21 de noviembre de 2009

Carta Pastoral del Obispo de Sioux

Extracto de la Carta Pastoral de Mons. R. Walker Nickless
Obispo de Sioux City

Monseñor Walker Nickless señala cinco prioridades pastorales:


1. Debemos renovar nuestra reverencia, amor, adoración y devoción al Santísimo Sacramento, dentro y fuera de la Misa. Una renovación de la espiritualidad eucarística necesariamente supone una continuada implementación de la reforma de la liturgia como la enseña autorizadamente el Magisterio de la Iglesia, la promoción de la Adoración Eucarística fuera de la Misa, la recepción regular del Sacramento de la Reconciliación y la devoción a la Santísima Virgen María, Madre de la Eucaristía y nuestra Madre.

2. Debemos fortalecer la catequesis en todos los niveles, comenzando con y enfocándonos en los adultos. Si nosotros, que se supone seamos maduros en la fe, no conocemos la fe católica bien, ¿cómo podemos vivirla e impartirla a nuestros niños y a las futuras generaciones de católicos?

3. Las primeras dos prioridades pastorales – la renovación de la espiritualidad eucarística y la catequesis – fomentarán familias fieles que son el fundamento de la Iglesia y de la sociedad. Somos llamados a proteger, desarrollar y fomentar familias santas entre nosotros, sin las cuales la Iglesia y el mundo perecen.

4. Si renovamos la Eucaristía, la catequesis y la vida familiar de nuestra diócesis, simultáneamente estaremos fomentando una cultura donde los jóvenes puedan responder más fácilmente a los llamados radicales del sacerdocio ministerial y de la vida consagrada.

5. Debemos reconocer y abrazar el carácter misionero de la fe católica y la vocación de todos los católicos a ser, no sólo discípulos, sino también apóstoles.

Sobre cada una de estas prioridades, el Obispo de Sioux City escribe un comentario.
Acerca de la prioridad número uno, relativa a la espiritualidad eucarística, dice entre otras cosas:

Todo lo que hacemos y somos debiera brotar de nuestra participación en la Eucaristía y llevarnos nuevamente a ella. Es absolutamente central a nuestra identidad y fe como católicos. Nos permite comprometernos en nuestra misión. Sin una adecuada reverencia, amor, adoración y devoción a la Eucaristía y a la Liturgia estamos perdidos.
Cuando damos culto a Dios de esta forma, Él nos santifica, es decir, nos hace santos. Ésta es el segundo fin de la Liturgia.
Dado que, en la Liturgia de la Iglesia, encontramos a Dios en una forma única, el modo en que damos culto – los ritos externos, los gestos, los vasos sagrados, la música, el edificio mismo – debería reflejar la grandeza de la Liturgia Celestial. La Liturgia es mística, es nuestro misterioso encuentro con el Dios trascendente, que viene a santificarnos por medio del Sacrificio de Cristo hecho presente en la Eucaristía y recibido en la Santa Comunión. Debería irradiar la verdad y la bondad celestiales. Este resplandor, este esplendor de la verdad, es la belleza.
Nuestra liturgia debería irradiar verdadera belleza, reflejando la belleza de Dios mismo y de lo que Él hace por nosotros en Cristo Jesús. Debería elevar nuestra alma – en primer lugar a través del intelecto y de la voluntad, pero también por medio de nuestros sentidos y emociones – para adorar a Dios, ya que estamos teniendo parte en el culto eterno del Cielo. En este valle de lágrimas, la Liturgia debería ser las estrella polar, un lugar de maravilla y consuelo en el día a día de nuestras vidas, un lugar de luz y de elevada belleza, más allá del alcance de las sombras mundanas. Muchas personas entran en contacto con la Iglesia, y a veces con la oración y con Dios, sólo a través de la Misa dominical. ¿Acaso no deberíamos ofrecer una experiencia de belleza y trascendencia, convincentemente distinta de nuestras vidas diarias? ¿No debería ser cada faceta de nuestra ofrenda proporcionada a la realidad divina?
Es imperativo que recuperemos este asombro, recogimiento, reverencia y amor por la Liturgia y la Eucaristía. Para hacerlo, debemos sentir y pensar con la Iglesia entera en “reformar la reforma” del Concilio Vaticano Segundo. Debemos aceptar e implementar la corriente vigente de documentos litúrgicos magisteriales emanados de la Santa Sede: Liturgiam Authenticam (2001), la tercera Editio Typica del Misal Romano, con su nueva Instrucción General (2002), el Directorio sobre Piedad Popular y Liturgia (2002), Ecclesia de Eucharistia (2003), Spiritus et Sponsa (2003), Redemptionis Sacramentum (2004), Sacramentum Caritatis (2007), y Summorum Pontificum (2007).

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