14 de agosto de 2014

Hora santa en la solemnidad de la Asunción de María


Exposición del Santísimo y canto de adoración
 
PRIMER MISTERIO GLORIOSO

 LA RESURRECCIÓN

“Digno es el Cordero degollada de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap. 5,12).

LA GLORIA DE LA FE

“La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Hb. 11,1)

 La gloriosa resurrección de nuestro Señor se prolonga en la gloria del Santísimo Sacramento, porque aquí es donde permanece nuestro Salvador Resucitado, derramando Su vida, Su luz y Su amor, sobre todos los que vienen ante Su presencia. Este es el sacramento de la pascua, porque la Eucaristía hace presente todo el Misterio Pascual de Cristo y es la consumación de los misterios de Su vida, muerte y resurrección. La Eucaristía es nuestro Señor Resucitado de donde brota el poder de Su resurrección y se derrama sobre todos los que vienen ante su presencia eucarística, para que Su imagen y semejanza crezca en nosotros. El verdadero cristiano es el que cree que Cristo está vivo hoy en el Santísimo Sacramento, donde permanece amándonos y llamándonos para que vayamos a Él.

“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado” (Jn. 17,3).

 Si nuestra fe en la Eucaristía es débil, sólo tenemos que decirle:

“Creo, ayuda a mi poca fe” (Mc. 9,24).

Para recibir el regalo de la fe lo único que hay que hacer es pedirlo:

“Yo os digo: Pedid y se so dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Lc. 11,9).

Supliquémosle humildemente como lo hicieron los apóstoles:

“Auméntanos la fe” (Lc. 17,5), y como Pedro, preguntémosle:

“Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tiene palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn. 6, 68-69)

Cuando Jesús se apareció  a los apóstoles le dijo a Tomás:

“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn. 20,29).

Con estas palabras Jesús te llama a ti dichoso por tu fe en la Eucaristía. ¡Esta es la gloria de la fe! Creemos en Su presencia real, creemos en la transubstanciación, no porque lo vemos o entendemos cómo ocurre, sino por nuestra FE EN JESÚS, quien

“Mientras estaban comiendo, tomó pan y lo bendijo, lo partió y dándoselo a Sus discípulos dijo: Tomad, comed, ÉSTE ES MI CUERPO” (Mt. 26, 26)

 En Su discurso eucarístico le preguntaron a Jesús:

“¿Qué tenemos que hacer para obrar las obras de Dios? Él respondió: “La obra de Dios es QUE CREÁIS EN QUEN ÉL HA ENVIADO” (Jn. 6,28-29).

Si pudiésemos ver a Jesús, todo el mundo querría estar con Él, pero oculta su gloria y su belleza en el Santísimo Sacramento porque quiere que vengamos a Él por la fe PARA QUE LO AMEMOS POR SÍ MISMO.

Jesús recompensa la fe de todos los que vienen a Él y hace brillar sobre cada persona Su gloria oculta bañando a cada uno con Su belleza; para que en cada momento pasado ante Su presencia eucarística en la tierra, cada alma sea más gloriosa y más bella para el cielo.

“Llenaré de gloria esta Casa... grande será la gloria de esta Casa... y en este lugar daré yo paz” (Ag. 2,7-9)

Aquí encontramos a Jesús como Sus discípulos lo encontraron en el camino de Emaús, y Él nos habla a nuestro corazón:

“La paz con vosotros” (Jn. 20,19). “Ánimo, que soy yo, no temáis” (Mt. 14, 27).

Juan Bautista dio testimonio de Jesús en el Jordán y proclamó “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29).

Nosotros también damos testimonio de nuestra fe con cada hora santa que hacemos y proclamamos a todo el mundo:

“He ahí el Cordero de Dios” (Jn. 1, 29).

“Digno es el Cordero... de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap. 5,12)

Aquí está Jesús, el Cordero Pascual digno e infinitamente merecedor de nuestra adoración incesante, porque Él es la Víctima Divina que murió por nuestra salvación y continúa inmolándose en la Sagrada Eucaristía.

Como el Cordero de Apocalipsis, Jesús da vida al mundo a través de este Santísimo Sacramento. “En el banquete pascual Cristo es consumido, la mente se llena de gracia, y se nos da una prenda de la gloria futura”

En este misterio Eucarístico Jesús exclama:

“Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11, 25).

Con nuestra adoración eucarística damos testimonio de Su resurrección y le decimos al mundo entero: “Es verdad. El Señor ha resucitado” (Lc. 24, 34). “He aquí a Dios mi Salvador... Yahveh es mi fuerza y mi canción” (Is. 12, 2).

Oración final

Jesús, aumenta nuestra fe en Tu presencia real en el Santísimo Sacramento que es el misterio de nuestra fe; para que, como los discípulos que te reconocieron “en la fracción del pan(Lc. 24, 35) lleguemos a conocerte en la Eucaristía de manera íntima y personal.

Danos una fe viva y profunda, que crezca hasta ser para nosotros “la garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Hb. 11,1), y nos hagas capaces de conocer la dulzura de tu amor, “que excede a todo conocimiento” (Ef. 3, 19).

Te rogamos, por medio del Corazón Inmaculado de María, que ayudes a nuestra parroquia, y a todas las demás parroquias del mundo a ser comunidades de fe para que respondan a Tu deseo de ser amado día y noche en el Santísimo Sacramento, donde Tú nos llamas a orar “constantemente” (1 Ts. 5, 17), porque aquí es donde vives Tú, Nuestro Salvador resucitado, ayudándonos con el poder de Tu resurrección a tener parte en Tus sufrimientos, para que podamos compartir la gloria de Tu resurrección. Con cada ‘Avemaría’  de este misterio profundiza nuestra unión contigo, hasta que nuestra oración sincera sea: “LO ÚNICO QUE QUIERO ES CONOCER A CRISTO JESÚS” (Flp. 3, 10).





 
SEGUNDO MISTERIO GLORIOSO

 LA ASCENSIÓN

“Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap. 7, 17).

 LA GLORIA DE LA ESPERANZA

“A los que esperan en Yahveh Él les renovará el vigor, y subirán con alas como águilas” (Is. 40, 31).

La Eucaristía es el sacramento de la esperanza porque Jesús nos aseguró, antes de ascender al cielo que volvería a nosotros.

 “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros” (Jn. 14, 18).

La Sagrada Eucaristía es el medio que escogió para volver y permanecer con nosotros para siempre. La Eucaristía es el cumplimiento de Su promesa:

“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).

La prueba absoluta de Su amor infinito e inalterable por nosotros, es la presencia real, verdadera y sustancial de nuestro Señor en la sagrada Eucaristía. Su amor eucarístico es personal, infinito, y total.

“Recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva” (Is. 40, 11).

Jesús en el Santísimo Sacramento es el Buen Pastor que nos reúne y nos acerca a Su Corazón como lo hizo con san Juan en la última cena. Digámosle

Ponme cual sellos sobre Tu Corazón” (Ct. 8,6)

A sus ovejas las llama una por una por su nombre(Jn. 10, 3), y dice “nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10, 28).

También nos dice: “Yo soy la puerta: si uno entra por mi estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto” (Jn 10, 9).

Durante la hora santa que pasamos ante Su presencia eucarística, Jesús “nos guía a los manantiales de las aguas de la vida” (Ap. 7, 17) de Su gracia y Su paz. Aquí Él nos fortalece, aumenta nuestras virtudes, nos conforta en nuestras aflicciones y nos alienta en todos nuestros contratiempos.

“Yahveh es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta me alma” (Sal. 23, 1-3).

Jesús está siempre con nosotros, para ayudarnos constantemente en nuestras necesidades.

“Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a Su propio Hijo.... ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas?” (Rm. 8, 31-31).

 En la Eucaristía, Jesús nos recuerda constantemente “con amor eterno te he amado” (Jr. 31, 3) y Su amor nunca nos dejará. Su presencia constante es prueba de que somos suyos y Él es nuestro.

“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado” (Ct. 2, 16).

Nuestra gloriosa esperanza es que fuimos creados para estar con Jesús eternamente. Jesús es el deseo de todos los corazones humanos.

“Todo fue creado por Él y para Él” (Col. 1, 16)

La felicidad viene de la paz que encontramos al llenarnos completamente de Dios

“Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Jn. 14, 27).

Nuestra felicidad no consiste en poseer cosas, sino en poseer a Dios sólo.

“Tú eres mi Señor; mi bien, nada hay fuera de ti” (Sal. 16, 2).

La esperanza es la luz que hace que toda nuestra atención y nuestros deseos estén centrados en POSEER A DIOS POR TODA LA ETERNIDAD. San Agustín dijo: “nuestros corazones fueron hechos para Dios, y estarán inquietos hasta que descansen en Él”.

“En Dios sólo el descanso de mi alma, de Él viene mi salvación” (Sal. 62, 2).

 “La esperanza no falla” (Rm. 5,5).

Recuerda que Jesús te busca con mucho más interés que el que tú tienes por Él.

“Ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm. 8, 39).

¡Dios es más bueno de lo que puede decirse con palabras! “El romance más grande que puede haber es enamorarse de Dios, buscarlo es la aventura más grandiosa y encontrarlo es la ganancia más extraordinaria que un ser humano puede alcanzar” (S. Agustín). “Dios es amor” (1 Jn. 4, 8) y “Él nos amó primero” (1 Jn. 4, 19).

Él da mil pasos hacia nosotros por cada uno que damos hacia Él.

“Quién inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús” (Flp. 1, 6).

Jesús reveló Su Corazón eucarístico más resplandeciente que un millón de soles. Durante nuestra hora santa recibimos energía divina del Hijo de Dios, empapándonos con los rayos de Su amor eucarístico, y “renovamos el espíritu de nuestra mente” (Ef. 4, 23), aprendiendo a pensar, no con pensamientos de hombres, sino con pensamientos de Dios.

La Eucaristía es Jesús, nuestra sabiduría, “la luz del mundo” (Jn. 8, 12) que disipa nuestras tinieblas ayudándonos a ver las cosas como Dios las ve.

En este tiempo precioso que pasamos con Él en el silencio adquirimos una espiritualidad duradera que nos hace crecer a la luz de Su amor eucarístico, durante cada minuto que estamos en Su divina presencia.

“Aquel tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar” (Ef. 3, 20).

 María es la perfecta adoradora de la sagrada humanidad de Jesús en la Eucaristía: Su cuerpo, sangre, alma, y divinidad. Después de que nuestro Señor ascendió al cielo María pasó el resto de su vida ante Jesús en la Eucaristía, donde podía disfrutar de Él más que durante su vida en la tierra; porque en la Eucaristía lo tenía todo para sí misma y ya no había límite en el grado de intimidad y unión divina que compartía con Él.

“Amo, Yahveh la belleza de tu Casa, el lugar de asiento de Tu gloria” (Sal. 26, 8).

 La Eucaristía describe lo indescriptible y expresa lo que no se puede decir con palabras; QUE DIOS QUE ES INFINITO NOS AMA INFINITAMENTE.

Todo lo que Jesús tiene y es, nos lo da en la Eucaristía.

“Ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia” (Ef. 1, 8).

Al darse a nosotros, Jesús nos DA ESPERANZA FIRME REAFIRMANDO QUE NOS AMARÁ SIEMPRE POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS. Su amor eterno y Su benevolencia constante hacia nosotros no cambiarán nunca, no importa lo que pensemos, digamos o hagamos.

“CIMENTADO ESTÁ EL AMOR POR SIEMPRE” (Sal. 89, 3).

 Oración final

Jesús, haz que nuestra esperanza crezca y esté centrada en Tu amor eucarístico.

Te suplicamos, por medio de María, que des esperanza a toda la humanidad.

En este misterio TE OFRECEMOS LAS MUCHAS HORAS QUE MARÍA PASÓ EN TU PRESENCIA EUCARÍSTICA, DURANTE SU VIDA EN LA TIERRA, PARA QUE PODAMOS DARTE, EN NUESTRA HORA SANTA, TODA A GLORIA QUE ELLA TE DIO. Nos unimos a la perfecta adoración de María que encontró su descanso, su paz, su alegría y su realización en Tu presencia eucarística que es nuestro cielo en la tierra.

 

TERCER MISTERIO GLORIOSO

 
LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE LOS APÓSTOLES

“Ven, te voy a enseñar a la Novia, a la Esposa del Cordero” (Ap. 21, 9).

 LA GLORIA DEL AMOR Y LA RENOVACIÓN

“He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc. 12, 49).

Cuando el Espíritu Santo descendió como lenguas de fuego sobre los apóstoles, ellos estaban reunidos en oración alrededor de María, tal como nosotros estamos ahora. Era el mismo fuego de amor divino que inflama el Corazón de Jesús en la Eucaristía, “donde el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones” (Rm. 5,5). La Sagrada Eucaristía es ‘la nueva y eterna Alianza’, ‘el sacramento de unidad’, ‘el lazo de amor’ entre Dios y el hombre.

Tal como el sol es fuente de toda energía, luz y calor, el Corazón eucarístico de Jesús es LA FUENTE DE TODO AMOR. En la Eucaristía, Jesús nos hace capaces de ‘amarnos los unos  a los otros como Él nos ha amado’ (cf. Jn. 13, 34).

En nuestra relación con Dios, Él nos da la gracia divina y la fuerza para amar, no según la carne sino según el Espíritu, llenando nuestro corazón de caridad divina que nos impulsa a actuar sin egoísmo, y a amar a nuestros hermanos motivados por el mismo amor y ‘Caritas’ de Dios. Nos amamos unos a otros por amor a Dios. El gran mandamiento nos enseña a amar a Dios con todo nuestro corazón y ponerlo a Él sobre todas las cosas.

 ‘Por Cristo, con Él y en Él’, en la unidad del espíritu Santo que habita en nuestros corazones, le pedimos que nos ayude a vivir la Eucaristía en nuestra vida diaria, buscando primero cumplir la santa voluntad de Dios, para estar conscientes de Su presencia en cada momento de nuestra vida, y purificar nuestras intenciones con el fin de hacer todo por puro amor a Dios y por la gloria del Padre, el “Padre de las misericordias y Dios de toda consolación”  (2 Co. 1, 3), que el Santísimo Sacramento nos concede “toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos” (Ef. 1, 3).

 En la Sagrada Eucaristía le entregamos a Jesús nuestro corazón, para que, con el fuego de Su divino amor lo haga como el Suyo, revistiéndolo “de bondad, humildad, entrañas de misericordia, mansedumbre y paciencia” (Col. 3, 12).

Jesús vive en nosotros cuando nuestro corazón está lleno de Su amor, de las virtudes de Su Corazón eucarístico y las irradiamos a los demás.

“En esto conocerán todos que sois discípulos míos; si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn. 13, 35).

 En la Eucaristía, Jesús “nos consuela en toda  nuestra tribulación, para poder consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Co. 1, 4).

Cada acto de bondad que hacemos o recibimos es realmente Jesús amándonos a través de otras personas, o Jesús amando a otras personas por medio de nosotros. Lo que hagamos por uno de nuestros hermanos, Jesús lo cuenta como si lo hubiéramos hecho por Él.

 El día de Pentecostés fue el nacimiento de la Iglesia Católica, la única que Jesucristo mismo fundó. María nos enseña a amar al papa, el Vicario de Cristo en la tierra y a obedecer todo lo que el Espíritu Santo nos enseña a través de él. El Espíritu Santo nos da también el valor de aceptar las verdades de nuestra fe católica sin avergonzarnos de ellas.

“El amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn. 4, 18).

 La Iglesia es la Esposa de Cristo que nos nutre y nos renueva incesantemente en la Sagrada Eucaristía. Aquí Jesús renueva Su Espíritu dentro de nosotros dándonos un corazón nuevo.

“Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo” (Ez. 36, 26).

Él cambia nuestro “corazón de piedra” (Ez. 11, 19), por el Suyo propio ‘de carne’, para que podamos amar a Dios en todas las cosas y sobre todas las cosas. A través de Su amor eucarístico Jesús nos transforma en Sí mismo.

“Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga. 2, 20).

Jesús reveló que Su corazón es como un ‘océano infinito’ (Sta. Margarita María) de amor y misericordia. En la Eucaristía bebemos del agua viva de Su Espíritu Santo. Jesús clama: “Si alguno tiene sed, venga a Mí” (Jn. 7, 37).

La parábola del Hijo Pródigo ilustra el divino entusiasmo y la sed que Jesús tiene de ti, no sólo en el sacramento de la reconciliación, sino también en la Eucaristía. Jesús te espera con el mismo divino entusiasmo que hizo que el padre abrazara a su hijo pródigo con alegría. El profundo amor que te tiene en la Eucaristía hace que se quede aquí para siempre COMO PRUEBA VIVA DE QUE ERES INFINITAMENTE IMPORTANTE PARA ÉL.

 Por ti sólo, haría lo que hizo por toda la humanidad. Dios, con Su infinita capacidad y poder de crear, pudo haber creado un millón de otros seres en tu lugar, pero te amó aún antes de que el mundo comenzara y eres “la niña de sus ojos” (Dt. 32, 10).

 María es el modelo de los que se dejan renovar y nos conduce a un matrimonio espiritual con Jesús, el divino Amado, Autor de maravillas, Padre de los pobres, nuestro divino Salvador que en este Santísimo Sacramento es el Esposo de nuestra alma.

Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por Su amor” (So. 3, 17).

 Oración final

 Corazón eucarístico de Jesús, hoguera ardiente de caridad divina, inflama mi corazón de amor perfecto por Ti.

Déjame entregarte todo lo impuro y malo que hay en mí y dame a cambio Tu pureza y Tu hermosura.

¡Oh Jesús! hazme santo. Haz mi corazón tan semejante al tuyo para que Tu amor brille a través de mí, como la luz a través de un cristal y mis hermanos puedan verte en mí. Que yo sea como una Custodia para mostrarte al mundo. Por medio de María, la esposa del Espíritu Santo, hoy te pedimos un nuevo Pentecostés para que envíes Tu Espíritu a todo el mundo. Que el fuego de Tu amor divino, como los rayos del sol que brillan sobre todos, toque, bendiga, ayude y cure al mundo entero. Que el Espíritu Santo que fluye de Tu Corazón eucarístico VENGA A CADA UNO DE NOSOTROS Y RENUEVE LA FAZ DE LA TIERRA para que haya “un solo rebaño y un solo pastor” (Jn. 10, 16.)

 

CUARTO MISTERIO GLORIOSO

 LA ASUNCIÓN

“Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap. 19, 9).

 LA GLORIA DE LA UNIÓN CON DIOS

“Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn. 17, 21).

 María es subida al cielo y su Corazón se hace uno para siempre con el de Jesús. Estos dos Corazones laten al unísono. Donde está Jesús está también María y por eso la llamamos Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.

 El Corazón de María es la puerta por la QUE NOS CONDUCE DIRECTAMENTE A JESÚS. Ella es el camino de entrada a Su Sagrado Corazón. Cada ‘Avemaría’ que rezamos abre nuestro corazón al amor de nuestro Señor y nos UNE MÁS ÍNTIMAMENTE AL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS.

 “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap. 19, 9).

Jesús, nuestro Señor eucarístico, es llamado ‘Cordero’, porque en el sacrificio eucarístico se inmola por amor a nosotros. Todos estamos llamados a esta unión transformante e invitados a un matrimonio espiritual con el Señor.

La felicidad es nuestra cuando aceptamos la invitación a tener una profunda unión y una divina intimidad con Jesús en el Santísimo Sacramento.

 Nuestro grado de unión con Él en la tierra determina para siempre el grado de gloria que compartiremos con Él en el cielo, donde seremos semejantes a Cristo resucitado, con un cuerpo nuevo, transformado a Su imagen y semejanza y brillaremos con Su mima gloria.

“Vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él” (Col. 3, 3-4).

“Él transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el Suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp. 3, 21).

La Eucaristía es la gloria misma de Jesús, a punto de ser revelada. Aún cuando no nos demos cuenta de ellos, Él nos transfigura con su gloria cada vez que lo recibimos en la Comunión y cuando lo visitamos en el Santísimo Sacramento.

“Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos” (2 Co. 3, 18.

 La Eucaristía es un anticipo de la fiesta de bodas del cielo, una boda de amor divino que no terminará nunca, en la que amaremos a Dios y nos amaremos unos a otros CON EL AMOR PERFECTO DE DIOS. ¡ESTA ES LA GLORIA DE LA UNIÓN CON DIOS!

“Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó pata los que le aman” (1 Co. 2, 9).

Jesús en el Santísimo Sacramento es la promesa de la fiesta pascual del paraíso, en la que Dios “enjugará toda lágrima de nuestros ojos... porque el mundo viejo ha pasado” (Ap. 21, 4), y sólo permanecerá Su amor, Su paz, y Su alegría para siempre.

 Cuanto más amas a alguien más deseas estar con esa persona; Jesús nos ama tanto que nunca quiere dejarnos.

Él se queda con nosotros día y noche, porque nos prometió:

“No se dirá de ti jamás ‘Abandonada’... ni ‘Desolada’, sino que a ti se te llamará ‘Mi Complacencia’, y... ‘Desposada’. Porque Yahveh se complacerá en ti y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios” (Is. 62, 4-5).

Jesús se queda siempre con nosotros en la Eucaristía como señal de que Su amor es eterno, de que no se acabará nunca. Él instituyó la Sagrada Eucaristía por Su infinito anhelo de ser uno con nosotros por toda la eternidad.

 Si supiéramos cuánto nos ama Jesús en la Eucaristía, nos moriríamos de felicidad. Él se entrega enteramente por amor a nosotros.

Si supiéramos cuánto deleite le causa nuestra hora santa, no querríamos irnos nunca de Su presencia eucarística.

“Una sola he pedido a Yahveh, una cola cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahveh, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura de Yahveh y cuidar de Su Templo” (Sal. 27, 4).

 Aunque te sientas distraído, muy triste o inquieto, el simple hecho de poner tu fe en práctica tomándote el tiempo de venir a visitarlo, le da indecible deleite a Su Sagrado Corazón.

Jesús te está tan agradecido por tu visita, que por tu hora santa cada persona del mundo es bendecida con un nuevo efecto de Su bondad, Su gracia y Su misericordia. Tú conmueves Su Corazón por tu fe al hacer que todo el mundo se acerque a Dios, porque la Eucaristía es el sacramento del amor y de la unidad y una persona que está ante la presencia de Jesús está representando a todo el mundo.

En la adoración perpetua la tierra se une con el cielo, y estamos en presencia de Dios “dándole culto día y noche” al “Cordero que está en medio del trono” (Ap. 7, 15-17).

Aquí Jesús nos acerca a Él y nos separa de las cosas de la tierra para que podamos anhelar las cosas del cielo, donde estaremos todos unidos en el seno de la Santísima Trinidad, y seremos hechos uno solo para siempre en los Sagrados Corazones de Jesús y María.

 Oración final

Jesús, con cada ‘Avemaría’ de este misterio te ofrecemos el amor de María, para compensar lo que les falta a nuestros corazones y poder amarte en el Santísimo Sacramento con el amor perfecto de su Inmaculado Corazón.

ASÍ ES COMO EMPIEZA NUESTRO CIELO EN LA TIERRA: AMÁNDOTE CON EL CORAZÓN DE MARÍA. Por medio de María puedo decir:

‘Jesús, te amo con todo mi corazón’; y hacer una comunión espiritual sabiendo que Tú dijiste:

“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn. 14, 23).

Señor Jesús, haz que cada ‘Avemaría’ de este misterio profundice nuestra relación personal contigo. Ayúdanos a que seamos constantes con esta comunión en la tierra, para que sea el anticipo de nuestra comunión contigo por siempre en el cielo. Jesús, te pedimos por los infinitos méritos de Tu Sagrado Corazón y por los méritos del Inmaculado Corazón de María, que todos seamos UNO contigo en el  Santísimo Sacramento.

 

QUINTO MISTERIO GLORIOSO

 LA CORONACIÓN

“Harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es  Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá” (Ap. 17,14).

 LA GLORIA DE LA HUMILDAD Y LA VICTORIA FINAL

“Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día” (Jn. 6, 40).

 María es elevada a lo más alto de la gloria porque aceptó que Dios la llevase a lo más profundo de la humildad.

“Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado” (Mt. 23, 12).

El quinto misterio glorioso nos da la seguridad de la victoria final de Jesús, María y la Iglesia. Puesto que la Iglesia es imagen de Jesús y María, lo que pase con Jesús y María pasará con toda la Iglesia.

María es Reina del cielo y de la tierra.

“Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna a sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap. 12,1).

Ella aplastará la cabeza de la serpiente con su talón, es decir, sus hijos humildes que obedecen la voluntad de Dios para que Jesús, Su Hijo, reine en todos los corazones.

“Ellos vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron” (Ap. 12, 11).

¡Esta es la gloria de la humildad y de la victoria final!

Estas dos victorias de Jesús y María deben ir juntas porque son una y la misma.

 María reconoció que sin Dios ella no era nada, para que Dios fuese absolutamente todo para ella. Junto con María adoramos humildemente a Jesús en el Santísimo Sacramento reconociendo nuestra absoluta dependencia de Él.

“Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn. 3, 30).

La Eucaristía es la fuente viva de toda luz, vida y amor. Jesús nos dice:

“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn. 15, 5).

Cada hora santa profundiza nuestra unión con Él, y nos hace capaces de dar mucho fruto.

“Como cuando en el Santuario te veía, al contemplar Tu poder y Tu gloria; pues Tu amor es mejor que la vida” (Sal. 63, 3-4).

 Nadie puede ser más generoso que Dios. La mujer abrió el frasco de alabastro con perfume para honrar a Jesús, le dio tanta gloria con su humildad, que el Señor dijo de ella:

“Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho, para memoria suya” (Mc. 14,9)

Tu hora santa de hoy significa aún más para Él, y será recordad en el cielo, para gloria de Dios, a través de toda la eternidad.

 “Maestro, bueno es estarnos aquí” (Lc. 9, 33).

Ser llamados a estar aquí hoy, acompañando a Jesús, es un privilegio tan grande como el que tuvieron Pedro, Juan y Santiago cuando Jesús los llamó a estar con Él en el monte Tabor. Ellos fueron testigos de la gloria de Su transfiguración; nosotros somos testigos de Su divino amor y Su humildad, cuando nos llama a vivir en la gracia del momento presente. Nuestro Señor llama a toda Su Iglesia a la oración y a la contemplación: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.” (Lc. 10, 41-42).

 La Eucaristía nos recuerda constantemente:

“Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra” (Col, 3, 2).

“Que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro” (Hb. 13,14). “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo” (Flp. 3, 20).

La Eucaristía es “el Misterio de Su voluntad, según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef. 1, 9-10). “Yahveh da el poder a Su pueblo, Yahveh bendice a Su pueblo con la paz” (Sal. 29, 10-11).

A Su sierva santa Margarita María le dijo: “Reinaré a través del amor omnipotente de mi Sagrado Corazón”.

 LA SAGRADA EUCARISTÍA ES UN ANTICIPO DE SU REINO EN LA TIERRA.

“Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos” (Ap. 21,3).

“Los ríos baten palmas, a una los montes gritan de alegría, ante el rostro de Yahveh, pues viene a juzgar la tierra” (Sal 98, 8-9).

“Bajo sus pies sometió todas las cosas” (Ef. 1, 22).

“Si nos mantenemos firmes, también reinaremos con Él” (2 Tm. 2, 12).

Jesús en el Santísimo Sacramento es el Cordero Victorioso, el ‘Alfa y la Omega’, el ‘Señor de señores’ y ‘Rey de reyes’.

“¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará Tu nombre? Porque sólo Tú eres Santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti” (Ap. 15, 4).

La Salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap. 7,10).

Este es el mismo Jesús a quien “toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc. 6, 19). “Bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros, oráculo de Yahveh, pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza” (Jr.29, 11). “El río de agua de Vida,... brotaba del trono de Dios y del Cordero... a una y otra margen del río hay árboles de vida... y sus hojas SIRVEN DE MEDICINA PARA LOS GENTILES” (Ap. 22, 1-2).

 Cada vez que contemplamos a Jesús en el Santísimo Sacramento, Él nos eleva a una mayor intimidad consigo mismo, abre las compuertas de Su amor misericordioso para el mundo entero, y nos acerca más al día de Su victoria final, en el que “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Flp. 2, 10-11).  “Pero el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc. 17, 21b).

Al venir a nosotros en la Eucaristía, Jesús nos da la seguridad del cumplimiento de Su promesa de la victoria final: “MIRA QUE HAGO UN MUNDO NUEVO” (Ap. 21,5).

Oración final

Señor Jesús, por medio de María te entregamos con humildad nuestros corazones para que nos ayudes a vivir todo el evangelio, en toda nuestra vida, correspondiendo al don de la Eucaristía en la que nos das Tu Corazón.

Este sacramento contiene todo lo que eres y todo lo que tienes, “la entera riqueza espiritual de la Iglesia” (Vaticano II), “una medida buena, apretada, remecida y rebosante”. Durante este misterio te pedimos con confianza por EL TRIUNFO DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA Y EL REINO DE TU SAGRADO CORAZÓN en cada corazón humano para que “DIOS SEA TODO EN TODO” (1 Co. 15, 28).

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