26 de diciembre de 2012

Hora santa para el tiempo de Navidad



Canto al Santísimo Sacramento y Exposición

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas

En esa región acampaban unos pastores que vigilaban por turnos sus rebaños durante la noche. De pronto se les pareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con una luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo; “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo; hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.” Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por Él!” después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sido sucedido y que el Señor nos ha anunciado.” Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que había oído decir sobre este niños y todos los que lo escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.”

Silencio

Meditación

Dios es “experto en humildad”, desde el mismísimo seno de la Trinidad las Tres Personas se anonadan unas a otras en un Eterno darse, entregarse, vaciarse, abajarse para volcarse por entero Unas en Otras, es una Fiesta de la Humildad. Un Dios, Tres veces Humilde, Tres veces Santo.

El Verbo traduce en Carne las costumbres divinas, “Aprendan de mi que soy paciente y humilde” (Mt 11, 29) y muestra en su encarnación este anonadamiento, vertiginosamente descendente, “no hace alarde de su categoría de Dios” (Flp 2, 6). Desciende del cielo como un rayo a la humildad del pesebre, vive extranjero en Egipto, 30 años escondido en el anonimato de Nazaret, desciende con los penitentes a las aguas del Jordán, se sumerge en las honduras de la Pasión y muerte, y hasta desciende a los infiernos. Donde abundó la soberbia abundó la humildad.

En nuestros sagrarios, callado oculto está el Rey del Cielo en forma de pan, se anonadó a sí mismo hasta el pan, y pan ácimo, “sin gracia ni hermosura” El Señor hace del silencio el secreto de su Reinado y avanza mudo hacia el matadero, y en este silencio resuenan las palabras de la consagración “tomad y comed” Él nos dice: “Nada detendrá mi carrera hacia el último lugar, cuando en vuestras palmas sostengas al Dios Omnipotente anonadado en el humilde pan ácimo.” Por esto dice San Francisco: “¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el Cielo, cuando Cristo, el Hijo de Dios Vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote. ¡Oh grandeza admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad y humilde sublimidad: que el Señor del Universo mudo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan! ¡Miren hermanos, la humildad de Dios y derramen sus corazones ante Él.”

El Rey de Reyes avanza hasta el trono de la palma de nuestras manos. “El Hijo del Hombre tiene que ser entregado, en manos de los hombres”. Comer esta humildad es ser transformados por ella.

Nos dice el Papa: “Desde hace 2000 años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos. Que por la humildad de la Esposa brille todavía más la gloria y la fuerza de la Eucaristía, que ella celebra y conserva en su seno.”

Los primeros en adorarlo a Jesús fueron los pastores, personas sencillas, de corazón grande, vaciado de grandezas, llenos de esperanzas. Ellos, los humildes, los no tenidos en cuenta, son los que reconocen y ven en ese Niño a un Rey, a Su Rey y Salvador. Un recién nacido, pequeño y humilde como ellos, le sonríe y los invita a no abandonar el camino de la humildad. A estar ante su Dios como hoy, con las manos vacías, y el corazón en continua alabanza.

Al Señor le atrae lo humilde, por eso, cuando encuentra un corazón humilde no puede más que morar en él, ese es su nuevo pesebre, y ahí desea ser adorado.

Silencio

Canto de adoración

Palabras de un alma humilde (Beato Rafael)

Me voy dando cuenta de que la virtud más práctica para tener paz en la vida de comunidad es la humildad.

La humildad delante de Dios nos ayuda a la confianza, pues humildad es conocimiento de sí mismo, y ¿Quién que se conozca a sí mismo, puede esperar algo de si?... Loco sería si no lo esperara todo de Dios.

La humildad llena de paz, nuestro trato con los hombres. Con ella no hay discusión, no hay envidia, no hay ofensa posible… ¿Quién puede ofender a la misma nada?

Le pido encarecidamente a María, me enseñe en lo que Ella fue maestra, humilde ante Dios y ante los hombres. –Hágase-

Silencio

Aclamaciones Eucarísticas
 
Bendición con el Santísimo Sacramento
 
Canto final

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