Cuando comulgamos,
cuando estamos frente a la
Eucaristía , entramos en una comunión misteriosa y profunda
con toda la Trinidad :
a través de Jesús, en su Espíritu, entramos en comunión con el Padre. Nosotros
ahora mismo podemos realizar esto. Estamos frente a Jesús. El secreto es
ofrecerse por completo, no reteniendo voluntariamente nada para sí mismo. Jesús
en la cruz fue todo él una ofrenda, una hostia. No había fibra alguna de su
cuerpo o sentimiento de su alma que no fuese ofrecida al Padre; todo estaba sobre
el altar. Todo aquello que uno retiene para sí, se pierde, porque no se posee
sino lo que se da. San Francisco de Asís, concluye una de sus admirables
páginas sobre la santa misa, con esta exhortación: «Mirad, hermanos, la
humildad de Dios y derramada ante él vuestros corazones; humillaos también
vosotros, para ser enaltecidos por él. En conclusión: nada de vosotros
retengáis para vosotros mismos, para que enteros os reciba el que todo entero
se os entrega». El autor de la
Imitación de Cristo hace decir a Jesús: «Me he ofrecido por
entero al Padre, por ti he dado todo mi cuerpo y mi sangre como alimento, para
ser todo tuyo, y tú mío para siempre. Pero si quieres pertenecerte a ti mismo y
no te ofreces espontáneamente a mi voluntad, no habrá ofrenda completa, ni
existirá una perfecta unión entre nosotros» Lo que uno retiene para sí, para
conservar un margen de libertad con Dios, contamina todo el resto. Es como ese
pequeño hilo de seda, del que habla san Juan de la Cruz , que impide al pájaro
volar.
Por esta razón, también
nosotros ahora, podemos ser una hostia con Cristo, ofreciéndonos nosotros
mismos por entero diciendo con fe: «Señor, todo aquello que hay en el cielo o en
la tierra es tuyo. Deseo ofrecerme a mí mismo en voluntaria ofrenda y ser siempre
tuyo. Señor, con sencillez de corazón, te ofrezco hoy mi persona como servidor
perpetuo, como obsequio y sacrificio de eterna alabanza. Acéptame unido a la
santa ofrenda de tu precioso cuerpo, inmolado hoy ante los ángeles,
invisiblemente presentes, y sirva para mi salvación y la de todos los demás»
¿Dónde
se puede encontrar la fuerza para hacer esta ofrenda total de uno mismo y
elevarse con las propias manos hacia Dios? … En el Espíritu Santo. Cristo, dice
la Escritura, se ofreció a sí mismo al Padre como sacrificio, en virtud del
«Espíritu Eterno». El Espíritu Santo está en el origen de cualquier gesto de
donación de uno mismo. Él es el «Don», o mejor aún, «el darse»; en la Trinidad
el Espíritu Santo es el darse del Padre al Hijo y del Hijo al Padre; en la
historia es el darse de Dios a nosotros y, ahora, de nosotros a Dios. Fue él
quien creó en el corazón de Jesús aquel «impulso» que le llevó a ofrecerse por
nosotros al Padre., y que nos impulsa a cada uno en este momento.
Gracias por compartir estas verdades fundamentales para la vida cristiana, de modo que podamos experimentar a través de la Santa Eucaristía el amor de Dios en mayor profundidad, y así alcanzar la santidad. Dios bendiga los creadores de esta página y los siga iluminando.
ResponderEliminar