29 de octubre de 2009

Texto extraído de la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis del Papa Benedicto XVI

El Espíritu Santo y la Eucaristía

Jesús y el Espíritu Santo

12. Con su palabra, y con el pan y el vino, el Señor mismo nos ha ofrecido los elementos esenciales del culto nuevo. La Iglesia, su Esposa, está llamada a celebrar día tras día el banquete eucarístico en conmemoración suya. Introduce así el sacrificio redentor de su Esposo en la historia de los hombres y lo hace presente sacramentalmente en todas las culturas. Este gran misterio se celebra en las formas litúrgicas que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, desarrolla en el tiempo y en los diversos lugares.[23] A este propósito es necesario despertar en nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios. El Paráclito, primer don para los creyentes,[24] que actúa ya en la creación (cf. Gn 1,2), está plenamente presente en toda la vida del Verbo encarnado; en efecto, Jesucristo fue concebido por la Virgen María por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc 1,35); al comienzo de su misión pública, a orillas del Jordán, lo ve bajar sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16 y par.); en este mismo Espíritu actúa, habla y se llena de gozo (cf. Lc 10,21), y por Él se ofrece a sí mismo (cf. Hb 9,14). En los llamados « discursos de despedida » recopilados por Juan, Jesús establece una clara relación entre el don de su vida en el misterio pascual y el don del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Una vez resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20,21). Será el Espíritu quien enseñe después a los discípulos todas las cosas y les recuerde todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), porque corresponde a Él, como Espíritu de la verdad (cf. Jn 15,26), guiarlos hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). En el relato de los Hechos, el Espíritu desciende sobre los Apóstoles reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y los anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la buena noticia. Por tanto, Cristo mismo, en virtud de la acción del Espíritu, está presente y operante en su Iglesia, desde su centro vital que es la Eucaristía.

Espíritu Santo y Celebración eucarística

13. En este horizonte se comprende el papel decisivo del Espíritu Santo en la Celebración eucarística y, en particular, en lo que se refiere a la transustanciación. Todo ello está bien documentado en los Padres de la Iglesia. San Cirilo de Jerusalén, en sus Catequesis, recuerda que nosotros « invocamos a Dios misericordioso para que mande su Santo Espíritu sobre las ofrendas que están ante nosotros, para que Él convierta el pan en cuerpo de Cristo y el vino en sangre de Cristo. Lo que toca el Espíritu Santo es santificado y transformado totalmente ».[25] También san Juan Crisóstomo hace notar que el sacerdote invoca el Espíritu Santo cuando celebra el Sacrificio[26]: como Elías —dice—, el ministro invoca el Espíritu Santo para que, « descendiendo la gracia sobre la víctima, se enciendan por ella las almas de todos ».[27] Es muy necesario para la vida espiritual de los fieles que tomen más clara conciencia de la riqueza de la anáfora: junto con las palabras pronunciadas por Cristo en la última Cena, contiene la epíclesis, como invocación al Padre para que haga descender el don del Espíritu a fin de que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y para que « toda la comunidad sea cada vez más cuerpo de Cristo ».[28] El Espíritu, que invoca el celebrante sobre los dones del pan y el vino puestos sobre el altar, es el mismo que reúne a los fieles « en un sólo cuerpo », haciendo de ellos una oferta espiritual agradable al Padre.[29]

Comentario del Evangelio por Beato Manuel González

Del Evangelio según san Lucas (Lc.7,36 -49):

Un Fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterase de que Jesús estaba comiendo en casa del Fariseo se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “ Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”. Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Di, Maestro”, respondió él.

“Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”. Simón contestó: “Pienso que aquel a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”.
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”.

Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”. Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

Comentario del Beato Manuel González

SIMON, TENGO ALGO QUE DECIRTE
“Tengo algo que decirte...” (Lc. 7,4].)

Importa mucho que fijes en tu cabeza y más en tu corazón este anuncio:

EL CORAZON DE JESUS EN EL SAGRARIO TIENE ALGO QUE DECIRTE

Como a Simón, el fariseo desatento que lo convidó a comer, te dice a ti: “Tengo algo que decirte”.
Y antes de que le respondas, como aquél, “Maestro di”, quiero y te ruego que te detengas un poco a saborear esas palabras. ¡Dicen tanto al que las medita, que ellas solas calmarían más de una tempestad y disiparían­" más de una tristeza...!

Fíjate en el afectuoso interés que revela ese tener El, ¿sabes quién es El?, que decirte algo a ti, a ti. ¿Te conoces un poquito?

¡El a ti! ¿Puedes medir toda la distancia que hay entre esos dos puntos? ¿No? Pues tampoco podrás apreciar cumplidamente todo el valor de ese interés que tiene El en hablarte a ti. ¡El a ti!
Una comparación te dará idea aproximada de lo que significa ese interés.

Respóndeme: ¿Hay mucha gente en el mundo que tenga interés en decirte algo? ¡Claro! Como es tan redu­cido el número de los que te conocen, en comparación con los que no te conocen, puedes afirmar que la casi totalidad de los hombres no tienen nada que decirte. Y entre los que te conocen, ¿sabes si son muchos los que tienen algo que decirte?

La experiencia sin duda te habrá enseñado que de los que te conocen quizás no sean pocos los que digan de ti, ¡se habla tanto de los demás!, pero a ti, fuera de los mendigos y necesitados, ¿verdad que son muy pocos los que tienen que decirte algo que te interese, sólo para ti, que te haga bien?

¡Verdaderamente despertamos tan escaso interés en el mundo!

¿QUE INTERES DESPIERTO YO?

Nosotros tan insignificantes, pese a nuestro orgullo, en el mundo y ante los hombres; nosotros, para quienes ni los reyes, ni los sabios, ni los ricos, ni los poderosos, ni aún casi nadie en el mundo tienen ni una palabra ni un gesto de interés, sabemos, ¡bendito Evangelio que nos lo ha revelado!, que el Rey más sabio, rico, poderoso y alto nos espera a cualquier hora del día y de la no­che en su Alcázar del Sagrario para decirnos a cada uno con un interés revelador de un cariño infinito la palabra que en aquella hora nos hace falta.

Y ¡que todavía haya aburridos, tristes, desesperados, despechados, desorien­tados por el mundo! ¿Qué hacen que no vuelan al Sagra­rio a recoger su palabra, la palabra que para esa hora suprema de aflicción y tinieblas, les tiene reservada el Maestro bueno que allí mora?

Y ¡tiene tanto valor esa palabra! ¿No has visto cómo se calma el ansia del enfermo dudoso de la gravedad de su mal al oír al médico la palabra tranquilizadora y anunciadora de pronta mejoría? Y la palabra del médico no cura! ¡La Palabra del Sagrario, sí!

Alma creyente, lee en buena hora libros que te ilus­tren y alienten, busca predicadores y consejeros que con su palabra te iluminen y preparen el camino de tu san­tificación; pero más que la palabra del libro y del hombre, busca, busca la palabra que para ti, ¿lo oyes?, para ti solo tiene guardada en su Corazón para cada circunstan­cia de tu vida el Jesús de tu Sagrario.

Ve allí muchas veces para que te dé tu ración, que unas veces será una palabra de la Sagrada Escritura o de los santos que tú conocías, pero con un relieve y un sentido nuevos, otras veces será un soplo, un impulso, una dirección, una firmeza, una rectificación, no tienes que pronunciar con el alma estas dos palabras:

“Maestro, di...”

Y sumergido en un gran silencio, no sólo de ruidos exteriores, sino de tus potencias, sentidos y pasiones, espera la respuesta suya.

Que te la dará, no lo dudes.

16 de octubre de 2009

Recordamos el himno del congreso Eucarístico Internacional

En Octubre de este año se cumple el 75 aniversario del Congreso Eucarístico internacional de 1934 realizado en la ciudad de Buenos Aires


Demos gracias a Dios por todas las gracias que derramó en nuestra patria por medio del Santísimo Sacramento del Altar


CORO

¡Dios de los corazones
Sublime Redentor
Domina a las naciones
Y enséñales tu amor!

1. Señor Jesucristo,
Que en la última Pascua
Tu Sangre divina,
Diste antes de darla:
Tu Cuerpo y tu Sangre
Deseamos con ansias...
¡En donde está el cuerpo,
Se juntan las águilas!

2. Conocen tu nombre
La urbe y el río,
La línea que es Pampa
Y el germen que es trigo...
Y cálidas notas
De timbre argentino
Saludan tu hechura
De Dios escondido.

3. Pasearon el Corpus
Por nuestros solares
Los hombres que luego
Fundaban ciudades,
Y abrían los surcos
Para los trigales...
(Espigas dan hostias
Y leños altares).

4. Bandera tu cuerpo
Fue en la azul atmósfera
Y el cáliz dorado
Fue el sol de la gloria.
Antes que el arado
Rompiera la costra.
De la tierra virgen
Se elevó tu forma.

5. Rey manso que sellas
La tierra argentina
Con el sello blanco
De la Eucaristía;
La Patria se aroma
De incienso de Misa
Tú rozas los labios
Y alientas las vidas.

6. En torno a tu mesa
Cien pueblos y razas
Nutrió de infinitos
Tu oculta substancia.
Pequeñez inmensa
Que multiplicada
Es pan para el hambre
De todas las almas.

Himnos Eucarísticos Santo Tomás de Aquino

ADORO TE DEVOTE



 Adóro te devóte, latens Déitas,

quae sub his figúris vere látitas:tibi
se cor meum totum súbiciit,


quia te
contémplans  Totum déficit.



 Humilde
te adoro, mi Dios escondido,


oculto en los velos de
vino y de pan;


mi alma a tus plantas
rendida se entrega,


de amor desfallece, tu
gloria al mirar



 Visus,
tactus, gustus in te fállitur,


 sed  auditu solo tuto créditur.

Credo quidquid dixit Dei Filius;

nihil hoc verbo veritátis verius


 La vista y el tacto y el
gusto se engañan,


mas sólo el
oído nos basta a creer;


sí, creo del Hijo
de Dios la doctrina,


verdad no hay más
grande, pues verdad es El.



 In
cruce latébat sola Déitas;


at hic latet simul et
humánitas.Ambo tamen credens alque cónfitens,peto quod
petívit latro poenitens.



 Deidad,
te escondías allá en el Calvario,


y ahora hasta el Cuerpo
nos velas aquí;


más creo y me
atrevo la gracia a pedirte


que allá un
ladrón pudo contrito pedir.



 Plagas,
sicut Thomas non intúeor;Deum tamen meum te confíteor.Fac me
tibi semper magis crédere,


in te spem habere, te
dilígere.



 Sin
verte las llagas que ver Tomás quiso,


confieso y proclamo que
Tú eres mi Dios;


que aumente, Dios mio, mi
fe cada día,


que en ti sólo
espere, que te ame, Señor.



 O memoriále mortis Dómini,

panis vivus vitam praestans homini;

praesta meae menti de te
vívere,


et te semper illi dulce
sápere.



 Oh
Pan que recuerdas la muerte de Cristo,


Pan vivo que vida sagrada
nos das,


concede que mi alma de ti
viva siempre,


que siempre le seas
sabroso manjar



 Pie
pelicáne, Jesé Dómine,


me inmúndum munda
tuo ságuine,


cuius una stilla salvum
fácere


totum mundum quit ab omni
scélere.



 Pelícano
santo, Jesús dueño mío,


tu   Sangre me limpie, que inmundo
aún estoy,


tu Sangre que puede, con
sola una gota,


librar todo el mundo de
cuanto pecó.



Jesum, quem velátum nunc aspício,

óro fiat alud quod tam sítio:

ut te revelata cernens fácie,

visu sim beátus tuae gloriae.


Jesús, que
tras  velos ahora te ocultas,


te  ruego se cumpla mi vívido
afán:


que pueda en el cielo,
por fin, cara a cara,


tu gloria mirando, contigo reinar(Santo
Tomás de Aquino)



PANGE LINGUA 


 Pange lingua gloriósi

Córporis mystérium,

Sanguinísque pretiosi,

Quem in mundi
prétium


Fructus ventris
generósi


Rex effúdit  géntium.


 Que
la lengua humanacante este misterio:


la preciosa sangrey el
precioso cuerpo.


Quien nació de
Virgen


Rey del universo,

por salvar al mundo,

dio su sangre en precio


 Nobis
datus, nobis natus


Ex intacta
Vírgine,


Et in mundo
conversátus


Sparso verbi
sémine,


Sui moras incolatus

Miro clausit
órdine.



 Se
entregó a nosotros,


se nos dio naciendo

de una casta Virgen;

y, acabado el tiempo,

tras haber sembrado

la palabra al pueblo,

coronó su obra

con prodigio excelso.


In suprémae nocte coenae,

Recúmbens cum frátibus,

Observáta lege
plene


Cibis in
legálibus,


Cibum turbae
duodénae


Se dat suis
mánibus.



Fue en la última
cena


-ágape fraterno-,

tras comer la Pascua
según mandamiento,


con sus propias manos

repartió su
cuerpo,


lo entrego a los Doce

para su alimento.


Verbum caro, panem verum

Verbo carnem éfficit;

Fitque sanguis Christi merum,

Et si sensus déficit,

Ad firmándum cor sincérum,

Sola fides súfficit.


 La palabra es carne,

y hace carne y cuerpo

con palabra suya

lo que fue pan nuestro.

Hace sangre el vino,

y, aunque no entendemos,

basta fe, si existe

corazón sincero.


Tantum ergo
Sacraméntun


Venerémur
cérnui:


Et antíquum
documéntum


Novo cedat rítui:

Praestet fides
supleméntum


Sensuum deféctui.


 Adorad postrados

este Sacramento.

Cesa el viejo rito,

se establece el nuevo.

Dudan los sentidos

y el entendimiento:

que la fe lo supla

con asentimiento.


Genitóri,
Genitóque


Laus et jubilátio,Salus, honor, virtus quoque

Sit et benedictio:

Procedénti ab utróque

Compar sit laudatio.

Amen.

( Santo Tomás de
Aquino)



 Himnos de alabanza,

bendición y obsequio;

por igual la gloriay el
poder y el reino


al eterno Padre

con el Hijo eterno

y el divino
Espíritu


que procede de ellos.

Amén.






14 de octubre de 2009

La Pequeña Li


Cuando en 1979 Dios llamó a su servidor, Fulton Sheen, millones de americanos lo lloraron y se sintieron huérfanos. Durante años, por todos los instrumentos mediáticos posibles, habían estado pendientes de sus palabras. Provisto de un carisma especialísimo, monseñor Sheen combinaba a la vez la elocuencia natural con el poder del Espíritu Santo. Al escucharlo se sabía entonces que Dios estaba vivo, que era magnífico y deseable. El obispo Sheen propagaba tal luz que todas las radios se lo peleaban, seguras que él les haría sobrepasar por mucho sus ratings de audiencia registrados hasta entonces. Su famosa serie televisiva "La vida vale la pena de ser vivida”­ contaba con unos treinta millones de telespectadores por semana.

Este gran arzobispo, este gigante de la evangelización, tenía un secreto. Como todos los grandes hombres, los verdaderos, conservaba en su fuero íntimo un episodio de su vida en que la gracia lo había fulminado; y ni por todo m del mundo se desviaba del compromiso asumido entonces. Pero para prender este episodio tenemos que trasladarnos a China, en la época más dura de la represión comunista, en los años cincuenta...

Pasitos de chinita…

En una escuela parroquial, los niños recitan a conciencia sus oraciones. La hermana Euphrasie está contenta: muchos pudieron hacer su primera comunión dos meses atrás y la han hecho con seriedad, desde lo profundo del corazón. Sonríe ante la pregunta de la pequeña Li, de diez años:

¿Por qué el Señor Jesús no nos ha enseñado a decir: "Danos arroz de cada día"?

Los niños comen arroz mañana, tarde y noche; ¿cómo responder a tal pregunta?

- Es que... pan quiere decir Eucaristía –había respondido religiosa. ¡Por cierto, la hermana Euphrasie brillaba más por su corazón que por su teología!

–Le pides al buen Jesús la Comunión cotidiana. Para tu cuerpo arroz. ¡Pero tu alma, que vale más que tu cuerpo, tiene hambre de ese pan que es el Pan de Vida!

En el mes de mayo, cuando Li hizo su primera Comunión le dijo a Jesús en su corazón:

"Dame siempre ese Pan de cada día, ¡para que mi alma viva y goce de buena salud!"

Desde entonces, Li comulga a diario. Pero es consciente que “los malos" (los comunistas sin Dios) pueden impedirle en cualquier momento que reciba a Jesús en la Comunión. Entonces ora ardientemente para que eso no ocurra jamás. Un día entraron en el aula y de inmediato se dirigieron a los niños:

- ¡Entréguennos enseguida todos sus ídolos!

Li sabía bien a qué se referían. Aterrados, los niños habían entregado sus imágenes piadosas cuidadosamente pintadas. Luego con un gesto de cólera, el comisario había arrancado el crucifijo de la pared y lo había arrojado al piso, pisoteándolo a la vez que gritaba:

- ¡La nueva China no tolerará más estas groseras supersticiones!

La pequeña Li, que amaba tanto su estampita del Buen Pastor, intentó esconderla dentro de su blusa; ¡era la estampita de su primera comunión! Una sonora cachetada la hizo tambalear y cayó a tierra. El comisario llamó al padre de la niña, poniendo empeño en humillarlo antes de maniatarlo-

Aquel mismo día, toda la gente del pueblo, llevada a la fuerza por la policía, se abarrotó en la iglesia para una nueva clase de “sermón” por el comisario, que ridiculizaba a los misioneros y a los “agentes del imperialismo americano"... Luego, con voz de trueno ordenó a que forzaran el tabernáculo. La asamblea contuvo el aliento y oró ardientemente.

De cara a la gente, el hombre gritó:

- Ahora vamos a ver si su Cristo sabe defenderse. Esto es lo que hago con su "Presencia Real". ¡Trucos del Vaticano para explotarlos mejor!

Mientras hablaba, tomó el copón y arrojó todas las hostias sobre las bal­sas. Los fieles, atónitos, retrocedieron ahogando un grito.

La pequeña Li queda tiesa en su lugar. ¡Oh! ¿Qué hicieron con el Pan? Su corazoncito recto e inocente comienza a sangrar ante las hostias diseminadas por el suelo. ¿Nadie va a defender a Jesús? El comisario se burla; una burda risa entrecorta sus blasfemias. Li llora silenciosamente.

–Y ahora todos afuera; ¡lárguense de aquí!, –aúlla el comisario. ¡Y guay el que se atreva a volver a este antro de supersticiones!

La iglesia se vacía. Pero además de los ángeles adoradores que están siempre en torno a Jesús Hostia, un testigo permanece en el lugar, sin perderse nada de la escena que se desenvuelve ante sus ojos. Es el padre Luc, de las Misiones Extranjeras, escondido por los parroquianos en un reducto del coro, provisto de un tragaluz que da sobre la iglesia. Está sumido en oración reparadora y sufre por no poder moverse de allí: un gesto de su parte y los parroquianos que lo han camuflado serían arrestados por traición.

"Señor Jesús, ten piedad de ti mismo, oraba, angustiado, ¡impide este sacrilegio! ¡Señor Jesús!".

De repente, un crujido quiebra el pesado silencio de la iglesia. La puerta se abre con suavidad. ¡Es la pequeña Li! Tiene apenas diez años y hela aquí que se acerca al altar, con sus pasitos de chinita... El padre Luc tiembla por ella, ¡pueden matarla en cualquier momento! Pero, imposibilitado de hablarle, puede tan sólo mirar y suplicar a todos los santos del Cielo que protejan a la criatura. La pequeña se arrodilla y adora en silencio, como sor Euphrasie le ha enseñado. Sabe que debe preparar su corazón antes de recibir a Jesús. Con las manos juntas dirige una misteriosa plegaria a su querido Jesús mal­tratado y abandonado. Luego el padre Luc ve que se inclina y a gatas, toma una hostia con su lengua. Ahora está nuevamente de rodillas, con los ojos cerrados, dirigiendo una mirada interior hacia su visitante celestial. Cada segundo pesa una enormidad; el padre Luc teme lo peor... ¡Si solamente pudiera hablarle! Pero la niña se retira tan suavemente como había venido, casi dando saltitos.

Las "depuraciones" continúan y la brigada volante de los servicios del orden requisa todo el pueblo y sus alrededores. Tal es la suerte de la "nueva China". Entre los campesinos, nadie se atreve a moverse. Confinados en sus cabañas de bambú, lo ignoran todo sobre el porvenir.

Sin embargo, todas las mañanas, nuestra pequeña Li se escapa para ir al encuentro de su Pan Vivo en la iglesia y, reproduciendo con exactitud la escena del día anterior, toma una hostia con la lengua y desaparece. El padre Luc contiene su congoja con dificultad, ¿por qué no las toma todas de una vez? Él conoce la cantidad de hostias: treinta y dos. ¿No sabe que puede tomar varias de ellas a la vez? No, no lo sabe. Sor Euphrasie había sido clara: "Una sola hostia por día es suficiente. Y no se toca la hostia; ¡se la reci­be en la lengua!". La pequeña respeta las reglas.

Ya no queda más que una sola hostia. Aquel día, al alba, la niña se escabulle como de costumbre y se aproxima al altar. Se arrodilla y ora muy cerca de la hostia. Entonces el padre Luc ahoga un grito.

Un miliciano, parado en el dintel de la puerta, carga su revólver. Se oye un golpe seco, seguido de una gran carcajada. La niña se desploma de inmediato.

El padre Luc la cree muerta, pero no, la ve reptar con dificultad hacia la hostia y pegarla a la boca. Algunos sobresaltos convulsivos, seguidos de una repentina distensión. La pequeña Li está muerta. ¡Ha salvado todas las hostias!

Cada día una "hora santa"

Dos meses antes de morir, a los ochenta y cuatro años de edad, Fulton Sheen revela finalmente su secreto al gran público, en ocasión de entrevista de un canal de televisión nacional.

–Su Excelencia, –le pregunta el periodista, –usted ha inspirado a miles de personas en el mundo entero. Pero usted mismo, ¿por quién ha sido inspirado? ¿Por un Papa?

–Ni por un Papa, –respondió, –ni por un cardenal ¡Ni siquiera por un sacerdote o una religiosa! Una chinita de diez fue quien me ha inspirado.

Fue entonces cuando monseñor Sheen contó la historia de la pequeña Li. Nos estaba entregando su testamento íntimo. El amor de esta criatura a Jesús en la Eucaristía, agregó, lo había impresionado tanto que el día en que la descubrió le hizo la siguiente promesa al Señor: cada día de su vida, hasta su muerte, pasare lo que pasare, haría una hora de adoración ante el Santísimmo. Y monseñor Sheen no sólo cumplió con su promesa, sino que no perdió oportunidad alguna para promover el amor de Jesús en la Eucaristía. Sin tomarse tregua, invitaba a los creyentes a hacer diariamente "una hora santa” ante el Santísimo.

Carta de un sacerdote escrita a otro sacerdote, para meditar en la Solemnidad de Cristo Rey.

Querido padre Tomás:

En el avión en que viajaba pasaron una película que me hizo acordar de la solemnidad que celebramos hoy. ¿Has visto "Un príncipe en Nueva York"?

Eddie Murphy hace el papel de un príncipe de África a punto de con­vertirse en rey. Todas las mujeres se quieren casar con él por su riqueza. Pero, él desea encontrar a alguien que lo quiera por sí mismo.

Entonces viene a América donde la gente no sabe que él es un príncipe. Se viste sencillamente, sin la majestuosa vestimenta de un príncipe de manera que nadie sabe lo rico que es. Consigue trabajo en McDon­alds y vive en el lugar más pobre de Harlem en Nueva York.

Con el fin de encontrar el amor verdadero se convierte en lo que se llama "un pobre sucio". Aún cuando su apariencia es pobre y humilde, él llega a conocer en una iglesia a una joven muy atractiva. Se atraen mutuamente, salen y se enamoran.

Ella acepta su propuesta matrimonial y al descubrir que él es un príncipe disfrazado queda asombrada. El casamiento la convierte en una princesa y en la mujer más rica del mundo.

¡Qué historia estupenda! Pero, ¿sabes una cosa, Tomás? Esto no es fantasía sino realidad porque es la historia de amor de Jesús en el San­tísimo Sacramento. Él es el Rey buscando a alguien que lo quiera por Sí mismo.

En el Santísimo Sacramento Él se viste sencillamente, sin Su vestimenta de gloria. Él viene humildemente hacia nosotros como "el Pan Vivo bajado del cielo". Tan profundo es Su anhelo de ser amado por sí mismo que se muestra como el más pobre que cualquier ser humano de la tierra.

Él es el Rey con un corazón romántico merecedor de nuestro amor por todo lo que ha hecho por nuestra salvación. Esto es la adoración perpetua: proclamar a Jesús Rey dándole el honor y la gloria que Él desea.

Mediante la adoración perpetua, una parroquia da al Rey todo el amor que Él verdaderamente se merece. Es por esta razón que la liturgia de Cristo Rey empieza con esta oración: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor" (Ap 5,12).

La adoración perpetua es el romance divino entre Jesús y Su pueblo. Es decirle "sí" a Su propuesta matrimonial. Todo lo que Él quiere es nuestro amor. "Porque yo quiero amor, no sacrificios" (Os 6,6). Entonces, ¡Él nos sorprenderá con la herencia de su Reino!

Fraternalmente tuyo en Su Amor Eucarístico,

Mons. Pepe

En la escuela de María, mujer « Eucarística »

TEXTO EXTRAÍDO CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II


Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía.(102) Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.

A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, « concordes en la oración » (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos « en la fracción del pan » (Hch 2, 42).

Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía! », se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga » (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: « no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ».

En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió « por obra del Espíritu Santo » era el « Hijo de Dios » (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

« Feliz la que ha creído » (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como « irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén « para presentarle al Señor » (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería « señal de contradicción » y también que una « espada » traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el « stabat Mater » de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de « Eucaristía anticipada » se podría decir, una « comunión espiritual » de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como « memorial » de la pasión.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: « Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros » (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

« Haced esto en recuerdo mío » (Lc 22, 19). En el « memorial » del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: « !He aquí a tu hijo¡ ». Igualmente dice también a todos nosotros: « ¡He aquí a tu madre! » (cf. Jn 19, 26.27).

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama « mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador », lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre « por » Jesús, pero también lo alaba « en » Jesús y « con » Jesús. Esto es precisamente la verdadera « actitud eucarística ».

Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la « pobreza » de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se « derriba del trono a los poderosos » y se « enaltece a los humildes » (cf. Lc 1, 52). María canta el « cielo nuevo » y la « tierra nueva » que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño' programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!