Y así me imagino el jueves santo, así me imagino la última cena. Aquella noche, sabiendo Jesús que había llegado su hora, en un clima de mucha intimidad, reunió junto a sí a los discípulos y quiso dejarles un regalo que sea digno de su Padre, que lo tengan siempre, que lo puedan recibir una y otra vez como una nueva declaración de Amor. En el transcurso de la comida, parte el pan y se lo da diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”. Y hace la bendición sobre la copa diciendo: “Tomen y beban, esta es mi Sangre”. Pocas horas después, Jesús mismo dará su vida en la cruz por Amor a nosotros; y, por eso, antes de irse, quiere dejarnos para siempre la Eucaristía donde se actualiza esa entrega de la Cruz, para nosotros, se actualiza el sacrificio de Jesús en su Cruz y Resurrección.
En la Eucaristía, Jesús sigue dándonos su misma Vida; con casi nada, pan y vino, nos lo da Todo, porque se da a Él mismo. Aquella noche es la noche en la que queda sellado para siempre el amor de Dios entre nosotros, para siempre. El Amor al hombre empujó a Dios a encarnarse, es decir, a nacer entre nosotros en el vientre de María. Jesús se olvidó de su condición divina y se hizo hombre. EL Amor es así: no tiene en cuenta mas que el ser amado. Incluye un olvido de si mismo que va mucho mas allá de lo pensable. Y esta inmolación por amor que empezó en la Encarnación culmina en la Cruz y, por la Resurrección, trasciende lo temporal llegando a todos los hombres gracias a la Eucaristía. Es que la Eucaristía sintetiza la totalidad del don de Dios, es Jesús que se nos entrega, que nos da su Vida, es Él mismo, es Jesús personalmente.
La Eucaristía es Jesús.
Es la Presencia de Jesús para nosotros, para mi, ya que el amor exige la presencia del ser amado, por eso Jesús se queda en la Eucaristía, para amarnos y para amarlo. Jesús se queda en la Eucaristía porque quiere salvarnos también a nosotros. Es la presencia de Dios que nos acompaña, que nos sana, que nos salva y nosotros también necesitamos esa presencia en el caminar de nuestra vida.
En una oportunidad, ocurrió un trágico motín en una cárcel de Córdoba. Fue terrible, hubo varios muertos y muchísimos heridos. De muchas maneras trataron de reestablecer el orden en el penal, que dicho sea de paso, duró varios días. Entraron familiares, abogados, jueces, psicólogos, todos hicieron el esfuerzo de frenar, lo que pintaba como una tragedia que nadie sabía cómo terminaba. Hasta que finalmente, los mismos presos pidieron ver al capellán; un sacerdote de 34 años, que desde el primer día que comenzó el motín, estuvo allí afuera, pero que no le habían permitido entrar. Fueron los mismos presos los que pidieron hablar con este joven sacerdote que hacía varios años trabajaba en el penal. Y él mismo cuenta algo muy lindo. Dice: “Cuando entré en el penal, me llevé una gran sorpresa: en seguida vino a verme uno de los presos y me dice: -Tome, padre, aquí está lo que usted nos pidió que cuidáramos.- Me llené de emoción cuando vi que lo que me entregaba era la Eucaristía. Yo siempre les había dicho”, dice el sacerdote, “que si el penal se quemaba o si pasaba algo, lo primero que tenían que salvar era la Eucaristía, porque era la Presencia del mismo Jesús entre ellos. Ni se imaginan la emoción que sentí. A partir de ese momento, comencé a caminar por todo el penal y me sentí plenamente acompañado por Dios, e iba a cada uno de los presos que iban deponiendo su actitud, sin oponer ninguna resistencia. Uno tras otro me iban entregando las armas. Y finalmente, voy a las autoridades y les entrego las armas. El penal estaba a salvo.”
Jesús en la Eucaristía está para acompañar y seguir salvando al mundo. Jesús en la Eucaristía está para nosotros, para los que quieran recibirlo y ser sus amigos. Allí esta Jesús. Nadie podrá decir que no está para él. Hay que alimentar este sentimiento de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que está para nosotros; sentimiento de Presencia que no implica necesariamente sentimiento sensible, sino la certeza de la fe. Quizás nos puede pasar que con nuestros sentidos no captemos nada. Nos puede pasar que, al comulgar, al adorar, o al estar rezando frente al Sagrario, no sintamos nada, incluso que nos distraigamos. Pero no podemos dejar de tener la certeza de fe de que Él se quedó ahí. ¿Para qué se quedó en la Eucaristía? ¿Para quién se quedó? Para mi. Para nosotros sigue ahí con su Presencia silenciosa, pobre y obediente como estuvo en la cruz. No se quedó para ser guardado simplemente en un sagrario frío, sino para vivir en un sagrario vivo: en mi corazón. Está ahí para alimentarme a mi.
Gracias, Jesús, por este sacramento de tu Amor. Que María nos ayude a decir todos juntos, desde lo mas profundo de nuestro corazón, lo mismo que los dos discípulos que iban camino a Emaús: “Quedate con nosotros, Señor”.
Quedate con nosotros Jesús, en esta Navidad. Necesitamos renovarnos en la alegría de tu amor que apaga toda tristeza, desconfianza y desanimo.
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