29 de julio de 2012

Domingo 17º durante el año (ciclo b): comentario a la liturgia de la Palabra



Con este domingo la liturgia interrumpe la lectura del evangelio de Marcos, que venimos meditando durante los domingos de este año. Y comenzamos durante cuatro domingos consecutivos a leer el capítulo 6 del evangelio según san Juan, que contiene el relato de la multiplicación de los panes y el discurso sobre la eucaristía, que Jesús dice en la sinagoga de Cafarnaún. Todo esto tiene un motivo práctico: y es que el evangelio de Marcos, por ser el más breve de todos, no alcanza a cubrir los domingos de todo el año litúrgico, y debido a ello es integrado este capítulo 6 de san Juan, que nos ayudará, a lo largo de estos domingos, a meditar sobre Cristo Eucaristía.

El domingo pasado veíamos como Jesús se compadecía de la multitud porque eran como ovejas sin pastor. Habían ido a verlo y a escucharlo, entonces Jesús se puso a enseñarles durante largo rato. Tan largo fue el rato, que se hizo tarde, y ahí ocurre este acontecimiento de la multiplicación de los panes, que parece que no dice nada acerca de la Eucaristía, pero sin embargo constituye la base para entender todo el resto del discurso que después va a decir Jesús. Ya que, bien sabemos que, mientras los otros evangelistas vinculan la Eucaristía con la última cena de Jesús; el evangelista Juan la vincula con este hecho de la multiplicación de los panes.

Cuentan que el cura Brochero estaba explicando este evangelio y se equivocó con los números. Quizás por el hecho de que Jesús hizo dos veces el milagro de la multiplicación de los panes, según nos narran los evangelistas; y cada uno de los milagros con distintas cantidades de panes y peces ( si hubiera hecho una vez mas el milagro, seguramente el sindicato de panaderos hubiera empezado a hacer una huelga, como nos dice el Padre Castellani.).

Lo cierto es que, el cura Brochero, explicando en la homilía este evangelio, le dice a la gente lo siguiente: “miren el poder de Cristo, que con cinco mil panes y dos mil pescados dio de comer a cinco hombres”; y en ese momento el sacristán que estaba sentado cerca, comenta en voz alta: “eso también lo hago yo”; con lo cual se rieron algunos, el cura se dio cuenta del error, se abatató del todo, dejó de predicar y se sentó. Entonces el domingo siguiente subió de nuevo para predicar, ahora un poco más atento y comenzó a decir: “Como les iba diciendo el domingo pasado, Jesús con 5 panes y 2 peces dio de comer a 5.000 hombres”; a lo cual el sacristán vuelve a gritar: “eso también lo hago yo”. Entonces el cura, un poco enojado, le pregunta “¿cómo?”, y el sacristán le dice: “con lo que sobró del domingo pasado”.

Más allá de la broma, en el milagro que hizo Jesús, fue bastante lo que sobró: 12 canastas, ... y Jesús mandó a los apóstoles recoger todo lo que sobró, para que no se pierda nada, seguramente para después dárselo a otros que también tuvieran hambre.

Y quizás en esta colaboración de los apóstoles está la mayor enseñanza que nos deja el Señor en este milagro. Porque justamente los milagros de Dios se insertan en el curso de la vida humana. En este milagro de la multiplicación de los panes, se ve claramente como Jesús hizo cooperar a los hombres:

Primero, le pregunta a Felipe, ¿dónde comprarán comida para tanta gente?; después le dice: denles ustedes mismos de comer; en tercer lugar, Andrés hizo juntar lo que tenían todos, y un niño acerca, apenas 5 panes y dos pescados ( lo que muestra también lo conmovedor de esas cinco personas que estarían bastante hambrientas después de ese día largo en aquel lugar desierto y solitario, y que se animan a dar todo lo que tienen, aunque sea tan poco); en cuarto lugar, Jesús mandó a los apóstoles sentar en grupos a la gente; y por último, esto de juntar todo lo que sobró para dárselo después a algún pobre.

Ante este milagro, los apóstoles seguramente lloraron de alegría, sobretodo cuando vieron que la gente quería hacerlo Rey; ... y Jesús lloró de ternura, porque con este milagro se inicia realmente la Eucaristía.

Cuando en la última cena, Cristo tomó el pan, levantó los ojos al cielo, dio gracias, lo bendijo, y lo partió, los discípulos recordaron de inmediato que habían visto ya ese gesto dos veces antes.

Pero los milagros siguen existiendo. Ante nuestros ojos, en cada Misa, en cada consagración, un nuevo milagro de Jesús. Él se hace presente en el altar. Y si, en esta época, no son tan frecuentes otros milagros; no es porque Dios se haya olvidado de nosotros y no se compadezca, no es porque Dios no exista; sino más bien habría que pensar que muchas veces somos nosotros los que nos olvidamos de colaborar con Dios. Siempre que Jesús hizo un milagro exigió que la persona pusiera algo de lo suyo, aunque no tenga mucho, al menos exigió que pusiera su Fe.

Un hecho que quizás pasa inadvertido en este relato de la multiplicación de los panes, es la cantidad de gente ante la que habla Jesús: 5000 hombres, sin contar las mujeres y los niños, así que podemos estimar aproximadamente 20.000 personas. ¿cómo hacía para que todos lo escucharan si no había micrófonos.

Y es que Jesús, multiplicaba su voz de la misma manera que multiplicó los panes: con la ayuda de los apóstoles. Jesús recitaba lentamente su mensaje delante de los apóstoles; ... estos lo memorizaban e inmediatamente repetían lo mismo a los cabezas de cada uno de los grupos que el mismo Jesús había mandado formar; ... los cuales hacían la misma operación: repetían y retenían. Y Así se multiplicaba el pan de la Palabra.

No nos olvidemos que el motivo de este milagro es porque querían oír a Jesús, y Jesús quería hablarles. Jesús nos enseña que Él quiere predicar por medio de otros, ahora por medio de nosotros.

Si nos diéramos cuenta de esto, descubriríamos que los milagros serían más frecuentes de lo que pensamos.

El Padre Descalzo tiene esa historia tan linda de aquella catequista, que iba todos los miércoles pese a estar muy enferma, a su capilla, a enseñar catequesis a los chicos que se estaban preparando para la primera comunión. Y hablando justamente de los milagros de Jesús a los chicos, uno de ellos le cuestiona porque Dios no hace un milagro con ella y la cura. Y la catequista, en ese momento le dice aquello tan lindo: “Dios también hace milagros conmigo. Porque ustedes todos los miércoles a la tarde me sacan a pasear en mi silla de ruedas”.

Ojalá todos descubramos que la vida no es para sentarse esperando que Dios haga milagros espectaculares sin nuestra ayuda, sino para empezar a hacer ese milagro pequeño con lo que Él puso en nuestras manos. No importa si es tan poco como apenas 5 panes y dos peces, nosotros estamos llamados a colaborar con Jesús para seguir haciendo milagros.

Quizás no le devolveremos la vista a un ciego, pero si la alegría a un deprimido; quizás no multiplicaremos los panes, pero sí los podemos repartir bien; quizás no convertiremos el agua en vino, pero sí el egoísmo en fraternidad.

Que María nos conceda la gracia de que cada vez que participamos de la misa, donde se multiplica el milagro de la Eucaristía gracias a las manos del sacerdote; nos animemos a multiplicar entre los que nos rodeas, con nuestras manos, a multiplicar el amor que Jesús nos regala en este sacramento.

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