2 de abril de 2012

7º Aniversario de la Muerte de Juan Pablo II:


Al cumplirse un nuevo aniversario de la partida a la casa del Padre, recordamos extractos de la homilía del Santo Padre Juan Pablo II en Pakistan, el lunes 16 de Febrero de 1981:

"Las lecturas de la Liturgia de la Palabra de hoy nos invitan a reflexionar sobre el profundo misterio de la Eucaristía. En la primera lectura se nos recuerda: "que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yavé" (Dt 8, 3). Nuestro personal convencimiento de la verdad de estas palabras nos impulsa a reunirnos de modo periódico para celebrar el Sacrificio eucarístico.

Como seguidores de Cristo no despreciamos las cosas buenas de la tierra, pues sabemos que éstas han sido creadas por Dios, que es la fuente de todo bien. Tampoco tratamos de ignorar la necesidad de pan, la gran necesidad de alimento que tantos hombres sufren en todo el mundo, incluso en nuestras tierras. Pues, si tratamos de ignorar estas necesidades básicas de nuestros hermanos y hermanas a quienes podemos ver, ¿cómo podemos decir que amamos a Dios, a quien no podemos ver? (cf. 1 Jn 4, 20). Y sin embargo sigue siendo cierto que "no sólo de pan vive el hombre". La persona humana tiene una necesidad que es aún más profunda, un hambre que es mayor que aquella que el pan puede saciar —es el hambre que posee el corazón humano de la inmensidad de Dios—. Es un hambre que sólo puede ser saciada por Aquel que dijo: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida" (Jn 6, 53-55).

Cristo es el único que puede saciar el hambre más profunda del corazón humano, porque sólo El es la fuente de la vida. Como escribió San Pablo: "Todo fue creado por El y para El. El es antes que todo y todo subsiste en El" (Col 1, 16-17). En Cristo, la muerte ha perdido su poder, le ha sido arrebatado su aguijón, la muerte ha sido derrotada. Esta verdad de nuestra fe puede parecer paradójica, cuando a nuestro alrededor vemos todavía hombres afligidos por la certeza de la muerte y confundidos por el tormento del dolor. Ciertamente el dolor y la muerte desconciertan al espíritu humano y siguen siendo un enigma para aquellos que no creen en Dios, pero por la fe sabemos que serán vencidos, que la victoria se ha logrado ya en la muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro redentor. Y esto es lo que conmemoramos cuando nos reunimos en nombre de la Santísima Trinidad, esto es lo que celebramos cada vez que venimos al Sacrificio eucarístico: proclamamos la muerte del Señor hasta que venga en gloria (cf. 1 Cor 11, 26): confesamos con voz unánime que Jesucristo es Señor de vivos y muertos, v que El es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6), que Jesucristo es el pan vivo que ha sido entregado para la vida del mundo (cf. Jn 6, 51). La Eucaristía es expresión del deseo de nuestro Salvador de estar siempre presente para cada corazón humano, ofreciendo continuamente a todos la participación en su vida.

¡Qué don tan maravilloso tenemos en la Eucaristía! ¡Qué inefable sacramento! A través de nuestra participación en el acto culminante de la vida y el culto de la Iglesia, nos unimos a El que es el Redentor del mundo, "la imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura" (Col 1, 15). La segunda lectura de la liturgia de hoy habla de este gran misterio con estas palabras: "El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" (1 Cor 10, 16).

Este gran sacramento que nos confiere la participación en la vida de Cristo nos une también los unos a los otros, a todos los demás miembros de la Iglesia, a todos los bautizados sin diferencia de edad o de continente. Aunque los que pertenecemos a la Iglesia nos hallemos dispersos por todo el mundo, aunque hablemos diferentes lenguas, tengamos diferentes entornos culturales y seamos ciudadanos de diferentes naciones, "porque el pan es uno, somos muchos en un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan" (1 Cor 10, 17)

El misterio de la Eucaristía está tan íntimamente unido al misterio de la Iglesia, que no podemos dejar de sentir tristeza por las divisiones que aún afectan al único Cuerpo de Cristo —divisiones entre cristianos—. Nos entristece el no poder compartir aún el único pan y el único cáliz. Que esta tristeza nos impulse a la acción. Cuando nosotros, que somos católicos, participamos de este sacramento de unidad, hemos de experimentar un profundo anhelo porque todas las Iglesias se unan; ¡ojalá sintamos la urgencia de la oración de Jesús: "Ut unum sint: que sean uno" (Jn 17, 21), y que estemos más profundamente convencidos de la necesidad de la oración y del trabajo por la unidad de todos los que han sido bautizados en Cristo!

Nuestra participación en el Sacrificio eucarístico ha de hacer aumentar nuestro deseo de que toda la familia humana llegue a la luz de la fe. Debe impulsarnos a llevar el Evangelio de Jesucristo a todos aquellos que todavía no lo conocen, porque la Eucaristía es "Pan para la vida del mundo", pan para todos los hombres y mujeres de la tierra. A este respecto me es muy grato observar cómo el espíritu misionero es una dimensión vibrante de la Iglesia en Pakistán, y os animo en vuestros esfuerzos para llevar el mensaje de salvación, con un espíritu de diálogo y de respeto, a aquellos compatriotas vuestros que no conocen a Cristo. No hay un camino mejor para mostrar vuestro amor al Señor sacramentado, que este trabajo de evangelización, especialmente entre los pobres y los necesitados

"Este es el día que hizo Yavé. ¡Alegrémonos y jubilemos en El!" (Sal 118, 24). Hermanos y hermanas míos en Cristo: Cada vez que nos reunimos en la Eucaristía, somos fortalecidos en la santidad y renovados en la alegría, pues la alegría y la santidad son el resultado inevitable de estar más cerca de Dios. Cuando nos alimentamos con el pan vivo que ha bajado del délo, nos asemejamos más a nuestro Salvador resucitado, que es la fuente de nuestra alegría, una "alegría que es para todo el pueblo" (Lc 2, 10). Que la alegría y la santidad abunden siempre en vuestras vidas y florezcan en vuestros hogares. Y que la Eucaristía sea para vosotros y para toda la Iglesia en Pakistán el centro de vuestra vida, la fuente de vuestra alegría y de vuestra santidad, y el camino hacia la vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor. Amén."

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