2 de octubre de 2012

Pensamientos de San Juan de Ávila sobre Jesús Eucaristía


La Eucaristía como sacrificio

El único sacrificio de Cristo, que tiene su máxima expresión en la muerte de cruz y en su glorificación, se hace presente en la Eucaristía, para hacer que la vida cristiana sea participación y prolongación de este mismo sacrificio. La separación de las dos especies nos recuerda y significa la muerte del Señor (Serm 46, 715ss). La Eucaristía es, pues, «representación de Jesucristo crucificado» (Serm 47, 153s).
La Eucaristía es «memoria» que actualiza lo que Cristo hizo el Jueves Santo (A Trento II, n.79), «para que la Iglesia tenga sacrifico precioso que ofrecer al Eterno Padre» (ib., n.81, 3153s). «Encerró Dios en este Sacramento santísimo todas sus maravillas pasadas... Pues aquí en el Sacramento hallaréis todo eso que ha ya tantos años que pasó; pues ésa es la virtud que tiene este santísimo Sacramento, como la que tenía el maná que cayó del cielo» (Ser 41, 215ss).
La Eucaristía es «memoria» a modo de «retablo en el que puso (Dios) todas sus maravillas, en que está dibujado su encarnación, su nacimiento y su pasión, y todas las obras pasadas que ha hecho dignas de memoria» (Serm 41, 236ss). Allí se hace presente «lo que Cristo padeció por vosotros. De manera que es el Sacramento retablo de toda la vida pasada de Jesucristo» (ib., 681ss). El cuerpo y la sangre de Cristo, presentes en la Eucaristía, son, pues, «memoria de aquella sagrada Pasión» (Serm 51, 498).


De esta celebración sacrificial del Señor, se sigue que la vida cristiana debe hacerse ofrenda como la suya y con la suya. Se ofrece especialmente la «voluntad». «Y ofreciéndote así de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses» (Serm 43, 677ss). Entonces el sacrificio de Cristo se prolonga en el creyente, quien «él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo Dios se da a él» (ib., 693ss).
En los sermones y en las cartas a sus dirigidos, especialmente a sacerdotes, insta a participar en la Misa con la actitud de ofrecerse al Señor en unión con su sacrificio redentor, a imitación de María (Serm 4,335ss), puesto que en la Misa se sigue «representando y significando muy en particular la muerte del Señor» (Serm 57, 121 ss).

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