Eucaristía
y la Encarnación
Por lo tanto, no
sorprende que San Agustín haya creado la expresión "la carne de Cristo es
la carne de María." Esto es lo que Santo Tomás de Aquino escribe en los
himnos de Corpus, "este cuerpo nacido de un vientre generoso."
María anticipó, en
el misterio de la
Encarnación , la fe eucarística de la Iglesia. Cuando ,
en la Visitación ,
lleva en su seno el Verbo hecho carne -siendo ésa la primera procesión de
Corpus Christi de la historia-, se convierte de algún modo en «tabernáculo» -
«el primer tabernáculo" también en la historia - en la que el Hijo de Dios
, todavía invisible a los ojos de los hombres, permitió ser adorado por Isabel,
irradiando su Luz a través de los ojos y la voz de María.
El Beato Juan Pablo
II, meditando el nacimiento del Señor dice en Ecclesia de Euchatistia (n. 55):
"¿Y no es la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo
recién nacido y al estrecharlo en sus brazos el inigualable modelo de amor ,
que ha de inspirarse cada vez que recibimos la comunión eucarística? "
La
fe eucarística
Podríamos decir que
lo que para nosotros es sobrenatural era connatural a la Virgen. Ella era la Inmaculada Concepción ,
sin pecado original y ni siquiera pecados veniales en Ella. Era la plenitud de
la gracia. Por lo tanto, Ella posee una "plenitud de fe" que viene de
la plenitud de la gracia. En consecuencia, ninguna otra criatura pudo tener un
conocimiento tan alto y una comprensión del misterio eucarístico como Ella.
Además, había razones excepcionales que reforzaban su fe, como la de haber
experimentado en sí misma la concepción virginal del Hijo de Dios. Sin embargo,
"si Dios exaltó a su Madre, es igualmente cierto que durante su vida
terrenal no le librará de la experiencia del dolor o la fatiga o las pruebas de
fe". Tenemos que admitir que la fe de la Virgen fue severamente probada al ver la terrible
muerte de su Hijo, Ella sufrió la más grande y severa prueba "en la
historia de la humanidad", y de esa prueba salió totalmente victoriosa.
En cierto sentido,
María ha practicado su fe eucarística antes incluso de la institución de la Eucaristía , por el
hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de
Dios.
"Feliz la que
ha creído» (Lc 1:45). Hay una analogía profunda entre el fiat pronunciado por
María en su respuesta al ángel, y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe
el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que aquél que ella concibió «por
obra del Espíritu Santo" era "el Hijo de Dios" (Lc 1:30-35). En
continuidad con la fe de la
Virgen , en el misterio eucarístico se nos pide creer que el
mismo Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente en su plena
humanidad y divinidad bajo las especies del pan y el vino.
Magníficat
de María y de la Iglesia
En la Eucaristía la Iglesia
se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de
María. Esta verdad se puede entender más profundamente al volver a leer el
Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía , como el Cántico de María, es ante
todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama: "Mi alma
glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador", lleva a
Jesús en su vientre. Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en»
Jesús y «con» Jesús. Esta es precisamente la verdadera "actitud
eucarística".
Al mismo tiempo,
María rememora las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación,
en cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1:55), y
anunciando la que supera a todas ellas: la encarnación redentora. Por último,
el Magnificat refleja la tensión escatológica - "ya pero no todavía"
- de la Eucaristía.
Cada vez que el Hijo de Dios viene de nuevo a nosotros en la
"pobreza" de los signos sacramentales del pan y el vino, las semillas
de la nueva historia -en donde los poderosos son "derribados de sus
tronos" y "los humildes son exaltados» (cf. Lc 1:52)- echa raíces en
el mundo. María canta el «cielo nuevo» y la «tierra nueva» que en la Eucaristía tiene su
anticipación y en cierto grado su programa y plan. El Magnificat expresa la
espiritualidad de María, y no hay nada más grande que esta espiritualidad para
ayudarnos a vivir el misterio de la Eucaristía. La Eucaristía ha sido dado a nosotros
para que nuestra vida, como la de María, toda ella un Magnificat!
Su
propio sacrificio y la comunión espiritual
María, con toda su
vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión
sacrificial de la
Eucaristía. Cuando llevó al recién nacido niño Jesús al
templo de Jerusalén «para presentarle al Señor" (Lc 2:22), oyó anunciar al
anciano Simeón que el niño sería un "signo de contradicción" y que
una espada también traspasaría su propia alma (cf. Lc 2:34-35). La tragedia de
la crucifixión de su Hijo le fue predicha, y en cierto sentido, el Stabat Mater
de María al pie de la Cruz ,
se prefiguraba. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie
de «Eucaristía anticipada" - se podría decir de "comunión
espiritual" - de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con su
Hijo en su pasión y se manifestará después de Pascua, en su participación en la Eucaristía , que los
Apóstoles celebraban como el memorial de la pasión.
Una pregunta que
surge es: ¿Qué habrá sentido María al oír de la boca de Pedro, Juan, Santiago y
los otros Apóstoles, las palabras pronunciadas en la Última Cena: "Esto es
mi Cuerpo que será entregado por vosotros" (Lc 22,19) ? Aquel cuerpo
entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo
cuerpo que había concebido en su seno! Para María, recibiendo la Eucaristía debía
significar acoger de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono
con el suyo y revivir lo que había experimentado en los pies de la Cruz.
Misterio
de la fe
Mysterium fidei! Si
la Eucaristía
es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos llama
al más puro abandono a la palabra de Dios, entonces no puede haber nadie como
María para que nos sirva de apoyo y guía en la adquisición de esta disposición.
Al repetir lo que hizo Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato:
"Haced esto en memoria mía", también aceptamos la invitación de María
a obedecerle sin titubeos: «Haced lo que Él os diga" (Jn 2:5). Con la
solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos:
"No dudéis, fiaros de las palabras de mi Hijo. Si él fue capaz de cambiar
el agua en vino, también puede convertir el pan y el vino en su cuerpo y
sangre, y por medio de este misterio entregando a los creyentes el memorial
vivo de su Pascua, para hacerse así "pan de vida '".
María
en la Eucaristía
En la medida que la Eucaristía es memorial
del sacrificio de Cristo, no podemos pasar por alto la presencia de María, al
pie de la Cruz. Eso
no es sólo un “estar ahí” sino, como tantas veces nos dicen los documentos de la Iglesia , la Virgen se unió totalmente
al mismo sacrificio de su Hijo, incluso ofreciendo la Santa Víctima al
Padre,
"Haced esto en
memoria mía" (Lc 22,19). En el Calvario el "memorial", todo lo
que Cristo hizo por medio de su pasión y su muerte, está presente. Por lo tanto
todo lo que Cristo hizo en relación con su Madre para beneficio nuestro está
también presente. A Ella le dio el discípulo predilecto y, en él, a cada uno de
nosotros: "¡He aquí a tu hijo!". A cada uno de nosotros también nos
dice: "He ahí tu madre" (cf. Jn 19, 26-27).
Experimentar el
memorial de la muerte de Cristo en la Eucaristía implica también recibir continuamente
este don. Significa aceptar - como Juan – a la Santísima Virgen
María como nuestra Madre. También significa asumir un compromiso de
conformarnos a Cristo, poniéndonos en la escuela de su Madre y dejándola que
nos acompañe. María, en cada una de nuestras celebraciones eucarísticas, está
presente con la Iglesia
y como Madre de la
Iglesia. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio
inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Esta es
una razón por la cual, desde tiempos antiguos, el recuerdo de María ha sido
siempre parte de las celebraciones eucarísticas de las Iglesias de Oriente y
Occidente.
Por cierto, un
hecho fundamental es que en todas las Plegarias Eucarísticas, siempre hay una
mención a la Virgen
María. Al menos una, a veces más (me acuerdo de cuatro
menciones en la liturgia de San Juan Crisóstomo que celebra la Iglesia Greco-
Católica o sea de rito oriental). La más antigua, la tradición apostólica,
recuerda que el Señor se encarnó por obra del Espíritu Santo y de la Virgen María.
Además, cuando conmemoramos a los santos pedimos la intercesión de la Virgen María , como lo
hacemos en el Canon romano: "reunidos en comunión honramos ante todo la
memoria de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, Dios y Señor
nuestro". Esto es común a todas las oraciones de Oriente y Occidente.
Nunca podemos
pensar en María sin la Iglesia ,
ni la Iglesia
sin María. Siempre debemos recordar cómo, al comienzo de los Hechos de los
Apóstoles, se nos dice que María estaba con los apóstoles en unión, comunión,
perseverando en la oración. María es la que da el significado más profundo de
lo que es el misterio de su Hijo. Como dice Juan Pablo II en Redemptoris Mater, María lleva a los
fieles a la Eucaristía ,
porque todo el deseo de la Madre
es llevar a los hijos a Jesús que les da el pleno conocimiento de Cristo. Y
creo que no hay un conocimiento pleno de Cristo hasta que no se descubre la Eucaristía. Así , la Virgen es garantía de la fe
eucarística y de la comunión de la
Iglesia a través de todo el misterio.
No hay conocimiento pleno de Cristo hasta que no se descubre la Eucaristía.
ResponderEliminarEs una gran verdad, la vida de la Iglesia seria diferente si cada cristiano comprendiera y viviera conforme a esta realidad.