7 de diciembre de 2011

Comentario a la liturgia de la Palabra: Solemnidad de la Inmaculada Concepción



En adviento celebramos esta fiesta de La Virgen, esta fiesta de la Inmaculada Concepción, por la cual creemos que María nació sin pecado original.

El adviento es el tiempo litúrgico mariano por excelencia, de hecho dentro de dos domingos volvemos a poner la mirada en la Virgen. Y este tiempo de adviento es el tiempo mariano por excelencia, ya que en María el adviento se hace Navidad, en María la promesa se convierte en realidad, en María la esperanza alcanza la plenitud, en María nació Jesús.

Quizas en un primer momento esta fiesta de la Inmaculada Concepción podría parecernos un problema teológico, podría parecernos un tema teórico, o, como máximo un privilegio de María como para que lo recordemos y que ella sea alabada.

Pero sería lindo que nos preguntemos: ¿qué buena noticia representa esta verdad para nosotros? ¿ Se trata tan sólo de un dogma que tenemos que creer, un honor de María que debemos celebrar, o más bien se trata de un acontecimiento que nos toca de lleno? ¿Qué significa en concreto para nosotros la Inmaculada Concepción de María?



Es cierto que en primer lugar esta fiesta significa que María fue la primer redimida por Jesús, la llena de gracia, la toda santa. En este sentido la fiesta de hoy reconoce la obra salvadora de Dios en María.

Pero la fiesta de la Inmaculada Concepción es mucho más que esto. Nos está diciendo lo que tendría que realizarse en cada uno de nosotros y en la Iglesia entera. María santa e inmaculada en su concepción, es una llamada y un modelo de aquella santidad en la que todos fuimos concebidos desde nuestro nacimiento a la vida cristiana por el bautismo.

Sin embargo dentro nuestro y en el mundo en el que estamos viviendo experimentamos todos lo contrario. Experimentamos que no todo es santidad sino que hay mucho pecado. Y esto es lo que escuchábamos en la primer lectura de hoy: existe una larga y constante lucha entre el amor y el egoísmo, entre la luz y las tinieblas. Además de esta semilla de santidad que Dios plantó en cada uno de nosotros, también experimentamos las consecuencias del pecado original, tambien experimentamos que existe la semilla del egoísmo, de la envidia, de la ambición, del poder, de la violencia, de la mentira. Es como si existiera una permanente guerra civil entre el bien y el mal.

Por eso celebrar la fiesta de la inmaculada concepción es ante todo un anuncio de esperanza para nosotros. Porque nos está marcando que Dios no se olvida de nosotros, nos está marcando que si permanecemos abiertos a la gracia de Dios: el bien va triunfar sobre el mal. Si permanecemos como María siempre dóciles a Dios, la victoria final va a ser la del amor sobre el odio.




De esto tenemos que estar seguros. Por que lo peor que hay es el cansancio de los buenos. Y no tenemos que permitir que el cansancio y el desánimo habiten dentro nuestro.

En medio de la confusión generalizada que estamos viviendo, donde se perdió la noción de pecado, donde parece que todo da lo mismo, donde los que tratan de ser buenas y honestas personas son vistas como tontas. En medio de una crisis donde ya no hay valores, donde todo se cuestiona, donde cada uno hace lo que le parece porque todo es relativo, tenemos que recordar que tarde o temprano el bien triunfa. Tenemos que recordar que ser santos en medio de este mundo no es el sueño de unos utópicos que se quedaron en el pasado y a los cuales la sociedad actual se los va a llevar por delante.

La fiesta de la inmaculada concepción nos recuerda que estamos llamados a ser santos. Por eso hoy podemos hacer nuestras las palabras de San Pablo: Dios nos eligió en la persona de Cristo... para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado a ser sus hijos. Y estas palabras no las debemos aplicar sólo a María sino también a cada uno de nosotros. Todos, nos dice San Pablo, hemos sido invitados desde siempre a la santidad, a ser santos e inmaculados.

La fiesta de hoy no sólo nos anuncia la buena noticia de que el bien triunfa sobre el mal, sino que además es una invitación para animarnos a vivir la santidad, es una invitación a unirnos también nosotros a esta lucha del bien sobre el mal, a no dejarnos arrastrar por la corriente del pecado.

Nosotros tambien estamos llamados a ser santos. A veces pensamos que esto es imposible para nosotros porque no tenemos el estilo de vida de los grandes santos. Pero la fiesta de hoy nos vuelve a llenar la esperanza, porque lo más grande que tuvo María fue la simpleza, la humildad, el sentirse pobre ante Dios. Y en ese camino todos nos podemos sentir identificados.

En general pensamos que como yo no tendré jamás el coraje de ser un San Francisco de Asís, entonces vamos a limitarnos a cumplir y a esperar que Dios nos meta al final en el cielo por la puerta de servicio. Entonces la santidad se nos presenta imposible no sólo para nosotros, sino incluso para cualquiera que viva en nuestras circunstancias.

Pero, si abrimos los ojos, vemos que además de los santos extraordinarios, hay muchos otros. Buena gente que ama a Dios, personas que cuando estamos con ellas, nos dan la sensación casi física de la presencia viva de Dios; almas sencillas pero entregadas, normales, pero muy fieles, como María.

Ojalá que el Buen Dios nos conceda que en esta fiesta de la Inmaculada Concepción de María que estamos celebrando hoy, se nos llene el corazón de esperanza y fortaleza, para descubrir que ser buenos en medio de lo que nos toca vivir, es posible.

Que así sea.

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