28 de junio de 2012

San Ireneo: "A partir de la Eucaristía tenemos la esperanza de resucitar"



Mas, como la Iglesia lo ofrece con simplicidad, ante Dios este sacrificio se le tiene por puro. Así dijo Pablo a los Filipenses: «Me siento lleno con los dones que me enviasteis por medio de Epafrodito, como un perfume de suavidad y un sacrificio aceptable que agrada a Dios» (Fil 4,18). Conviene, pues, que ofrezcamos a Dios el sacrificio y que en todo seamos gratos al Dios Demiurgo, con pensamientos puros, con fe sin hipocresía, con esperanza firme, fervientes en el amor, ofreciendo las primicias de sus creaturas. Y sólo la Iglesia ofrece esta oblación pura al Demiurgo, cuando la presenta en acción de gracias por los dones que provienen de la creación. Los judíos ya no la ofrecen, porque sus manos están llenas de sangre (Is 1,15); pues rechazaron al Verbo, por medio del cual se ofrece a Dios el sacrificio. Pero tampoco lo ofrece ninguna de las comunidades de los herejes: porque unos llaman Padre a alguien diverso del Demiurgo, si le ofrecieran una creatura, lo mostrarían ansioso de lo que pertenece a otro y codicioso de lo ajeno. Y por su parte, quienes pregonan que todas las creaturas que nos rodean fueron hechas de la penuria, ignorancia y pasión, ofreciendo el fruto de la ignorancia, de la pasión y de la penuria pecan contra su Padre, más ofendiéndolo que dándole gracias.

¿Cómo les constará que el pan sobre el que se han dado gracias, es el cuerpo de su Señor, y el cáliz de su sangre, si no creen en el Hijo del Demiurgo del mundo, es decir, en su Verbo, por el cual el árbol da fruto, las fuentes manan y la tierra da primero el tallo, después de un poco la espiga, y por fin el trigo lleno en la espiga? (Mc 4,27-28)

¿Cómo dicen que se corrompe y no puede participar de la vida, la carne alimentada con el cuerpo y la sangre del Señor? Cambien, pues, de parecer, o dejen de ofrecer estas cosas. Por el contrario, para nosotros concuerdan lo que creemos y la Eucaristía y, a su vez, la Eucaristía da solidez a lo que creemos. Le ofrecemos lo que le pertenece, y proclamamos de manera concorde la unión y comunidad entre la carne y el espíritu. Porque, así como el pan que brota de la tierra, una vez que se pronuncia sobre él la invocación (epíklesin) de Dios, ya no es pan común, sino que es la Eucaristía compuesta de dos elementos, terreno y celestial, de modo semejante también nuestros cuerpos, al participar de la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de resucitar para siempre.

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