14 de agosto de 2010

Afectividad y Eucaristía



A la luz de la Conferencia de Fray Timothy Radcliffe pronunciada en las XXXIV Jornadas Nacionales de Pastoral Juvenil les proponemos una reflexión sobre la Afectividad y la Eucaristía.

Podemos comprender la eucaristía a la luz de la sexualidad, y la sexualidad a la luz de la eucaristía.

La última cena nos explica que el cuerpo no es simplemente una cosa que poseo. Soy yo, es mi ser como don recibido de mis padres, y en última instancia de Dios. Por eso cuando Jesús dice ‘Este es mi cuerpo y yo os lo entrego’, no está disponiendo de algo que le pertenece, está pasando a los demás el don que El es. Su ser es un don del Padre que El está transmitiendo.

La relación sexual está llamada a ser una forma de vivir esa entrega de sí mismo. Aquí estoy, y me entrego a ti, con todo lo que soy, ahora y por siempre.

Entonces la eucaristía nos ayuda a entender lo que significa para nosotros ser seres sexuales y nuestra sexualidad nos ayuda a comprender la eucaristía.
¿Es humano tener momentos de crisis en el amor? ¿Cómo enfrentarlo?

La última cena fue un momento de crisis inevitable en el amor de Jesús por sus discípulos. Fue vendido por uno de sus amigos; la roca, Pedro, estaba a punto de negarle, y la mayoría de sus discípulos saldrían corriendo.
Jesús en la última Cena no salió huyendo de la crisis.
Tomó el fracaso del amor y lo transformó en un momento de donación: ‘Me entrego a vosotros. Vosotros me entregaréis a los romanos para que me maten. Me entregaréis a la muerte, pero yo hago de este momento un momento de don, ahora y por siempre.’

La Castidad en el amor

La castidad no es en primer lugar la supresión del deseo, al menos según la tradición de Santo Tomás de Aquino. El deseo y las pasiones contienen verdades profundas sobre quiénes somos y qué necesitamos. El simplemente suprimirlas nos hará seres muertos espiritualmente o hará que algún día nos disparemos. Tenemos que educar nuestros deseos, abrir sus ojos a lo que realmente quieren, liberarlos de los pequeños placeres. Necesitamos desear más profundamente y con mayor claridad.

Para Santo Tomas, ser castos significa vivir en el mundo real. Es decir, vivir en la realidad de quién soy y quiénes son realmente las personas a las que amo. La pasión y el deseo pueden llevarnos a vivir en la fantasía. La castidad nos hace bajar de las nubes, viendo las cosas como son.

Es difícil imaginar una celebración del amor más realista que la Última Cena
No tiene nada de romántica. Jesús les dice a sus discípulos sencilla y llanamente que esto es el final, que uno de ellos le ha traicionado, que Pedro le negará, que los demás huirán.
Un amor eucarístico nos enfrenta de lleno con la complejidad del amor, con sus fracasos y su victoria final

¿Cuáles son las fantasías en las que nos puede atrapar el deseo?

1) Divinizar a la persona amada: la tentación de pensar que la otra persona lo es todo, todo lo que buscamos, la solución a todos nuestros anhelos. Esto es un capricho pasajero.
El amor empieza cuando somos curados de esta ilusión y estamos cara a cara con una persona real y no con una proyección de nuestros deseos.

2) El no ver como es debido la humanidad de la otra persona, para hacerla simplemente carne de consumo: la lujuria.
El primer paso para superar la lujuria no es suprimir el deseo, sino restaurarlo, liberarlo, descubrir que el deseo es por una persona y no por un objeto

¿Qué buscamos en todo esto? ¿Qué nos mueve a encapricharnos?

Es la intimidad lo que buscan la mayoría de los seres humanos
Es el anhelo de ser totalmente uno, de disolver los límites entre uno mismo y otra persona, para perderse en otra persona, para buscar la comunión pura y total.

Nuestra sociedad está construida alrededor del mito de la unión sexual como culminación de toda intimidad.

Mucha gente no tiene esta intimidad porque no están casados, o porque sus matrimonios no son felices, o porque son religiosos o sacerdotes. Y podemos sentirnos excluidos injustamente de aquello que es nuestra necesidad más profunda. ¡Esto no parece que sea justo!

¿Cómo puede excluirme Dios de este deseo profundo?

Cada ser humano, casado o soltero, religioso o laico, tiene que aceptar las limitaciones de la intimidad que podemos conocer ahora. El sueño de comunión plena es un mito. La intimidad verdadera y feliz sólo es posible si aceptamos sus limitaciones.
El poeta Rilke entendió que no podría haber verdadera intimidad entre una pareja hasta que uno no cae en la cuenta de que cada cual en cierta forma permanece solo. Cada ser humano conserva soledad, un espacio a su alrededor, que no puede ser eliminado y que es necesario aprender a amar.

Ciertamente ninguna persona puede ofrecernos esa plenitud de realización que deseamos. Eso solamente se encuentra en Dios.

Rowan Williams,‘El yo se vuelve adulto y veraz al enfrentarse con el carácter incurable de su deseo: el mundo es tal que ninguna cosa otorgará al yo una identidad colmada y completa’. O, para citar a Jean Vainier, ‘La soledad es parte del ser humano, porque no existe nada que pueda llenar completamente las necesidades del corazón humano’.


En el mundo de interner es difícil distinguir entre fantasía y realidad. Por eso la castidad es difícil.
¿Como podemos bajar a tierra?

1) Tenemos que aprender a abrir los ojos y ver los rostros de quienes están delante de nosotros.
Sólo es real el momento presente. Estoy vivo en este momento, y por tanto es en este momento en el que puedo encontrarme con Dios. Tengo que aprender la serenidad de dejar de inquietarme por el pasado y por el futuro. Ahora, el momento presente, es cuando comienza la eternidad.
En la Última Cena Jesús agarró ese momento presente. En lugar de inquietarse por lo que Judas había hecho, o porque los soldados se estaban acercando, el vivió el ahora, y tomó el pan y lo partió y lo entregó a los discípulos diciendo, ‘Este es mi cuerpo, entregado por vosotros’. Cada eucaristía nos sumerge en ese ahora eterno. Es en este momento cuando podemos hacernos presentes a la otra persona, callados y quietos en su presencia. Ahora es el momento en el que puedo abrir los ojos y mirarla. Porque estoy tan ocupado, corriendo por todas partes, pensando en lo que pasará después, que puede ocurrir que no vea la cara que tengo frente a mí, su belleza y sus heridas, sus alegrías y sus penas. ¡En fin, la castidad implica abrir los ojos!

Aprender el arte de estar solo: Si me da miedo la soledad, entonces cogeré a otra gente no porque me deleite en ellos, sino como solución a mi problema. Veré a la gente simplemente como una forma de llenar mi vacío

2) Abrirnos al amor, para que no queden pequeños mundos a los que me repliego.
El amor de Jesús se nos muestra cuando toma el pan y lo parte para que pueda ser compartido.
Tenemos que compartir nuestros amores con nuestros amigos y con aquellos que amamos. De esta forma el amor particular se hace expansivo y sale al encuentro de la universalidad.
Si separamos nuestro amor a Dios y nuestro amor a las personas concretas, ambos se volverán agrios y enfermizos. Eso es lo que significa tener una doble vida.

3) Nuestro amor ha de liberar a las personas
Es un privilegio divino ser siempre no tanto el amado como el amante’. Dios es siempre el que ama más de lo que es amado
Esto implica negarse a dejar que la gente se vuelva demasiado dependiente de uno y no ocupar el centro de sus vidas.

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