10 de septiembre de 2014

Mes de la Biblia: Eucaristía y liturgia de la Palabra



Nos asegura la Iglesia que Cristo «está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien nos habla» (Vat. II, SC 7a). ¿Nos lo creemos de verdad?… «Cuando se leen en la iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por eso, las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a la liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración» (OGMR 29).
«En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual. Y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta palabra divina la hace suya el pueblo con los cantos y muestra su adhesión a ella con la Profesión de fe [el Credo]; y una vez nutrido con ella, en la Oración universal, hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo» (OGMR 55).
¿Reconocemos la presencia real de Cristo cuando en la Liturgia sagrada habla a su pueblo?
Es el Padre celestial quien nos da el pan de la Palabra encarnada


«La palabra que oís, dice Jesús, no es mía, sino del Padre, que me ha enviado» (Jn 14,24). En la liturgia es el Padre quien pronuncia a Cristo, la plenitud de su palabra, que no tiene otra, y por él nos comunica su Espíritu. En efecto, cuando nosotros queremos comunicar a otro nuestro espíritu, le hablamos, pues en la palabra encontramos el medio mejor para transmitir nuestro espíritu. Y nuestra palabra humana transmite, claro está, espíritu humano. Pues bien, el Padre celestial, hablándonos por su Hijo Jesucristo, plenitud de su palabra, nos comunica así su espíritu, el Espíritu Santo, «el Espíritu de la verdad: él os guiará hacia la verdad completa» (Jn 16,13)..
Siendo esto así, hemos de aprender a comulgar a Cristo-Palabra como comulgamos a Cristo-Pan, pues incluso entendido del pan eucarístico, es verdad aquello de que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4).
En la liturgia de la Palabra se reproduce, por ejemplo, aquella escena de Nazaret, cuando Cristo asiste un sábado a la sinagoga: «se levantó para hacer la lectura» de un texto de Isaías; y al terminar, «cerrando el libro, se sentó. Los ojos de cuantos había en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oir”» (Lc 4,16-21). Con la misma realidad escuchamos nosotros a Jesús, el Maestro, en la Misa. Y con esa misma veracidad experimentamos también aquel encuentro que vivieron los discípulos de Emaús con Cristo resucitado: «Se dijeron uno a otro: ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?» (Lc 24,32).
Si creemos, gracias a Dios, en la realidad de la presencia de Cristo en el pan consagrado, también por gracia divina hemos de creer en la realidad de la presencia de Cristo en la palabra sagrada, cuando nos habla en la liturgia. Recordemos aquí que la presencia eucarística «se llama real no por exclusión, como si las otras [modalidades de su presencia] no fueran reales, sino por antonomasia, ya que es substancial» (Pablo VI, enc. Mysterium fidei).
Cuando el ministro, pues, confesando su fe, dice al término de las lecturas: «Palabra de Dios», no está queriendo decir solamente que «Ésta fue la palabra de Dios», dicha hace veinte o más siglos, y ahora recordada piadosamente; sino que «Ésta es la palabra de Dios», la que precisamente hoy el Señor está dirigiendo a sus hijos.
Jose María Iraburu, sacerdote

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