5 de febrero de 2013

Meditando Lucas 8, 40 -48



"A su regreso, Jesús fe recibido por la multitud, porque todos lo estaban esperando. De pronto, se presentó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le suplicó que fuera a su casa, porque su única hija, que tenía unos doce años, s estaba muriendo. Mientras iba, la multitud lo apretaba hasta sofocarlo.
Una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años y a quien nadie había podido curar, se acercó por detrás y tocó los flecos de su manto; inmediatamente cesó la hemorragia. Jesús preguntó: “Quien me ha tocado?”. Como todos lo negaban, Pedro y sus compañeros le dijeron: “Maestro, es la multitud que te está apretujando”. Pero Jesús respondió: “Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza salía de mí”. Al verse descubierta, la mujer se acercó temblando, y echándose a sus pies, contó delante de todos porqué lo había tocado y cómo fue curada instantáneamente. Jesús le dijo entonces: “Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz.”
(Lc. 8, 40 – 48)

En este evangelio encontramos a una mujer entre la multitud que miraba a Jesús con gran esperanza. Por años había buscado desesperadamente una sanación. Nadie había podido curarla. Ella había oído hablar de Jesús. Creyó y se dijo: "Si tan solo pudiera tocarlo, sé que sería curada."
La mujer avanzó en medio de la multitud, extendió su mano y lo tocó. Muchas personas se agolparon oprimiendo a Jesús, según la Escritura, todas querían verlo y tocarlo. Pero esta mujercita tenía una sola cosa en mente, ella creía que si lo tocaba, sería sanada.
Lo tocó y en uno de los relatos del Evangelio, se dice que Jesús se volteó rápidamente y dijo: "¿Quién me ha tocado?"
Los apóstoles replicaron: "Estás viendo que la gente te oprime y te preguntas: `¿Quién me ha tocado? Pero Jesús sabia que había alguien ahí que no sólo lo tocó físicamente. Era alguien con un sentimiento de expectación, con el requerimiento que todos debiéramos tener cuando nos acercamos a Jesús con una fe expectante.
Jesús miró a la mujer cuando dio un paso al frente y le dijo: “Hija tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad”
Muchas personas, al leer este pasaje de la Escritura, dicen igualmente: "¡Si también yo pudiera tocar a Jesús! ¿No sería maravilloso entrar en contacto con Jesús?" O bien: "¡Haber vivido cuando Jesús vivió! ¡Poder acudir a El! También yo lo tocaría en fe, como hizo esa mujer!"
Los católicos a menudo olvidamos que podemos hacer mucho más que simplemente tocar a Jesús. Como católicos creemos que realmente recibimos a Jesús. Al comulgar, recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El Señor viene, a través del poder del sacerdote ordenado, y toma posesión del pan y del vino. Luego, a invitación del propio Jesús de "tomad y comed", recibimos la Eucaristía y el Señor toma posesión de nosotros.

Frecuentemente usamos la palabra "posesión" para referirnos al demonio, pero como cristianos debemos vernos a nosotros mismos como hijos a quienes el Señor posee con gran amor.

Cuando miro atrás y veo mi vida anterior en Irlanda, pienso que probablemente debí haber tenido mayor aprecio por la Eucaristía. Los irlandeses, a través de los siglos, han tenido que pagar un alto precio por su fe católica. En Irlanda, hay muchos recuerdos de cuánto sufrieron nuestros ancestros para preservar la Eucaristía y transmitírnosla a nosotros. Irlanda está cubierta de "piedras de la Misa". En tiempos de severa persecución, a los sacerdotes no les estaba permitido celebrar la Misa. Había un precio sobre sus cabezas. Tenían que salir a las montañas, en secreto, a veces en medio de la noche, para ofrecer la Misa. Ellos seleccionaban una roca plana, apropiada para servir como altar, y celebraban ahí la Misa. Por eso se le llama a estas rocas "rocas de la Misa" y fue así como la gente pudo celebrar la Misa durante esa terrible persecución.

Hasta el día de hoy se conservan estas "rocas de la Misa". Cada año hay una celebración en esas rocas y se ofrece la Santa Misa.

Hay muchas historias en nuestra tradición étnica y nacional de personas que sufrieron en el pasado por proteger y preservar la Eucaristía.

Testimonio desde Irlanda

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