4 de diciembre de 2009

HORA SANTA- Señor, danos siempre de este Pan


Alabado, adorado, amado y correspondido sea, a cada momento, el Corazón eucarístico de Jesús en todos los tabernáculos del mundo, hasta la consumación de los siglos. Así sea.

Evangelio según San Juan:
“Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo les voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.”
Discutían entre si los judíos y decían: "Y, cómo puede este darnos a comer su carne?" Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitare el Ultimo día.
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mi, y yo en el. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mi. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre."
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaún.


Hacemos oración en eco con el evangelio leído.
Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos. «Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios» (Jn. 6,69). Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continua como comunión y donación de todo lo que eres.

Aumenta nuestra FE. Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro Si unido al tuyo. Contigo ya podemos decir: Padre nuestro. Siguiéndote a ti, «camino, verdad y vida», queremos penetrar en el aparente «silencio» y «ausencia» de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo» (Mt. 17,5). Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.


Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives «siempre intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25). Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre. Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo. Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y tú comunicas con todo tú que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp. 1,21). Nuestra vida no tiene sentido sin ti. Queremos aprender a «estar con quien sabemos nos ama», porque «con tan buen amigo presente todo se puede sufrir». En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración «el amor es el que habla» (Sta. Teresa). Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.


CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt. 26,38). Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos «gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra, nuestras noches físicas y morales, si tú estas presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.


Aprendiendo este mas allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o «misterio». Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el «misterio» de cada hermano y de cada acontecimiento para insertamos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación. Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.


Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en practica, se hizo la mas perfecta Madre. Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.

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