11 de agosto de 2014

Santa Clara y la Eucaristía


Santa Clara de Asís se revela también como una auténtica intérprete y copia fiel del padre san Francisco. En sus escritos faltan enseñanzas de especial importancia sobre el misterio eucarístico, pero su vida, según los testimonios de los le estuvieron cerca, fue la lección incomparable de su conciencia de la centralidad de la eucaristía, de su fe luminosa y de su amor apasionado por el sacramento del altar: las mismas características de Francisco.

En el proceso de canonización sus hijas compiten en recordar su gran fe y conmoción mezclada de temor, cuando se acercaba a la mesa eucarística. "Y dijo que dicha madonna Clara se confesaba muchas veces, y recibía a menudo el santo sacramento del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, mientras temblaba toda ella, cuando lo recibía"; "y, de manera especial, derramaba muchas lágrimas cuando recibía el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo".

Mientras en los escritos de san Francisco y en los distintos testimonios se habla de cuerpo y de la sangre, a propósito de Clara no se hace referencia a la sangre, confirmando tal vez la desaparición de la comunión con el cáliz, debido al desarrollo de la devoción a la hostia. La referencia a la confesión, motivada por el deseo de purificación y por la conciencia de la propia indignidad, está en línea con la recomendación de san Francisco y con el uso, en vías de desarrollo, de la confesión frecuente.


En Santa Clara reaparece con una nota de ternura típicamente femenina la misma devoción de Francisco por la eucaristía, incluido el interés por los objetos de culto: "Los hechos demuestran lo intenso que fue el amor devoto de santa Clara hacia el sacramento del altar. Porque en la grave enfermedad que la obligó a guardar cama se hacía levantar y sujetar por detrás con apoyos; y, sentada, hilaba tejidos delicadísimos. De ellos sacó más de cincuenta pares de corporales, que enviaba, guardados en bolsas de seda o de púrpura, a varias iglesias por la llanura y los montes de Asís. Y, cuando iba a recibir el cuerpo del Señor, primero derramaba cálidas lágrimas y, acercándose luego con temblor, al que se esconde en el sacramento, no menos que al soberano del cielo y de la tierra".

En la Regla de Santa Clara se establece la comunión siete veces al año. La norma, aparentemente limitadora, es un notable paso adelante, una amplia concesión, si se considera en el contexto de la época.

A diferencia con san Francisco, cuya devoción eucarística, siempre nítida y robusta, es inmune a cualquier elemento milagroso, a santa Clara se le atribuyen dos prodigios, no diferentes de los ya conocidos por los escritos de medidos del siglo XIII. El primero se refiere a la visión de un niño sobre la cabeza de Clara, mientras comulgaba: "La testigo vio sobre la cabeza de la citada madre santa Clara un esplendor muy grande, y le pareció que el cuerpo del Señor fuese un niño pequeño y muy hermoso".

El otro, narrado en repetidas ocasiones, se refiere en cambio a la oración de Clara delante del sacramento, para alejar a los sarracenos del asedio al monasterio y a la ciudad de Asís, que también se desarrolló luego en la tradición iconográfica, según la cual ella habría mostrado la pixis con la hostia para bloquear a los enemigos. Mientras algunas testigos hablan de la simple intercesión de Clara, una de ellas refiere, en cambio, que la santa "se hizo poner delante una cajita donde estaba el santo sacramento del cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Y echándose en oración, tendida en el suelo, oró con lágrimas..."


Si en ambos relatos se atribuye el prodigio a la intercesión de la santa, en el segundo destaca la fe adoradora de Clara de un modo (postración ante el sacramento) que indica el progreso y la difusión del culto eucarístico en el mismo monasterio de San Damián. El episodio revela probablemente una costumbre de la santa, que se incluye con su gran fe en el movimiento devocional de la época.

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