8 de abril de 2013

María Santísima y la Eucaristía



Entre todos los santos sobresale la Santísima Virgen María, modelo de santidad y de espiritualidad eucarística. Según la viva tradición eclesial, su nombre es recordado con veneración en todos los cánones de la Santa Misa y con particular énfasis en las Iglesias orientales católicas. En varias respuestas ha sido sugerido que se especifique mejor la posición de la Beata Virgen María dentro de la liturgia eucarística.
María está tan unida al misterio eucarístico que ha merecido ser justamente denominada «Mujer eucarística» en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia. En la existencia de María de Nazaret se manifiesta en modo sublime no solo la exclusiva relación entre la Madre y el Hijo de Dios, el cual ha tomado Cuerpo y Sangre de su cuerpo y de su sangre, sino también la íntima relación que vincula la Iglesia a la Eucaristía, puesto que la Santísima Virgen es modelo y figura de la Iglesia, cuya vida y misión tienen la fuente y la cumbre en el Cuerpo y Sangre del Señor Jesucristo.



La orientación eucarística de María deriva de una actitud interna que determina toda su vida, más que de la participación activa al momento de la institución del sacramento. Su existencia, que tiene un profundo sentido eclesial, asume también esta nota eucarística. María ha vivido con espíritu eucarístico aún antes que este sacramento fuera instituido, por el hecho de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. Durante nueve meses ella ha sido el tabernáculo viviente de Dios. Después ella realizó un gesto eucarístico, y al mismo tiempo eclesial, cuando presentó al Niño Jesús a los pastores, a los Magos y al Sumo Sacerdote en el templo, en cuanto ofreció el Fruto bendito de su seno al Pueblo de Dios y también a los gentiles para que lo adoraran y lo reconocieran como el Mesías. Análogo acto fue su presencia y su solícita intercesión en Caná, en la hora del primer signo que el Hijo realizó ofreciéndose a través de un milagro. Otro gesto similar cumplió la Virgen Madre a los pies de la cruz, participando en los sufrimientos de su Hijo y acogiendo entre sus brazos el cuerpo y deponiéndolo en la tumba como una semilla escondida de resurrección y de vida nueva para la salvación del mundo. Fue aún un ofrecimiento de índole eucarística y eclesial su presencia durante la efusión del Espíritu Santo, primer don del Señor resucitado a la Iglesia naciente.
La Virgen María tuvo conciencia de haber concebido el Cristo para la salvación de todos los hombres. Tal conciencia se hace más evidente en su participación en el misterio pascual, cuando su Hijo, con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26) le confió a través del apóstol Juan a todos los fieles. Como la Virgen María, también la Iglesia hace presente al Señor Jesús a través de la celebración de la Eucaristía y lo ofrece a todos para que tengan vida en abundancia (cf. Jn 10,10).


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