14 de septiembre de 2011

"Sí, Dios amó tanto al mundo" - Fiesta de la Exaltación de la Cruz



Por la cruz, cuya fiesta celebramos hoy, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.
Por esto la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
Cristo nos enseña que la cruz es su exaltación, cuando dice: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí.”

Hoy, muchas congregaciones religiosas proponen que las hermanas renueven sus votos, sus promesas hechas a Jesús el día de su profesión. Por eso, proponemos un texto de Santa Teresa Benedicta de la Cruz escrito para un 14 de septiembre.

Meditemos desde los escritos de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

AVE CRUX, SPES UNICA. “Te saludamos, Cruz santa, única esperanza nuestra”. La fiesta que toda la Iglesia celebra hoy, nos conduce hasta el pie de la Cruz donde el Crucificado nos contempla y nos pregunta si estamos todavía dispuestos a serle fieles en lo que le hemos prometido. Él tiene razón en preguntárnoslo, porque hoy, mas que nunca, se ha convertido la Cruz en un signo de contradicción. Por eso el Salvador nos contempla hoy, serio y examinante, y nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quieres ser fiel al Crucificado? Piénsalo bien.
El Salvador cuelga en la Cruz, delante de ti, por haber sido obediente hasta la muerte y muerte Cruz. Él vino al mundo no para hacer su voluntad sino la voluntad del Padre.
Tu Salvador cuelga en la Cruz delante de ti, desnudo y abandonado, porque El ha elegido la pobreza y quien quiera seguirle habrá de renunciar a todos los bienes terrenos. Tu tienes que tomarlo también ahora muy en serio.
Tu Salvador cuelga delante de ti con el corazón traspasado. Él ha derramado la Sangre de su propio corazón para ganar el tuyo.
¿Te estremeces al pensar en responder a la grandeza de tanto amor? Pues no tienes por qué temer. Seguro que lo que tú prometiste esta por encima de tu debilidad, de tu humana fortaleza, pero no está por encima de la fuerza del Todopoderoso y ella será tuya si tú te confías a Él. Es el corazón amante de tu Salvador quien invita una vez mas a seguirle.
Los brazos del crucificado están extendidos para atraerte hacia su corazón. Él quiere tomar tu vida para ofrecerte la suya.
El mundo esta en llamas. El incendio puede hacer presa también en nuestra casa; pero en lo alto, por encima de todas las llamas, se elevará la Cruz. Ellas no pueden destruirla. Ella es el camino de la tierra al cielo y quien la abraza creyente, amante, esperanzado, se eleva hasta el seno mismo de la Trinidad.
Los ojos del Crucificado te contemplan interrogantes. ¿Quieres cerrar nuevamente tu alianza con el Crucificado? ¿Qué le responderás? “Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.” ¡Salve, Cruz, única esperanza!

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