos, aunque
también es el más común.
Este amor se difunde naturalmente a través de la fecundidad y la generatividad, que no es sólo la
procreación, sino también el don de la vida divina en el bautismo, la educación
y la catequesis de los hijos. Es también capacidad de ofrecer
vida, afecto, valores, una experiencia posible también para quienes no pueden
tener hijos. Las familias que viven esta aventura luminosa se convierten en un
testimonio para todos, en particular para los jóvenes.
Durante este camino, que a veces es un sendero de montaña,
con cansancios y caídas, siempre está la presencia y la compañía de Dios. La
familia lo experimenta en el afecto y en el diálogo entre marido y mujer, entre
padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Además lo vive cuando se reúne para
escuchar la Palabra
de Dios y para orar juntos, en un pequeño oasis del espíritu que se puede crear
por un momento cada día. También está el empeño cotidiano de la educación en la
fe y en la vida buena y bella del Evangelio, en la santidad. Esta misión es
frecuentemente compartida y ejercitada por los abuelos y las abuelas con gran
afecto y dedicación. Así la familia se presenta
como una auténtica Iglesia doméstica, que se amplía a esa familia de
familias que es la comunidad eclesial. Por otra parte, los cónyuges cristianos
son llamados a convertirse en maestros de la fe y del amor para los matrimonios
jóvenes.
Hay otra expresión de la comunión fraterna, y es la de la
caridad, la entrega, la cercanía a los últimos, a los marginados, a los pobres,
a las personas solas, enfermas, extrajeras, a las familias en crisis,
conscientes de las palabras del Señor: «Hay más alegría en dar que en recibir».
Es una entrega de bienes, de compañía, de amor y de misericordia, y también un
testimonio de verdad, de luz, de sentido de la vida.
La cima que recoge y unifica todos los hilos de la comunión
con Dios y con el prójimo es la
Eucaristía dominical, cuando con toda la Iglesia la familia se
sienta a la mesa con el Señor. Él se entrega a todos nosotros, peregrinos en la
historia hacia la meta del encuentro último, cuando Cristo «será todo en
todos». Por eso, en la primera etapa de nuestro camino sinodal, hemos reflexionado sobre el acompañamiento pastoral
y sobre el acceso a los sacramentos de los divorciados en nueva unión.
Nosotros, los Padres Sinodales, pedimos que caminen con
nosotros hacia el próximo Sínodo. Entre ustedes late la presencia de la familia de
Jesús, María y José en su modesta casa. También nosotros, uniéndonos a la
familia de Nazaret, elevamos al Padre de todos nuestra invocación por las
familias de la tierra:
Padre, regala a todas las familias la presencia de esposos
fuertes y sabios, que sean manantial de una familia libre y unida.
Padre, da a los padres una casa para vivir en paz con su
familia.
Padre, concede a los hijos que sean signos de confianza y
de esperanza y a jóvenes el coraje del compromiso estable y fiel.
Padre, ayuda a todos a poder ganar el pan con sus propias
manos, a gustar la serenidad del espíritu y a mantener viva la llama de la fe
también en tiempos de oscuridad.
Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada
vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad,
la justicia y la misericordia».
Bendito sea Dios! Alabado sea el Espíritu Santo que iluminó a los obispos y redactaron este informe, porque lo que llegaba desde los medios de comunicación era desconcertante y confuso como todo aquello que es obra del príncipe de las tinieblas. María interceda para que el Espíritu Santo proteja a la Iglesia de las seducciones del demonio.
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